II Domingo de Cuaresma
LA TRANSFIGURACIÓN
Padre Pedrojosé Ynaraja
Este episodio evangélico nos lo encontramos, mis queridos jóvenes lectores, ahora
en Cuaresma y en una fiesta propia, durante el año litúrgico. Comentarlo tantas
veces, me da la sensación de lo que antiguamente llamábamos un disco rayado.
Pero, evidentemente, sería temeridad creerme que habéis ido leyendo con
anterioridad todos los comentarios que en mi vida he escrito. Espero entendáis mi
desasosiego. Os confieso que no era un pasaje que me entusiasmase especialmente
y que, para más inri, el saber que la gran fortaleza-basílica edificada al pie del
monte Sinaí estaba dedicada a este misterio, me desconcertaba aún más. Pero al
día siguiente de llegar a Jerusalén en mi primer viaje comprobé la fastuosidad con
que los cristianos de la Ciudad Santa la celebraban, pues, precisamente coincidía
con ella. Debía ser, pues, algo importante lo que en la Transfiguración se
encerraba.
Os contaré lo que últimamente me ha ofrecido su contenido a mí, pero que tal vez a
vosotros no os interese mucho, pero es mi realidad sincera. Antes de compartirlo,
os facilitaré algunos datos. El texto evangélico no dice el lugar preciso donde
sucedió, pero la tradición, casi unánimemente, está de acuerdo que se trata del
monte Tabor. Probablemente nosotros le llamaríamos colina o cerro, ya que su
altura no excede los 400 metros sobre su entorno (575 respecto al nivel del
Mediterráneo). Se eleva elegantemente sobre la llanura de Esdrelón, granero de
siempre de Israel. Es la señal, una especie de faro, que nos indica que hemos
entrado en Galilea, cuando de Jerusalén nos dirigimos a Nazaret. He estado en
bastantes ocasiones, me han subido en taxi y he llegado yo conduciendo un
vehículo. Parece arriesgada aventura por sus cerradas curvas y empinada subida,
pero no lo es. La cima es alargada. El peregrino, generalmente, se limita a entrar
en la basílica, leer el texto, asombrarse del precioso mosaico situado en el ábside,
tal vez celebrar misa y bajar, para ir a otra población.
En una ocasión, al llegar pocos segundos después de las 17h, no pudimos entrar en
la iglesia. No dudo decir que fue una suerte. Nos dedicamos a recorrer la planicie,
empaparnos del espeso entorno de encinas peculiares, el “quercus itaburensis” del
que tengo unos cuantos arbolitos en casa, que regalo a quien es sensible a estos
símbolos. Se levantan por el entorno de entre los vestigios de primitivas culturas,
algunas iglesitas. Una de ellas, ortodoxa, se dice que está en el lugar del encuentro
de Abraham con Melquisedec. Solo en una ocasión he podido entrar. Otra,
diminuta, conmemora la conversación de “no lo contéis hasta que resucite” cosa
que no entendieron los discípulos. Y recuerdo otra ermita, que no se significado
pueda tener. Seguramente ocurrió el hecho en los días que el pueblo judío celebra
la fiesta de los tabernáculos, en otoño. Pero los amigos predilectos del Señor,
olvidaron levantar las preceptivas cabañas y, por lo que cuentan, durmieron al raso,
grave error. Les despertó lo que nos cuenta el texto. Tal como os decía
anteriormente, mis queridos jóvenes lectores, os explico lo que he aprendido
últimamente de este hecho. No dudo que el Maestro quiso prepararlos para los días
aciagos de su Pasión. Ahora bien ¿qué me enseña a mí concretamente y ahora?
Hace tiempo me preocupa la resurrección del cuerpo humano, que la Fe cristiana
nos afirma. De ninguna manera dudo de la perduración de lo que llamamos alma.
Pero, ¿qué es el cuerpo? En primer lugar, y una buena parte de él, simplemente
agua, que continuamente se incorpora bebiendo y se expulsa de diversas maneras,
supliéndose con otras aportaciones. De manera semejante los demás compuestos
químicos. Que los espacios intraatómicos sean muy superiores a las cargas, algunas
sin masa, nos lo aseguran los físicos. Materia y energía, energía y materia, no son
cosas tan dispares. Por este camino se vislumbra alguna posible solución. Tal vez,
dicho de algún modo, lo que vieron fue el cuerpo energético del Maestro.
De los cuerpos de Moisés y Elías, quedarían en algún lugar, cenizas residuales.
¿Qué es lo que vieron los apóstoles? Imagino que algo así como energías
corporales, por llamarlo de alguna manera. No continúo. Pero os advierto que
pensar así, me ayuda en mis dudas. Y me cuesta menos creer en la otra existencia,
íntimamente unido a Dios, pero sin perder individualidad. Pedro es un individuo
espontáneamente generoso e ingenioso. No se queda impávido. Dios Padre
aprovecha la ocasión para enseñarles: este es mi Hijo predilecto y en su categoría
único, hacedle caso. Y sanseacabó. Pero no, aquellas palabras las recordaron y nos
han llegado hasta nosotros.
No gozaremos de una Transfiguración a nuestro antojo. Pero sí mediante
catequistas o lecturas, habremos sido aleccionados. No nos quedemos para
nosotros solos esta riqueza. Es un deber explicarlo, es decir, evangelizar, no lo
olvidéis.