VIII domingo del Tiempo Ordinario/A (Mt 6, 24-34)
Nadie puede servir a dos señores
Las lecturas hoy nos advierten de la inconveniencia del apego a las riquezas y
también no hablan de la Divina Providencia, ese cuidado que Dios da a sus
creaturas. Y podemos ver en estas lecturas de hoy dos aspectos de este cuidado
amoroso de Dios: confianza en la Divina Providencia en cuanto a nuestras
necesidades materiales y confianza también en cuanto a lo que nos depara el
futuro: no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”. …busquen primero el Reino de
Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. ¿Y qué quiso
decir Jesús a sus contemporáneos, y a nosotros hombres del siglo XXI?
Para ilustrar lo que Cristo quiere decir, me gustaría relatar la conversación entre
unos turistas y un monje de clausura en su convento. Por concesión especial se les
permitió visitar la celda personal del monje. Y se sorprendieron grandemente de la
pobreza del mobiliario, una mesa, una silla, un buró, unos cuantos libros y un
rosario: “Pero ¿dónde están sus muebles?” le preguntaron. A lo que el monje
respondió preguntando a su vez: “¿Y dónde están los suyos?”. Ah, respondieron:
“nosotros no necesitamos muebles, porque somos turistas!”. “Pues yo también soy
turista en este mundo”, dijo el monje por toda respuesta.
Para el cristiano, el trabajo y la actividad, deben ocupar una parte considerable de
su tiempo, para abrirse paso y para tener lo necesario, una condición digna de hijos
de Dios, pero alejados de toda preocupación, como el monje, pues estamos en las
manos de Dios. Dicho de otra forma el creyente tiene que trabajar con todas sus
fuerzas y todo su ingenio como si Dios y su providencia no existieran, pero a la vez,
el cristiano tiene que confiar en su Padre Dios y en su cuidado como si todo
dependiera totalmente de él.
Esa es la Providencia de Dios. Una mirada del Padre de la creación y de los
hombres, pero un trabajo leal y tranquilo de parte de sus colaboradores. Eso
alejará a los suyos de esa gran preocupación de los hombres que no confían
precisamente en Dios sino en su afán de riqueza, que les hace idolatrar a esa
criatura, el dinero que puede proporcionar placeres, comodidades, una buena casa,
coche a la puerta, ropa de marca, celular y blackberry en la bolsa, y visitas
periódicas a los nuevos templos y santuarios de la riqueza: los bancos.
En cambio, Cristo propone dos situaciones que no por poéticas dejan de ser
prácticas y realistas: las aves del cielo, que revolotean por todos los rincones del
planeta, a las que Dios alimenta, aunque no las libra de buscar su propio alimento,
pues pasan la mayor parte de su tiempo ocupadas en buscar su alimento y lo hacen
sin preocupación, pues van piando entre grano y grano de alimento. No hay
preocupación en ellas.
Y a continuación, Cristo también se fija en la belleza de las flores, que nos extasían
con su encanto, con su colorido y con sus perfumes, con tanta belleza que ni los
mismos reyes pueden tener vestiduras tan bellas y tan armónicas como una sola
flor que nos habla de la belleza del creador. Sin preocupación alguna, las flores nos
extasían y hace agradable y bello nuestro entorno.
Si Dios es nuestro Padre cariñoso, entonces no debemos estar preocupados por las
cosas temporales, sino ocupados en el hoy, tratando de cumplir con amor la
voluntad de Dios Padre y poniendo nuestras preocupaciones en el corazón tierno de
ese Padre Dios Providente , como hacen los pájaros del cielo y las flores del campo.
Somos peregrinos con destino a la eternidad. De su mano llegaremos seguros.
Vemos a Cristo totalmente en las manos de su Padre celestial. ¿Le faltó alguna vez
el cariño del Padre? Le hizo nacer en un pesebre. Le llevó a Egipto cuando Herodes
le amenazaba. Volvió a su tierra de Nazaret y vivía tranquilo del trabajo de su
padre José, y por eso fue llamado “hijo del carpintero”. Cuando salió a su
apostolado, nunca la faltó una piedra para reclinar su cabeza, ni un pedazo de pan
para llevarse a la boca, gracias a amigos que tenía en diversos poblados. Su Padre
Providente le concedió unos colaboradores –los primeros apóstoles- para que le
ayudasen en su misión de predicar, curar y servir a la humanidad. Tampoco le
ahorró sufrimientos, porque en el plan de Dios son necesarios para manifestar el
amor auténtico que tenía por cada hombre y mujer.
Vemos a tantos hombres y mujeres soltados de la mano de Dios Providente y
preocupados por los bienes temporales hasta el punto de ser esclavos de los
mismos. Preocupados por el dinero. Preocupados por el trabajo. Preocupados por la
salud. Preocupados por la fama. Preocupados por el futuro de sus hijos.
Preocupados por la supervivencia y los seguros de vida. Preocupados por las
vacaciones. Preocupados por los “hobbies” deportivos y culturales. ¿Y Dios y su
Reino, y la familia y su salvación, y la comunidad y el apostolado, y los valores
morales? “Si Dios cuida tanto de las flores de la tierra que, apenas nacen y son
vistas, ya mueren, ¿despreciará a los hombres que ha creado, no para un tiempo
limitado, sino para que vivan eternamente?” (San Juan Crisóstomo).
Comencemos, pues, a buscar ese Reino que Cristo nos señala, un reino de amor,
un reino en donde veamos a los hombres como los hermanos del camino, que hará
que todos ellos tengan esa condición digna que les permita el vestido, la vivienda,
la bebida y sobre todo el pan de cada día. Entre todos lo lograremos y haremos que
nuestro Buen Padre Dios sea conocido y alabado entre todos los hombres.
Todo esto no es una invitación a la ociosidad, a la irresponsabilidad, sino a evitar la
angustia, el excesivo afán de tener y poseer. A cada día le bastan sus propios
disgustos, y no vale la pena adelantar las angustias que pensamos que nos
sucederán mañana. Cristo nos invita a buscar lo esencial en esta vida y a poner
cada cosa en su lugar, venciendo la tentación consumista. No levantemos altares al
dinero, al placer, a la comida. Que el corazón y las manos queden libres, para servir
a Dios y a su Reino. Dios es el absoluto. El resto es relativo. Nuestro corazón estará
inquieto hasta que descanse en Dios (San Agustín).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)