I Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Donde proliferó el pecado, sobreabundó la gracia
Ante el drama humano del pecado, Pablo, en Rom 5,12-21, presenta
la universalidad de la redención de Cristo, contraponiéndola a la universalidad
del pecado desde Adán. Pablo quiere mostrar la fuerza liberadora de Cristo
transmitida a cada hombre gracias a una relación de solidaridad de Cristo con el ser
humano que se contrapone a la de Adán. El punto central de Pablo es el siguiente:
Sólo en Cristo encuentra la humanidad el camino para salir de la esclavitud de la
muerte. El contraste Adán-Cristo, en la perspectiva paulina, tiene el único objetivo
de exaltar el papel salvífico de Cristo. El pecado es la fuerza hostil a Dios, que,
introducida en el mundo da al hombre la muerte, pero la muerte no es sólo la
muerte física sino la privación de salvación, la muerte espiritual y la separación de
Dios. Adán es figura del que había de venir, figura suscitada por Dios, pero
imperfecta, para presentar las realidades espirituales antes del Mesías. Lo que
Pablo nos muestra no es una correspondencia exacta entre Adán y Cristo . Se trata
de una comparación desproporcionada , pues la situación positiva es mucho más
rica que la negativa. "Cuanto más" – dice la carta- . No se puede comparar el delito
de un hombre al don gratuito de Dios en Cristo. La eficacia de la gracia es muy
superior a la del pecado. Pablo pone en ello todo el énfasis al subrayar la
incomparabilidad de lo comparado, pues "donde proliferó el pecado,
sobreabundó la gracia" de la vida en Cristo, que los cristianos nos disponemos a
renovar en el camino cuaresmal. Con este texto, densísimo en su contenido
teológico, el apóstol nos introduce en la perspectiva pascual de todo este tiempo de
conversión al evangelio.
No nos cansemos de testimoniar la perspectiva positiva de la humanidad
redimida y transformada por el Espíritu de Dios, la orientación positiva hacia
Dios, que formulara en su día K. Rahner, porque si bien es verdad que todos
pecaron, es mucha más verdad que todos hemos sido tocados por la gracia
de Dios en Cristo y hemos encontrado el camino de la salvación.
La cuaresma es el camino hacia la Pascua , hacia la renovación de la fe cristiana
en la confesión de que Jesús, el crucificado resucitado es el Señor. El Señor que
liberó a su pueblo de la opresión es quien nos libera del dominio del diablo, del
pecado y de la muerte. Empezar la cuaresma es acoger la llamada a la
conversión que Jesús nos hace, escuchar el mensaje del Evangelio y la
propuesta de incorporarnos plenamente en la dinámica del Reino de
Dios, revisando nuestras actitudes, nuestras conductas y nuestro estilo de vida,
asumiendo con Jesús y como Jesús el camino hacia la pascua. Es un camino de
pruebas, de dificultades, y a veces de conflictos por causa de la fidelidad, a través
del cual se puede ir configurando en cada uno de nosotros una criatura nueva,
impulsada por el Espíritu de Dios en la identificación con Jesús. Éste con su muerte
por fidelidad a la voluntad del Padre ha conseguido la gracia y la amnistía para el
género humano, el perdón de Dios y la rehabilitación del hombre pecador, y quiere
llevar a cabo la transformación del corazón humano con su entrega por amor en el
sacrificio redentor de la cruz.
El primer domingo de cuaresma presenta a Jesús en su confrontación directa
con el mal de este mundo, cuya representación personificada es el diablo . Los
evangelios constatan las tentaciones. Las más conocidas son las desarrolladas en
los evangelios de Mateo y Lucas , la pretendida transformación de las piedras en
pan, la espectacularidad de lo religioso al saltar desde el alero del templo y la
obtención del poder y la gloria a cualquier precio (Mt 4,1-11). Todas ellas fueron
rechazadas por Jesús. Cuando los evangelistas hablan del diablo como protagonista
de estas tentaciones, están utilizando un lenguaje simbólico y sencillo para
expresar realidades muy profundas de la vida humana. Más allá de cualquier
interpretación literal del texto bíblico, la escena de la prueba a la que es sometido
Jesús manifiesta las tentaciones reales de la vida de una persona extraordinaria. El
diablo es la imagen del adversario por antonomasia del plan de Dios sobre la
humanidad. Lo que está en juego en la confrontación de Jesús con el diablo es la
concepción de Dios, de la misión que Jesús asume como Mesías y, en definitiva, la
comprensión de la religión.
El Espíritu es quien nos guía en nuestro caminar indicándonos cómo Jesús vence la
tentación del comienzo. El Espíritu lleva a Jesús al desierto. El desierto evoca el
camino del pueblo de Israel. En su recorrido hacia la tierra prometida, cuando
guiado por Moisés es liberado de la esclavitud de Egipto y conducido a través del
desierto hacia Canaán, es el momento de la constitución del pueblo de Dios del AT,
que experimenta las grandes pruebas y tentaciones del camino: La tentación del
pan de Egipto (Éx 16) y la tentación de los ídolos (Éx 32) ponen de manifiesto la
gran tentación de abandonar al Dios liberador, de prescindir de él y de no
confiar en él. Estemos atentos, pues la gran tentación consiste es servirse de
Dios en vez de servir a Dios.
Las tentaciones en Mateo se presentan como una auténtica provocación tocando el
punto más importante de la identidad de Jesús: "Si eres Hijo de Dios" (Mt 4,3.6).
Es la misma provocación de los sumos sacerdotes al pie de la cruz: "Si eres Hijo de
Dios, baja de la cruz" (Mt 27,40). Lo que se pone a prueba es el mesianismo
de Jesús , es decir, su modo de entender y vivir su relación con Dios Padre. Los
cuarenta días de ayuno evocan los de Moisés (Éx 34,28) y Elías (1 Re 19,8) y los
cuarenta años de Israel por el desierto. El Mesías que se esperaba en Israel era un
Mesías profético, sacerdotal y real, pero las tentaciones reflejan algunas
corrupciones de las expectativas mesiánicas de aquel tiempo y del nuestro: un
mesías prodigioso, un mesías meramente político o un mesías que salve de la
situación económica.
La primera tentación mesiánica es la seguridad del pan, la de los bienes, la de la
abundancia, (cfr. Jn 6,15). Jesús responde con la Escritura poniendo todo el
énfasis en la palabra de Dios (Dt 8,3 ): "No de sólo pan vivirá el hombre sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios". Es la tentación de la seguridad en medio
de la dificultad. Uno se agarra a lo que puede en la vida ordinaria. Pero la dignidad
humana, la libertad, la condición de hijos no se venden por un pedazo de pan. Hay
algo más importante que la supervivencia, y es vivir como Hijos de Dios. Buscar
sobre todo la seguridad no es lo que más humaniza a las personas. El riesgo
fundado en la esperanza y en la confianza en Dios permite enfrentarnos a toda
tentación desde la experiencia compartida del pueblo de Dios y plasmada en la
Escritura: Con Jesús y desde el pueblo liberado por Dios sabemos que el hombre
no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios y esa
palabra llama a la solidaridad en el compartir gratuitamente ejerciendo la
misericordia de la limosna, que consiste en dar de lo que tenemos por el bien de los
otros y en cumplir la justicia de Dios.
En la segunda tentación el escenario es el templo , el símbolo central de la religión
judía. La provocación del tentador utiliza todos los elementos posibles: Pretende
manipular a Dios en su propia casa y con su propia palabra, la del Sal 91, 11-12:
"los ángeles te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con las
piedras".Se trata de instrumentalizar a Dios para conseguir algo espectacular, en la
línea del mesianismo sacerdotal. Además se manipula la palabra de Dios para
legitimar algo prodigioso. El diablo utiliza la promesa de Dios de atender al que se
encuentra en peligro para provocar un signo caprichoso, una demostración (como
en Mt 16,1). Lo que se pretende es sustituir la voluntad de Dios por un Dios
que se pliegue y se someta a los deseos y caprichos de los humanos o del
tentador , incluso en el ámbito religioso cayendo en la religiosidad más aparatosa y
espectacular. La llamada de Jesús es a vivir la oración, adorando sólo a Dios, y el
Padre, que ve en lo secreto de cada persona la sinceridad y la autenticidad de la
conciencia humana, será la única recompensa.
La tercera tentación es la del poder. En un monte muy alto el tentador promete un
poder político sobre los reinos de la tierra. Es la tentación de un mesianismo
ejercido desde el poder y la gloria de este mundo . La respuesta de Jesús no
deja lugar a dudas. La misión que él tiene que consumar para cumplir la justicia de
Dios no es un mesianismo de tipo político, ni se ejerce desde la violencia, ni desde
la imposición de normas, ni desde la conquista avasalladora de nada ni de nadie,
sino de desde la fidelidad a la Palabra de Dios y al plan de Dios contenido en
ella: Un plan de salvación del hombre que pasa por la Pasión y la Muerte
como único camino de salvación para el género humano. Jesús sabe prescindir
de todo lo que es secundario y relativo en la vida humana, él sabe ayunar y
abstenerse del ejercicio del poder para concentrarse sólo en Dios y desde ahí nos
da ejemplo de libertad interior y de servicio a los demás hasta la entrega de la
vida.
Estas son las tentaciones del comienzo de la actividad pública de Jesús. Pero las
tentaciones fueron más a lo largo de la vida, y aunque a los tentadores no se les
llame "diablo" su provocación es igualmente diabólica, pues en todo ellos se pone a
prueba y se tienta a Jesús. En Mt 16, 1, la tentación es obra de los fariseos y
saduceos pidiéndole una señal a Jesús. En Mt 19,3 los fariseos tientan a Jesús con
la cuestión del divorcio. En Mt 22,18, también los fariseos lo ponen a prueba con la
cuestión del tributo al César . En Mt 22,35, es la tentación del del jurista fariseo
con la cuestión del mandamiento principal.
En Mt 16,23 también Pedro es llamado Satanás, porque no acepta el camino del
sufrimiento del Hijo del Hombre. Y finalmente aparece la gran tentación del
abandono en Getsemaní para Jesús y para los discípulos, por la cual Jesús termina
diciendo, en Mt 26,41: "orad para no caer en la tentación" ).
En realidad la gran tentación es dar la espalda a Dios, buscando la satisfación
de los propios deseos, buscando el poder y la gloria, y sucumbiendo al
éxito fácil y al aplauso de la gente, todo a cualquier precio y a costa incluso
del mismo Dios. Puede ser ésta también la gran tentación de la Iglesia y de todo
cristiano. Las tentaciones se pueden presentar como objetivos, el poseer bienes,
gloria, y poder, o como medios para conseguir algo, la inmediatez, la eficacia y la
espectacularidad, pero en todo caso la gran tentación es vivir sin Dios, lo cual se
puede manifestar de diversos modos: dando la espalda a Dios, sirviéndose de Dios
o queriendo ser como Dios.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.