II Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas:
a.- Gn. 12, 1-4: Vocación de Abraham.
La primera lectura, nos presenta la vocación de Abraham. Las primeras palabras de
Yahvé para él son un ramillete de promesas: sal de tu tierra, haré de ti un gran
pueblo, con tu nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra (vv.1-2). La
respuesta de Abraham es salir en busca del cumplimento de todo lo prometido. La
figura del patriarca se mueve entre su pertenencia a la humanidad pecadora y esa
futura nación. Encarna la promesa de bendición ante una humanidad pecadora,
pero también da sentido, a la elección del pueblo bíblico; Abraham es signo de la
humanidad que tiene futuro, donde Israel encuentra su origen. Su salida habla de
su pertenencia original a la humanidad (cfr. Gn. 11,10-32), dispersa en Babel,
rompe los lazos familiares, de su clan, renuncia a todas sus seguridades, para dar
inicio a un nuevo pueblo. Abraham, sale motivado por la palabra de Dios, con una
actitud de obediencia y confianza, que aumentan sus posibilidades de realizado
cuanto se le había prometido, porque es Dios el término de su obediencia y
confianza. Abraham camina hacia la grandeza que es la de Dios; no sale al vacío,
deja las seguridades humanas para entrar en las de la gracia divina. Entrar en Dios
por parte de Abraham, es para llevar la bendición a la humanidad y desplazar la
maldición; será bendición en la medida en que sea paradigma de ella. Abraham
pertenece al futuro pueblo por vía de la paternidad, pasando del nivel biológico
hasta el teológico en que se conforma el pueblo de Abraham, que nace de la fe y
obediencia ante Yahvé. La promesa patriarcal, conlleva en ella el tema de la
descendencia, la tierra y bendición.
b.- 2Tim. 1,8-10: Dios nos llama y nos ilumina.
EL apóstol Pablo, ayuda a Timoteo a redescubrir su vocación a la santidad. Este
discípulo de Pablo, había recibido un don, por la imposición de sus manos, el don de
la fortaleza, caridad y templanza (v.7), y no de temor. No debe avergonzarse ni del
Señor Jesús a quien anuncia, ni de Pablo prisionero, la predicación del evangelio, no
tuvo ningún tipo de privilegio, al contrario, los romanos lo consideraban un acto de
subversión al estado. Era quizás el tiempo de las primeras persecuciones de ahí el
temor de Timoteo. De ahí que le recuerde que el cristiano ha sido llamado a una
vocación santa, no por las obras sino por una determinación de la gracia divina
manifestada en Cristo Jesús. Es la llamada a los cristianos a la salvación, como la
de Abraham, vocación gratuita de Dios. Esta vocación es superior a la del Patriarca,
porque Dios nos ha convocado por la Encarnación y Redención de su Hijo como
Cabeza de la nueva humanidad. La obra de la salvación comienza en esta vida para
culminar en la eternidad. Como él, Timoteo ha sido constituido en heraldo, apóstol
y maestro en su Iglesia.
c.- Mt. 17,1-9: Su Rostro resplandeció como el sol.
La Transfiguración de Jesucristo, encierra el misterio de su gloria, por una parte,
gloria que posee como Segunda Persona de la Trinidad, antes de la Encarnación, y
por otra, la voz del Padre que desde la nube que lo proclama, como su Hijo muy
Amado, al que hay que escuchar (v.5). Mateo lo presenta como una teofanía
semejante a la proclamación de los mandamiento en el monte Sinaí (cfr. Ex.19-20),
confirmándose la idea que para el evangelista, que escribe a judíos, la idea de
presentar a Jesús, como el nuevo Moisés. Posee el carácter de una investidura
mesiánica, como el Bautismo, lo que manifiesta la vocación profética y mesiánica
de Cristo. La presencia de Moisés y de Elías tiene un significado muy especial: con
ello enseña, que Jesús es el cumplimiento de toda la Ley y el cumplimiento de
todas las profecías que hablaban del Mesías, que tenía que venir de parte de Dios.
Hace a Cristo más cercano en su vocación a todos los hombres el testimonio de
estos varones insignes. La nueva alianza, la hace Jesús con su Padre a nombre de
la humanidad, sellada con su propia sangre en la Cruz, y ya no con sangre de
machos cabríos y toros como fue proclamada la antigua alianza en el Sinaí por
manos de Moisés (cfr. Ex. 24). Las palabras del Padre, las pronuncia para
presentarnos a su Hijo en su gloria; gloria que retomará luego de su Pasión, una
vez Resucitado del sepulcro de la muerte. Ese que ahora ven glorioso y
resplandeciente de luz, lo verán cruzar en el día más oscuro de la historia, cargando
la cruz camino del Calvario, humillado y sometido al suplicio de la muerte. Esta será
la gran prueba para la fe de los discípulos, se puede contemplar su pasión e incluso
comprender su dolor, pero sin olvidar la causa de tanto dolor redentor. La nube no
cubre a todo el pueblo, como antiguamente, sino sólo a los protagonistas, los
apóstoles y al patriarca y al profeta; la luz que transfigura a Jesús no es más que
para ÉL, Salvador de su pueblo y Juez de todo aquel que no lo acepta como Mesías
e Hijo de Dios. Su manifestación es a los más íntimos de sus discípulos: Pedro,
Santiago y Juan. El Trasfigurado es signo de la presencia de Dios en medio de los
hombres: “Escuchadle” (v. 5), es la mejor expresi￳n de cuanto quiere Dios
comunicar al hombre. Esta única y definitiva palabra del Padre, oída por los tres,
debe comunicarse y transmitirse a los demás. Este es el Profeta, semejante a
Moisés que debía venir, a quien es preciso escuchar ahora, así como en su tiempo
se escuchó a Moisés (cfr. Dt. 18, 15). Éste hablaba al pueblo de Israel, Jesús
transfigurado habla a los tres, representantes del nuevo pueblo de Dios que nace
de la predicación de la palabra. Ahora bien, Jesús habla y enseña como Maestro de
Nazaret, pero además es el Señor, lleno de luz y envuelto en la nube, signo de la
divinidad; Dios y Hombre verdadero, aquí resplandece como el Señor manifiesto y
el hombre oculto, cuando en el relato bíblico normalmente es al revés. Dios Padre
aparta un poco el velo del misterio de Jesús, los discípulos adoran el misterio y el
temor los acompaña por intuir que están ante Dios. Vienen en su auxilio las
palabras del Maestro: “Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: Levantaos,
no tengáis miedo. Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús
solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: No contéis a nadie la visión
hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.” (vv. 7-9).
Estamos transfiguramos desde el momento en que escuchamos el evangelio,
escuchamos a Jesús en su palabra y en la oración, pero no debemos quedarnos en
la escucha, primer paso, sino en llevarlo a la existencia de cada día. Dejarnos
transfigurar, cambiar nuestra vestidura de pecado y actitudes egoístas, por las que
son propias del evangelio, hasta que plasmen no sólo el creer, sino el actuar del
Crucificado y Resucitado en la propia existencia y resplandezca así su luz en obras
que exige la fe.
San Juan de la Cruz, siempre de pocas palabras pero de profundidad abismal nos
ense￱a: “El que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo” (D 106)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD