Jueves después de Ceniza
a.- Dt. 30,15-20: Elegir entre bendición y maldición.
El tema de los dos caminos, es la conclusión lógica de la proclamación de la ley
Deuteronómica, y la renovación de la alianza en Moab. La propuesta fue aceptada
por el pueblo libremente (cfr. Ex. 24, 3. 7; Jos. 24, 16-24). En el fondo, se trata de
dos propuestas que significan dos modos de vida, definidas por las bendiciones y
maldiciones (cfr. Dt. 11, 26-28). Testigos de todo esto pone Yahvé: al cielo y a la
tierra (v. 19). La proclamación, busca despertar en el oyente, la responsabilidad a
la hora de optar por la vida o la muerte, el bien y el mal, dicha e infelicidad,
posesión de la tierra o su pérdida. Estas opciones se centran en dos actitudes del
hombre y del pueblo, lo que los sabios calificaron de sabiduría o necedad, justicia o
maldad (cfr. Eclo. 15, 14-17; Sal.1; Jer. 21,8), pero, que además se entiende como
amor, obediencia, observar los mandamientos o todo lo contrario si elige el camino
del mal. El sentido que tiene es que los cielos y la tierra sean testigos, no ya los
dioses, sino estas realidades cósmicas, creación del único Dios verdadero. Toda la
creación, la naturaleza, es instrumento de bendición o maldición, con sus bienes y
calamidades. Otra lectura de este pasaje bíblico, es la importancia que se da a la
responsabilidad del hombre y del pueblo en su destino definitivo. El cielo no lo
obliga, sino que lo hace optar en el mundo, su destino por el bien o el mal, la vida o
la muerte. Es evidente que la decisión que tome, va más allá de lo físico y abarca
su existencia moral: felicidad o desdicha, bien, bendición, tierra de gozo o todo lo
contrario. La verdadera vida, corresponde a una actitud de justicia para con Yahvé,
lo que significa amarlo y obedecerle. Todo esto traerá prosperidad y paz,
cumplimiento de las promesas hechas a sus padres. La alianza está por encima de
las infidelidades, el amor es fuente de la dicha y de la vida plena para el justo que
confía y espera en Dios.
b.- Lc. 9, 22-25: Primer anuncio de la Pasión y condiciones para seguir a
Jesús.
Luego del primer anuncio de la Pasión (v.22), Jesús establece las condiciones para
quien quiera seguirle (vv. 23-25). Quien le confiesa Mesías, debe seguirle por la
senda que ÉL traza, es decir, acompañarlo llevando la propia cruz y asumir su
mismo destino de muerte. Se trata de perder la vida, para recuperarla, como Jesús
Resucitado. A la confesión de Pedro, sigue un complemento esencial: el Hijo del
Hombre debe sufrir mucho… ser llevado a la muerte (v.22). Quizás Jesús no insista
tanto en el título de Ungido, como el de Hijo del Hombre que debe ser llevado a la
muerte. Inmediatamente resuenan los ecos proféticos del Siervo de Yahvé (cfr. Is.
53, 3-4.8). La obediencia del Hijo a los designios del Padre expresados en las
Escrituras como algo que debía suceder. Esta pasión y muerte del Hijo, el profeta
expresa su profundo contenido: esta pasión y muerte tienen un carácter expiatorio.
El Hijo intercede por nosotros, por muchos, por todos (cfr. Is.53,12s). Al tercer día
resucitará, después de las fatigas, contemplará la luz y se le dará en herencia las
naciones (cfr. Is.53, 11). Al Mesías Ungido por el Espíritu, que proclama Pedro,
Jesús agrega la conducta del Siervo que sufre y expía el pecado de los hombre (cfr.
Is.61, 1; 53,2-12). En un segundo momento, encontramos las condiciones para
seguir a Jesús: caminar tras ÉL, negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguirle. Si
Jesús se somete a la pasión y a la muerte de cruz, también el discípulo de Jesús
debe estar dispuesto a seguir a Jesús por el camino de la pasión y de la muerte.
Revive su misterio pascual en su vida cristiana. Seguir a Jesús, es negarse a sí
mismo, cargar con su cruz. Si los discípulos siguen a Jesús que se entrega a la
muerte, ellos deben estar dispuestos a no centrarse en sí mismos y en su vida, y
cargar su cruz como Jesús (cfr. Lc.14, 26). El seguimiento puede exigir el martirio
(cfr. Lc.6, 22). Este seguimiento, Lucas agrega, que ha de ser cada día, vive para
escuchar a Jesús, asumir sus criterios de vida y sus actitudes, y seguirlo hasta el
final. Pero quien se declara por Jesús, encontrará la oposición de los hombres, por
causa del Hijo del Hombre (cfr. Lc.6,22; Hch.14,22). La negación del discípulo la
sostiene Jesús con su gracia y amor, con lo aparentemente se echa a perder la
vida, en realidad, la está salvando para la eternidad. Por la pasión y la cruz Jesús
entra en la gloria de la resurrección, o mismo sucederá con sus discípulos. La
paradoja de Jesús: quien pone a salvo la vida, la pierde; entregándola, la gana.
Quien se aferra desesperadamente a la vida, pero rechaza lo desagradable, que
cuida la vida en forma egoísta, y no hace nada por los demás pudiendo hacerlo,
pierde la vida futura y la segura esperanza de salvación. Se salva no quien quiere
ponerse a salvo, sino quien entrega la vida o la pierde por ÉL y el evangelio; se
salva quien no se apega a su yo, y sus propios deseos, sino quien se da al prójimo.
Se salva no quien protege el propio yo con ansiedad, sino quien se entrega
generosamente a los demás. En la Cruz, Cristo perdió la vida, con la Resurrección la
recuperó. Resucitó, lo que se entregó, la vida por el otro. Me amó y se entregó por
mí, dirá Pablo (cfr. Gál. 2, 20). La invitación es entonces en esta Cuaresma, a dar
la vida por quienes nos han sido confiados desde nuestra perspectiva cristiana:
familia, hermanos de comunidad eclesial, ancianos, enfermos, jóvenes, niños, etc.
Teresa de Jesús, fue mujer de grandes servicios a Dios, a la Iglesia y a la Orden del
Carmelo. “Estos deseos de amar y servir a Dios y verle, que he dicho que tengo, no
son ayudados con consideración, como tenía antes cuando me parecía que estaba
muy devota y con muchas lágrimas; mas con una inflamación y hervor tan
excesivo, que torno a decir que si Dios no me remediase con algún arrobamiento,
donde me parece queda el alma satisfecha, me parece sería para acabar presto la
vida.” (R 1,13)..
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD