I Domingo de Cuaresma
TENTACIÓN
Padre Pedrojosé Ynaraja
Entre las realidades genuinamente antropológicas sobresale esta. Los animales
desean, sienten curiosidad o miedo, pero en su interior, no existe el fenómeno de la
duda. No se plantean la moralidad de una actitud o acción. En el corazón de este
impulso que muchas veces uno no sabe de dónde o cómo ha salido, anida el
sentido ético, exclusivo de los seres racionales. Seguramente que os he aburrido,
mis queridos jóvenes lectores, o que tal vez podáis pensar que esta reflexión
ocuparía mejor lugar al final del artículo, no os niego que podáis tener razón.
El fragmento evangélico de este domingo, empieza advirtiéndonos que Jesús había
estado ayunando cuarenta días en el desierto. Tanto, maestros espirituales, como
sicólogos, dirían que de una situación así se sale purificado mental y
fisiológicamente, es decir, con la voluntad robustecida, la salud corporal mejorada y
el cerebro capaz de visión más clara. Pero el demonio no ignoraba que un periodo
así, implicaba también, en un hombre normal y corriente, una buena dosis
acumulada de aburrimiento y de necesidad de cambiar de situaciones y estímulos.
Jesús no era uno de tantos, un anónimo salido del montón, no hay que olvidarlo.
Ahora bien, el maligno no estaba seguro de la identidad exacta de quien iba a
enfrentarse. En su malicia, tuvo la osadía de querer tentar al que ya sabía le era
superior, pero tenía que probarlo. Era, o es, listo, pero no del todo, con seguridad,
ni supera, ni iguala la sabiduría del Maestro. La soledad, el silencio y el desierto son
monótonos, para el común de la gente, para el Señor, ocasión propicia de sentirse
unido estrechamente, abrigado en el espacio y el tiempo, a su Padre-Dios. Sea
como fuere, se lanzó a saco a la tarea, ante la serenidad de Cristo.
Con seguridad sentiría hambre, por mucha relajación mental que pudiera haber
conseguido y ausencia de movimientos. El cuerpo exigía aportación de alimentos,
para pura satisfacción del estómago, para deleite del paladar, para que continuara
el vital metabolismo. ¡Era tan sencillo cambiar las piedras! ¿Quién se lo iba a
reprochar? Era lógico que comiera en tal situación y que se procurara la manera de
conseguirlo con sus prodigiosas facultades. Pues, no. El Maestro no cedía a la
tentación. Ni la exigencia corporal, ni el caprichoso atractivo de unos panes, le
inclinarían a proceder según le proponía. Es mejor y necesario ser consecuente,
coherente con uno mismo, con lo que ha vivido y con lo que va a empezar a
predicar. El jugo gástrico se puede esperar, podía haberle contestado, pero el
espíritu no puede dejar de alimentarse. La comida divina sacia cuerpo, espíritu y
alma. ¡Mala suerte, pensaría el maligno! Tendré que ensayar otra jugada.
La gran explanada del templo se aguanta sobre muros, que en algunos sitios son de
gran altura. En lo que llamamos pináculo, da vértigo asomarse. Se suman a la
elevación de la pared el que a sus pies desciende bastante inclinado el valle del
Cedrón. La vista es impresionante, acercarse, da miedo. Os lo digo por experiencia,
mis queridos jóvenes lectores. Saltar y descender suavemente era un gran reto
para satisfacer la vanidad que todo mortal siente en algún momento. Asombraría a
la gente, gozaría del triunfo más que un atleta en el podio y con medalla de oro.
Para más inri, el tentador tiene la caradura de citarle un salmo. De inmediato, y
situándose allí donde le ha emplazado, le advierte: No te atrevas a tentar a Dios…
Dos a cero. Pero no ha acabado el partido.
El orgullo, lo sabemos de sobras, esclaviza y condiciona. El poder, el dominio y el
mando, es el máximo deseo de muchos. Sobre todo el mando, que incluye
evidentemente, capacidad de prohibir. De esta no se escapará, imaginaría el
maligno. El horizonte era amplio y la invitación apetecible. Aceptar un simple
soborno, que nadie presenciaba, era apetecible invitación de consecuencias
magníficas. La ocasión la pintan calva, se dice. No podía perder el tren del triunfo,
diría otro. El Maestro seriamente le contesta que no se puede ignorar la escala de
valores, en la que Dios ocupa el lugar supremo.
Ser tentado, como os decía al principio, es cosa de hombres. Salir vencedor
aumenta la hombría. El diablo esperará otro momento que crea más oportuno para
intentarlo de nuevo. Será en Getsemaní. Pero de esta situación no toca hablar hoy.
Cada uno de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, debe reflexionar ahora.
¿Cuándo he sido tentado? ¿Cómo soy tentado? ¿Cómo reacciono? Y comparase con
la actitud de Jesús y de inmediato, pedir con sinceridad ayuda. Tratar d e ser
consciente de que en el Padrenuestro incluyó el Señor esta petición. Por algo será.