Ciclo A: II Domingo de Cuaresma
Mario Yépez, C.M.
¡Tómate un respiro en el camino!
Uno de los pasajes muy conocidos en la Historia Sagrada es la vocación de
Abraham. Se ha hablado y comentado mucho acerca de la absoluta disponibilidad
de Abraham al llamado de Dios y su decidida obediencia a consumar la promesa
recibida por Dios. Pero creo que es importante dar una mirada de conjunto a este
texto y tal vez pueda sugerirnos alguna otra perspectiva que nos pueda ayudar a
reflexionar mejor este pasaje y, más aún, dentro del espíritu de la cuaresma. En
primer lugar, estamos ante el llamado dirigido a Abram, todavía no es Abraham, y
esto nos da un dato interesante, todavía no se refrenda ninguna alianza ni
compromiso, sino está latente una promesa. Abraham según el pasaje que cierra
este relato vocacional sale de Jarán hacia Canaán (Gn 12,5) y si revisamos atrás,
Abram ya había comenzado su itinerario pues había salido de Ur de los Caldeos y se
dirigía a Canaán, pero decidió habitar en Jarán (Gn 11,31). Como vemos, este
relato vocacional ha sido puesto en medio de un itinerario ya marcado por el deseo
de Abram. Sabemos también que muchos de estos relatos fueron elaborados desde
la reflexión teológica de un pueblo que afrontó el exilio (s. VI aC) como un
desarraigo de su tierra, como un itinerario “forzado” que les había llevado a
considerarse un pueblo sin trascendencia, humillados y malditos. Todo esto llega a
un límite y el límite lo va poner la intervención del Señor. Dios confronta al
proyecto de Abram. Es verdad, él ya había salido de su tierra y de su parentela y de
la casa de su padre, pero motivado por la desesperanza de no encontrar un futuro
promisorio: Saray era estéril (Gn 11,30) y había asumido a Lot bajo su protección
quizá pensando que podría no solo darle descendencia al hermano de Abram
muerto, Aram padre de Lot, sino a él mismo. Es Dios quien le ofrece una esperanza
a ese itinerario poco favorable. Obviamente, Israel se identifica con este Abram,
“estéril” y “sin futuro”. Las promesas de Dios son extraordinarias pero contrarias a
lo que está viviendo Israel en el exilio: ser una “nación”, ser “bendecido”, “ser
reconocido”. Abram mismo tiene que ser una bendición (imperativo), pero para eso
tiene que hacer camino con Dios. De esta forma, en la obediencia y aceptación de
esta propuesta de parte de Dios, está implícita la bendición que puede conceder su
ejemplo para todos los clanes de la tierra. Abram, ante todo lo que tiene decide
aceptar la propuesta de Dios y se confía a lo que vendrá. Abram no vio una gran
descendencia, ni un gran pueblo, ni el reconocimiento de todos los clanes, pero se
aventuró. Y más aún esto le llevó a contraponer muchas veces a lo largo de su vida
su propio proyecto al de Dios, pero buscó, confrontó y siempre supo acogerse a la
promesa de Dios. Esto es lo que realmente lo convierte en el “Padre de la fe”.
El legado paulino se extiende hasta tiempos posteriores a su muerte y estas cartas
pastorales intentan actualizar su mensaje siempre arraigado en Cristo. En este
fragmento de la segunda carta a Timoteo, se subraya ante todo dos cosas muy
claras para las comunidades cristianas, pero sobre todo, para quienes en Timoteo
asumen la responsabilidad de acompañar a tales comunidades. En primer lugar,
nunca avergonzarse del testimonio recibido y en segundo lugar, compartir el
sufrimiento a causa del evangelio. Finalmente se dedica a describir el alcance de
este evangelio que salva y que nos llama a una vocación santa, sustentado en la
gracia y el designio de Dios manifestado en
Cristo Jesús que venció a la muerte y nos regaló vida e inmortalidad. En el fondo,
Pablo exige la fidelidad del mensaje transmitido y esto se convierte en una norma
que no debemos pasar por alto y es la referencia absoluta de nuestra fe: el
evangelio, que es el mismo Cristo. Por tanto, no podemos sentir vergüenza de lo
que nos conduce a una vida santa y debemos aprender a confiar en todo momento,
aprendiendo también a solidarizarnos en el sufrimiento por causa del evangelio y
acerca de esto, no solo Pablo debería estar en nuestra mente, sino tantos hombres
y mujeres que soportaron tantas afrentas por su fidelidad a Cristo. Volver a la
fuente nos fortalece y esto es importante para siempre discernir sobre que cimiento
descansa nuestra fe y nuestra perseverancia en la comunidad.
Siempre el segundo domingo de cuaresma (como en el primero pasa con el pasaje
de las tentaciones) se proclama el relato de la transfiguración de Jesús, pero en sus
diferentes matices que intentan subrayar los evangelios sinópticos. Son estos
detalles los que nos ayudan a entender la clave del mensaje que intentan
transmitir. Esta vez nos acercaremos a la propuesta mateana. Es verdad que todos
la colocan detrás de un anuncio de Jesús acerca de su pasión y la invitación a
seguirlo tomando la cruz (Mt 16,21-28; Mc 8,31-9,1; Lc 9,18-27), lo que implica
que este relato de la transfiguración es una especie de relato de contraste puesto
que para un camino de “sombras” es preciso fortalecerse con un momento de luz y
que no hace sino anticipar el destino final, que Mateo alude con el tema de no
contar la visión hasta la resurrección del hijo del hombre (Mt 17,9). Mateo ha
seguido de una manera más fiel a Marcos, pero intenta como siempre, salvar de
sobremanera la insistente señalización de que los discípulos no comprendían nada y
vivían atemorizados (cf. Mc 9,6). Mateo utiliza adecuadamente los elementos
necesarios para resaltar que los discípulos están experimentando una revelación de
la divinidad de Jesús como sucedía en el AT con la revelaciones de Dios: caer de
rodillas, ser tocado (Mt 17,6-7). Moisés, por quien se dio la Ley a Israel y Elías,
símbolo del profetismo celoso del Señor, aparecen ante los visionarios conversando
con Jesús. La historia de Israel tiene que ser leída desde la clave de Jesús. La
presencia de Dios en antiguo estaba determinada por la Ley y también por la voz
de los profetas, ahora esta Palabra se revela en Cristo, el Hijo de Dios, el Amado.
Mateo vuelve a repetir la voz que se escuchó en la teofanía del bautismo de Jesús
(Mt 3,17), con lo cual es mucho más evidente la identificación. Finalmente,
atendemos a los destinatarios de la visión quienes son privilegiados de esta
transfiguración y se suma la iniciativa de Pedro de edificar tres tiendas
(remembranza del éxodo). Pero la nube, símbolo también de la presencia de Dios
en el AT, termina de concluir la constante alusión a la presencia de Dios, que invita
a sus seguidores a escucharlo. Sin duda, este relato pasa a ser un aliento en el
camino, pues ya se ha revelado a los discípulos el destino final de Jesús y lo que
implica para ellos mismos. El Mesías sufriente se patentiza y se hace necesario un
respiro para experimentar la gloria, la presencia de Dios, que ya no necesita de
mediaciones sin más, sino se hace realidad en Jesús, a quien es preciso escuchar.
Nuestra vida es una búsqueda de Dios, muchas veces lo sentimos, lo percibimos, lo
vemos y lo oímos, pero a también otras tantas parece que nos confundimos y hasta
hemos podido llegar a quedarnos tan centrados en los medios que no hemos
llegado al mismo Cristo, que es el fin. Es urgente
aprender a confrontarnos con el proyecto de Dios y a pesar de aferrarnos al nuestro
y al que ofrece el mundo, necesitamos confiar en las promesas de Dios. ¿Por qué
no creer que aquello que se manifiesta como estéril, maldito, proscrito, pueda
cambiar si decidimos confiar en el Señor? Abram tuvo que optar, él ya estaba
haciendo un camino y Dios le propuso continuarlo pero desde otra motivación. ¿Qué
nos falta para aceptar esta invitación? Tenemos el evangelio, esa es nuestra pauta
de vida, no nos avergoncemos de esta propuesta, de este estilo de vida. Muchas
veces tendremos que solo acompañar en el sufrimiento porque no es fácil ser
comprendido como cristiano, pero no podemos renunciar al evangelio que nos salva
y nos da una vida plena. Y Dios siempre nos da un respiro. Cuánto de verdad tiene
la sabiduría popular: “Dios aprieta pero no ahorca”. Pero desde la perspectiva de
este relato de la transfiguración, Dios no solo da un respiro, sino que favorece al
discípulo confortándolo con momentos de lucidez que muchas veces los tenemos a
la mano, pero no lo sabemos disfrutar. ¿No lo crees así? ¡Cuánto de razón tiene el
salmista! Hoy debo sentir que mi Señor mira con ojos fijos a este servidor que
siempre espera en su misericordia (parafraseando): “para librar mi vida de la
muerte y reanimarme en tiempo de hambre”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)