Ciclo A: I Domingo de Cuaresma
Rosalino Dizon Reyes.
Por la obediencia de uno todos se convertirán en justos (Rom 5, 19)
El nuevo Adán supera las tentaciones. Por él, se nos abre una salida de las
pruebas, para que podamos soportarlas (1 Cor 10, 13).
Jesús rehúsa convertir las piedras en panes. La salvación consiste en mucho
más que la seguridad personal. Se sostiene alimentándose de la voluntad
divina que se manifiesta en cada palabra que sale de la boca de Dios. Es
nutriente la oración.
Según la palabra de Dios, la misión del Ungido con el Espíritu es evangelizar
a los pobres. Por consiguiente, la satisfacción del Enviado está en procurar,
no su propio bienestar, sino el bienestar de los necesitados. De ninguna
manera es como los «espíritus libertinos que solo piensan en divertirse y,
con tal que haya de comer, no se preocupan de nada más», por citar a san
Vicente de Paúl (XI, 397). El ayuno tiene sus beneficios.
Ni está de acuerdo Jesús con los que reducen su misión a solo la
taumaturgia que bordea la superstición y la magia. Afirma: «No tentarás al
Señor, tu Dios». Así se diferencia de los seguidores de Simón el mago,
quienes encantan a la gente con prodigios y se pasan como grandes
personajes, aprovechando toda oportunidad para lucirse y ponerse en el
centro de todo.
Seguramente, no pertenecemos a ellos. Pero, ¿nos hemos liberado del todo
de la propensión a confundir el culto auténtico con la sensación de asombro
o solemnidad que asociamos con un lenguaje arcaico extraño, con vestiduras
aristocráticas de seda, con vasos de oro, con la magnificencia de los
santuarios, con la enormidad o la mística buscada, por ejemplo, en las
alturas de Sampáloc o de Lucbán?–si bien nunca se debe cuestionar la
expresión tanto de confianza en Dios como de desconfianza en las
autoridades filipinas de quienes peregrinan a estos dos lugares.
No sé qué comentaría san Vicente de tal búsqueda de grandiosidad.
Permítaseme solo mencionar su gran aprecio de la sencillez, su deseo
constante de honrar la pobreza de Jesús incluso en los ornamentos de iglesia
y su advertencia sobre la ruina que acaece en las comunidades religiosas
que, apartándose de la pobreza de Cristo, construyen edificios magníficos,
tan poco proporcionados a la profesión religiosa (IX, 546; II, 232; VIII, 40).
Estoy seguro de que en esto tenía el santo el mismo sentimiento del
Limosnero que se hizo pobre para enriquecernos.
Diciendo no al poder y la gloria de los reinos del mundo, Jesús rechazó la
codicia y la soberbia. Hasta en la cruz fue tentado a que asombrase a todos
y se salvara, pero no bajó de ella. Su preferencia, tanto en el desierto como
en el Calvario, era entregar su cuerpo y derramar su sangre por todos. Por
eso Dios lo glorificó, dándole el «Nombre-sobre-todo-nombre». No hay otro
nombre por el cual podamos vencer al diablo.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)