Ciclo A: VIII Domingo del Tiempo Ordinario
Julio César Villalobos, C.M.
¡Cómo nos quiere Dios! ¡Confiemos en Él!
Una historia de la vida real para compartir. En una parroquia había un grupo
misionero que se preparaba para salir de viaje y poder compartir la palabra de Dios
en medio de los pobres. Todo estaba preparado: víveres para esa comunidad, ropa
de invierno que regalaron para ese lugar, medicinas, los temas de misión, todo,
todo fue regalado…qué grande es Dios porque suscit￳ generosidad en la parroquia
de aquel grupo misionero.
De pronto, una señora de aquel grupo, se levantó en una reunión de preparación
misionera y dijo: “Queridos amigos. Todo se nos ha dado, todo se nos ha facilitado,
hemos enviado por adelantado varias cajas con esas donaciones, pero ¿saben que
falta y que nos debería preocupar a todos?…el grupo contest￳: ¿qué nos falta?
Aquella buena señora contestó: nos falta los pasajes de cada uno de nosotros y no
tenemos dinero y ya estamos a 5 días de viajar y no tenemos nada.
El sacerdote, que les acompañaba en esa reunión, le dijo: querida hermana de
Dios, ¿por qué se preocupa tanto?, ¿acaso usted no puede confiar en la providencia
de Dios que no hace faltar nada a sus hijos porque les ama?, a lo que ella contestó:
pero Padre eso lo entiendo, pero lo que no me cabe en la cabeza es cómo conseguir
el dinero para poder comprar nuestros pasajes.
Al día siguiente el sacerdote trajo una bolsa llena de sobres cerrados que un grupo
de señoras anónimas les había dejado, y con esto pudieron comprar sus pasajes y
todavía les sobró.
Muchas veces hasta nos podemos quejar de que todo va mal, que Dios se ha
olvidado de nosotros, que ya nada tiene sentido, que no vale la pena perseverar.
Pero Isaías, en la primera lectura de hoy, nos tiene una respuesta hermosa: “¿Es
que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus
entra￱as?…aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is.49,14-15).
Jamás Dios se olvida de nosotros, nos toma con sus manos para bendecirnos y
acogernos, nos labra con su amor (cf. Salmo 139). Deberíamos entender por qué el
salmista, hoy, insiste en que sólo de Dios viene nuestra salvación (cf. Salmo 61),
que podemos desahogar en é nuestro corazón.
Dios porque nos conoce, nos ama, ilumina y es capaz de juzgarnos: “mi juez es el
Se￱or” (1Cor.4,1-5). No podemos ocultarle nada, él lo sabe todo, pero espera que
le amemos de verdad.
Hay como dos enseñanzas en el evangelio de hoy, una de ellas con carácter de
mandato o exigencia: “Nadie puede estar al servicio de dos amos…No pueden servir
a Dios y al dinero” (Mt.6,24-34). Ante esta advertencia de Jesús me pregunto: ¿en
quién solemos poner nuestra confianza?, ¿quién llama mi atención?, ¿no será que
todo este tiempo he puesto mi mirada en cosas que no deberían ser?
Mucho nos afligimos por cualquier cosa. Nos quejamos de todo: de lo que pasa en
el mundo, en la Iglesia misma, de lo que pasa en mi trabajo, en el barrio, etc. Hay
un pedido de Jesús que sale de su coraz￳n: “No estén agobiados por la vida…¿No
vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?…No anden agobiados”.
Si buscamos el reino de Dios, todo nos vendrá por añadidura, lo dice Jesús hoy en
su evangelio.
Dios mismo quiere que pongamos confianza en su providencia. ¿Seremos capaces
de confiar ciegamente en Dios?
¡Cómo nos quiere Dios! ¡Confiemos en Él!
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)