CICLO B
TIEMPO ORDINARIO
VII DOMINGO
Sí, Cristo puede perdonar pecados, porque es Dios verdadero: “El Hijo del Hombre
tiene potestad en la tierra para perdonar pecados” (Evangelio). A la mujer pecadora
Jesús le dice: “Tus pecados te son perdonados”. Los comensales reaccionan
diciendo: “¿Quién es éste para perdonar los pecados?” (Lc 7, 48-49). San Juan
Cris￳stomo escribe: “Primeramente curó perdonando los pecados, que era por lo
que había venido, esto es, por el espíritu. Y para que no dudasen los incrédulos,
hace un milagro manifiesto para confirmar la palabra con la obra y para demostrar
el milagro oculto, o sea la cura del espíritu por la medicina del cuerpo.
Cristo no sólo anunció que el Padre perdona los pecados, sino que Él mismo
perdona: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30). Proclamamos en el Credo que el
Hijo eterno de Dios por nuestra salvación bajó del cielo: Tanto amó Dios al mundo
que envi￳ su Hijo “para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida
eterna” (Jn 3, 16). El mismo Jesús dijo: “No he venido a juzgar al mundo, sino a
salvar al mundo” (Jn 12, 47). En este Jesús de Nazaret, que recorre la Galilea y
llega a Cafarnaún, “todas las promesas de Dios han recibido un sí” (segunda
lectura).
La salvación comienza con el perdón de los pecados. “El milagro de la curaci￳n del
paralítico es signo del poder salvífico por el cual Él perdona los pecados. Jesús
realiza esta señal para manifestar que ha venido como salvador del mundo, que
tiene como misión principal librar al hombre del mal espiritual, el mal que separa al
hombre de Dios e impide la salvaci￳n en Dios, como es precisamente el pecado”
(Juan Pablo II). Jesús perdona al paralítico, antes de curar su enfermedad,
señalando así que el pecado es la peor parálisis; y además que sólo el amor infinito
de Dios puede librar al hombre de la enfermedad y del pecado.
El paralítico es imagen, símbolo y parábola del ser humano impedido por el pecado
para moverse libremente en el camino del bien. El mal y el pecado atan al hombre
y lo paralizan. Son como una parálisis del espíritu. La curación de la enfermedad
corporal es signo de la curaci￳n espiritual que produce el perd￳n de Dios. “S￳lo el
amor de Dios puede renovar el corazón del hombre, y la humanidad paralizada sólo
puede levantarse y caminar si sana en el corazón. El amor de Dios es la verdadera
fuerza que renueva al mundo” (Juan Pablo II).
Los judíos relacionaban la enfermedad con el pecado: así pensaban que en el origen
de la parálisis de aquel hombre estaba el pecado. Los mismos apóstoles
preguntaron a Jesús a prop￳sito del ciego de nacimiento: “Rabbí, ¿quién pecó, él o
sus padres, para que haya nacido ciego?”. Cristo les contest￳: “Ni él pec￳ ni sus
padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9, 1-3). Mediante
los signos-milagros, Cristo revela su poder de Salvador.
Las curaciones de enfermedades que realizó Jesús anticipaban la liberación total, la
nueva creación, la plenitud de vida y de gloria, de la que participamos por nuestra
unión Cristo Jesús Resucitado, vencedor del pecado, del mal y de la muerte. Dios
nos confirma en Cristo, en el que todo se ha convertido en un “sí” (segunda
lectura). En Él todo es positivo, estable, firme. Unidos a Cristo, nosotros también
podemos vivir en positivo, responder a Dios “Amén”, que no es un simple deseo
(“así sea”), sino que significa sobre todo seguridad y firmeza.
Dios “ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu” (segunda
lectura), que viene en ayuda de nuestra debilidad. Nos configura como hijos de
Dios en Cristo, el Hijo eterno de Dios. Y nos impulsa a vivir la libertad de los hijos
de Dios. “Para vivir en libertad Cristo nos ha liberado” (Ga 5,1). Es el Espíritu de la
verdad, que habita en nosotros y nos hace libres: “donde está el Espíritu del Se￱or
hay libertad” (2 Co 3,17). El Espíritu que es Se￱or y Dador de vida. Es el amor de
Dios derramado en nuestros corazones, que nos transforma y nos da fuerza para
responder al amor de Dios, amándole sobre todas las cosas y al prójimo como a
nosotros mismos.
El perdón de los pecados es un don del Espíritu Santo. Cristo Resucitado exhaló su
aliento sobre los discípulos y les dijo: “recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20, 22-23). Dios Padre misericordioso
“reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo y derramó el
Espíritu Santo para la remisi￳n de los pecados” (absoluci￳n sacramental). Nosotros
ahora, por la fe, que obra por el amor, y por los sacramentos (“un solo bautismo
para el pedón de los pecados”), estamos unidos a Cristo Resucitado, que nos hace
partícipes de su victoria sobre el pecado, el mal y la muerte.
MARIANO ESTEBAN CARO