I Semana de Cuaresma
Sabado
Lecturas bíblicas:
a.- Dt. 26, 16-19: Serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios.
La primera lectura nos presenta un contrato entre Yahvé y su pueblo Israel: Dios
quiere ser el Dios de Israel, e Israel, será el pueblo de Yahvé (cfr. Ex. 6, 7; Jer. 31,
33; Ez. 36,28). Dios se compromete con ser el Dios de Israel y exige de su pueblo
obediencia a su voluntad, manifestada en su alianza; Israel acepta la ley de la
alianza y pide ser el pueblo santo de Dios. Si bien el texto tiene un carácter
jurídico, el contenido no puede expresar la realidad de lo que contiene, porque no
es un contrato entre iguales, ni tampoco nace de esta declaración este contrato de
la alianza. Es Dios quien ha creado esta relación de amor con su pueblo, es su
creador y salvador, fruto de su iniciativa divina de su amor, amor gratuito por los
patriarcas y sus descendientes hasta hoy. Las obligaciones de Israel son una
respuesta al amor de Dios, cumpliendo su alianza, se constituye en lo que está
llamado a ser: el pueblo amado del Dios de Israel. El Deuteronomio va constatar
que si bien Yahvé es el Dios de Israel, el pueblo no siempre será fiel, es decir, que
Israel deberá tomar conciencia de este compromiso, que no sólo llevará tiempo,
sino que tendrá que vivirlo en esperanza. Hay que destacar la libertad en que el
pueblo acepta el compromiso con un tipo de vida que le da un sentido a su
existencia, pero desde el momento en que no vive la alianza, es decir, no responde
al compromiso, lo deja libre a su suerte. La salvación de Israel está en vivir el
compromiso: ser el pueblo santo de Yahvé (cfr. Os. 2, 25; Jr. 13, 11; 33, 9).
b.- Mt. 5, 43-48: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
El evangelio nos habla del amor a los enemigos: “Habéis oído que se dijo: Amarás a
tu pr￳jimo y odiarás a tu enemigo” (v.43). Así comienza el evangelio de hoy. En
Israel existía el mandamiento del amor al prójimo (cfr. Lev. 19,18) entendiendo con
ello a otro del propio país, el de la propia sangre. Más tarde se amplió al extranjero
que vivía en el propio territorio; se trata de un amor sincero, que excede el
derecho, y desea el bien del otro. Auténtica novedad en la enseñanza de Jesús. La
ley del talión (cfr. Gn. 4, 23-24; Lv.24,19-20) consistía en el principio de
retribución, es decir, devolver la misma ofensa que se había recibido, a quien la
había realizado. El enemigo era aquel que estaba en contra de la nación, con
ejércitos, por lo mismo, contra Dios. No existía un mandato de odiar al enemigo,
pero las incursiones y guerras de Josué, los reyes, las de Judit y Ester, las luchas
de los Macabeos, contra las naciones vecinas, generaron odios irreconciliables.
Jesús se opone a este principio, propone un amor personal por todo ser humano, es
más, todo hombre es desde ahora, prójimo para el que se dice cristiano. No exige
orar por ese que consideramos nuestro enemigo y perseguidor. Jesús primero,
luego los apóstoles, sufrieron la denigración por parte de enemigos y
perseguidores. Es una participación de Jesucristo. Esta enseñanza de Jesús, es el
primero en vivirla desde el momento que sufre la injusticia: cuando es arrestado,
pide explicaciones (cfr. Mc. 14, 48), lo mismo cuando es abofeteado ante el Sumo
Sacerdote, porque ha dicho la verdad (cfr. Jn. 18, 23), más aún les manda
protegerse de quien los quiera atacara fuerza de una espada (cfr. Lc. 22, 36). Esta
oración debe abarcar a todos los hermanos, incluidos los enemigos de Cristo y de
su Iglesia. Esta paciencia en el dolor fue convertida en victoria por los primeros
cristianos, y para los que sufren persecuci￳n por el nombre de Cristo. “Así seréis
hijos de vuestro Padre…Porque si amáis…” (vv. 45-47). Todo lo anterior, es para ser
auténticos hijos de Dios. ÉL es el modelo de bondad y del amor, prodiga su bondad
sin reservas a buenos y malos, así los como los hombres participan de los dones
naturales, así también participan de su bondad y de su gracia. Debemos
asemejarnos en nuestro modo de pensar y obrar al de Dios, porque poseemos su
amor de Padre, fuente de amor al prójimo. Sólo su reconocimiento de Padre, como
hijos suyos, valida todas nuestras obras a favor de nuestro prójimo. Pero en este
tema del amor al prójimo hay una exigencia que no podemos olvidar: nuestro amor
al prójimo, debe ser superior a lo que dicen y hacen los escribas y fariseo (cfr.
Mt.5, 20). Los cristianos deben abrir su círculo de amistades, creyentes y no
creyentes, su saludo es comunicación de vida y de gracia (cfr. 1 Tes.5, 26). La
recompensa es ser un buen hijo de Dios en esta vida y en la otra la vida eterna.
“Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre (v.48). La
perfección consiste en amar a Dios como merece ser amado y al prójimo como
Cristo lo amó. La perfección no sólo consiste en cumplir la ley, sino que Jesús le
añade algo fundamental: imitar a Dios Padre.
San Juan de la Cruz, el místico, nos invita a fijar nuestra mirada en Jesucristo, el
único santo y perfecto como su Padre, para ser verdaderos hijos de Dios. En sus
Dichos de luz y amor, el místico ense￱a: “Nunca tomes por ejemplo al hombre en lo
que hubieres de hacer, por santo que sea, porque te pondrá el demonio delante sus
imperfecciones, sino imita a Cristo, que es sumamente perfecto y sumamente santo
y nunca errarás” (D 161).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD