Ciclo A: VIII Domingo del Tiempo Ordinario
Javier Balda, C.M.
Tu sí a Dios o al dinero
Ante el espectáculo de nuestro mundo donde los hombres no queremos aceptar la
verdad de Dios, ofrecida por Jesucristo, donde el amor y la caridad han dado paso a
la violencia, al odio, al desprecio del hermano en su dignidad; donde la pobreza de
muchos sigue engendrando la riqueza deshumanizante de otros; donde la dignidad
y los derechos más elementales de la persona humana son pisoteados
constantemente en aras de una libertad mal entendida y peor vivida; donde la
filosofía del tener, del gozar y de subir a costa de quien sea y como sea, ha
menospreciado la filosofía del ser, del servir y del amar, sobre todo a los más
necesitados; donde la ética, la moral y los valores del evangelio ya no cuentan a la
hora de tomar decisiones políticas, económicas, sociales y hasta religiosas; donde
Dios y la conciencia han sido desterrados de la vida de muchos hombres y también
de muchos que nos llamamos cristianos; ante este mundo nuestro se nos presenta
Jesucristo y nos dice a todos: “No he venido a tranquilizaros”, “no he venido a
santificar vuestras conciencias”, “no he venido a bendecir vuestras riquezas ni
vuestras cuentas bancarias”. Yo he venido para decirles: “No podéis servir a dos
señores. No podéis servir a Dios y al dinero”.
Cristo ha colocado la muralla de la separación y somos nosotros los que debemos
colocarnos a un lado o al otro de la muralla: “con Dios o con el dinero”, con los
valores que Cristo vivió y nos ofrece para que nosotros los vivamos si nos
consideramos discípulos suyos. A un lado la verdad de Dios, al otro lado la verdad
del mundo: “Con Cristo lo puedo todo, nos dice San Pablo, con el dinero todo es
posible nos dice el mundo. A un lado la justicia como respuestas al amor de Dios, al
otro la justicia deshumanizante de los poderosos. A un lado los que confían en el
amor de Dios, al otro los que ponen toda su confianza en el dinero.
Todos nosotros escuchamos en lo más profundo de nuestros y de nuestras
conciencias las dos voces que nos hablan, que nos susurran, que nos prometen una
vida feliz y que quieren ganarnos para que las sigamos y nos injertemos en sus
filas.
Hoy Cristo nos dice, de una manera especial, a nosotros que muchas veces
escuchamos su palabra y se la agradecemos: “¿De qué les sirve ganar todo en este
mundo si al final pierde su alma?”
Al final de nuestras vidas nunca podremos comprar a Dios y el cielo con nuestros
cheques bancarios.
La Palabra de Dios es una voz que tenemos que escuchar y reflexionar y nos invita
a decidirnos.
Cristo supo escuchar, reflexionar y decidirse. Cristo supo optar y por eso los
poderosos de su tiempo lo rechazaron e intentaron acallarlo y lo asesinaron,
clavándolo en una cruz.
Pero su voz sigue viva y cuestionando nuestras vidas, muchas veces adormecidas
ante sus palabras, hechas vida en su propia vida. Hoy como ayer, Cristo sigue
proclamando: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Pensemos con un corazón limpio y esperanzado: si sigues su voz siempre Él estará
con nosotros, si acallamos su voz nunca Él estará con nosotros, ni nosotros con Él.
Pisemos la tierra pero miremos más allá de las estrellas donde Cristo nos espera.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)