Miercoles de Ceniza, Ciclo A
MIERCOLES DE CENIZA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Seguramente ya sabéis, mis queridos jóvenes lectores, que en la actualidad,
nuestra querida Santa Madre Iglesia, está perseguida en muchos lugares del
mundo. No se trata generalmente de una asechanza a la institución, el daño se
causa a sus miembros de una manera pública o solapada, de tal manera que nunca
en la historia, ni en los tiempos de la Roma clásica, había habido tantos mártires
como ahora. Esta es la realidad universal, lo cual no quiere decir que en el entorno
particular de cada uno de nosotros, exista este agobio. El fenómeno en principio
nos entristece. Todo sufrimiento de un hermano nos concierne y sufrimos con él.
Toda pretensión de mutilar la vivencia de nuestra Fe, es una desgracia. En segundo
lugar, empero, el testimonio, el martirio, es una señal de vitalidad, como la flor de
una planta es signo de que está viva. Se asesina y no se acobardan, es la piedra
de toque que nos dicta la calidad del cristianismo. Cada uno de nosotros, al tomar
una decisión importante, al proyectar el futuro de su vida, al gastar y malgastar, al
comprar y exhibir, debe tener en cuenta a nuestros valientes hermanos y obrar
solidariamente. Un día en la Eternidad, nos encontraremos con ellos y nuestra
conducta histórica no nos debe avergonzar al reconocer su heroicidad.
Aunque no se diera el hecho del martirio tan extendido, os lo vuelvo a repetir,
deberíamos ahora detenernos y reflexionar desde otro ángulo. Es preciso llenar de
silencio nuestro interior y escuchar la voz de Dios que en el día de hoy nos llega a
través de los textos litúrgicos y del rito tradicional de la imposición de la ceniza.
Me detengo un momento en esto último. Recordemos que hace unos años no
existían las estufas eléctricas, ni las calefacciones de gasóleo, ni otras cocinas que
utilizasen material distinto del que ahora llamamos biomasa, troncos y ramas o
hasta paja, por tierras donde yo nací. Consecuencia de ello era que los residuos de
la combustión, la ceniza, abundaba y se trataba de darle alguna utilidad. Para lavar
la ropa, antes de que existiese el jabón, como componente de fórmulas de
decoración de cerámicas, amén de abonar con ella la tierra que se cultivaba. Un
hombre que por su trabajo quedaba sucio de ceniza, tenía mal aspecto. El roce de
la ropa cenicienta, era un tormento insoportable. La ceniza humillaba. Es el sentido
simbólico de la que utilizamos en la ceremonia de hoy.
El contenido de las lecturas podríamos resumirlo en dos conceptos. Exigencia de
conversión y de reconciliación. Las dos cosas se nos reclaman para nuestra
inmediata preparación y celebración de la Pascua de este año y para la salvación
eterna
Se nos pide hacerlo modestamente. No se trata de acudir a campañas, carteles, ni
festivales que lo promuevan. Es una labor artesanal que cada uno debe llevar a
cabo dentro de sí mismo. Y además con alegría, nada de caras agrias. Nuestra
actualidad nos pide a los cristianos más que la autenticidad de nuestra Fe, el
testimonio de que los que la tenemos somos felices. En un mundo que sufre la
epidemia del desencanto, la carencia de esperanza y la visión borrosa de un futuro
que no le entusiasma, el cristiano debe contagiar su alegría. Estando dispuestos en
todo momento a afirmar que es consecuencia de nuestra Fe.
Hace unos años, una mujer extraordinaria que se llamaba Chiara Lubich, alegró,
cautivo y esperanzó a muchos. Al Papa Juan-Pablo I se le llamó el de la sonrisa y
este sencillo gesto fue útil a muchos, pese al poco tiempo que duró su servicio
eclesial. Hoy el Papa Francisco es el papa de la simpatía. Sigue con entusiasmo el
camino emprendido por los que me refería antes. Claramente uno se da cuenta de
que no sale a repartir simpatías, a exhibirse para complacer su vanidad o valerse
de su aspecto gozoso para “vender” su mercancía sagrada, como un agente
comercial está obligado a hacerlo muchas veces. La cordialidad y ternura del Obispo
de Roma actual, está repleta de bondad. Su testimonio y el bien que causa, deben
ser acicate para todos nosotros. La simpatía tal vez no podamos tenerla todos,
además de en este caso ser virtud, se sustenta sobre un don natural que no todos
poseemos. Es suficiente con la amabilidad, con la buena educación, con la
gentileza. Desde esta realidad hay que rellenar la vida de generosidad. No os
quedéis quietos e inactivos. Si bien nadie puede negar que hay crisis y se puede
dar estadísticas de los parados o desempleados, a poco listo que uno sea, se da
cuenta de que abundan también los vagos, aquellos que siempre tienen razones
muy razonables para demostrar que su no hacer nada útil a los demás, está muy
bien justificado.
Cada noche, antes de dormir, debemos descubrir y agradecer el bien que Dios nos
ha hecho durante la jornada y examinarnos luego de las buenas obras que con los
que nos hemos relacionado y practicado nosotros, como respuesta a la bondad del
Señor. Nobleza obliga, decimos y es lo que toca, si queremos ser coherentes.