II Semana de Cuaresma
Jueves
Lecturas bíblicas:
a.- Jr. 17, 5-10: Bendito quien confía en el Señor…no deja de dar fruto.
La primera lectura, es no posee albricias, pero sí el lenguaje sapiencial: sentencias
cortas, ideas base, principios generales, reflexivos, refranes que quedan en la
mente, por ser populares. Se usa lo antitético en la expresión en que se realza una
verdad, en oposición a su contrario. El hombre es semejante a un árbol que nace
en la estepa, no crece, porque raquítico, sin los nutrientes vitales. Esta es la
realidad del hombre abandonado a sus propias fuerzas, que no ha puesto su
confianza en Dios, sino en sí mismo. Confía en su carne, por lo que se hace maldito
a los ojos de Yahvé. Distinta es la suerte de quien pone su confianza en el Señor,
porque como árbol siempre verde en sus hojas, da fruto a su tiempo; sus raíces se
hunden en la corriente, en tiempo de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto
abundante. Este es el hombre que Dios quiere para sí, esta es la actitud que espera
de sus fieles, que aprendan a usar su libertad, para obrar siempre el bien. Lo mejor
para el creyente es estar siempre junto al Señor. Detrás de todo este lenguaje hay
situaciones históricas el fracaso de la reforma de Josías, las alianzas hechas por
Joaquín con las potencias extranjeras como asiria. La única fuerza de Israel, es la
que viene de Yahvé, ahí radica la esencia de su fe. Jeremías va a lo esencial de ser
y existir, cuando contempla la prosperidad del malvado y el sufrimiento del justo.
Escudriña los juicios de Dios y la maldad del hombre. En su corazón está la fuente
de sus males, sólo Dios sondea sus entrañas para pagarle según sus obras, aunque
luego no pueda comprenderlo. El profeta privilegia a interioridad de su encuentro
con Dios.
b.- Lc. 16, 19-31: El pobre Lázaro y el rico Epulón.
El evangelio, nos presenta unas apariencias que engañan, porque el resultado es
completamente distinto de lo que se esperaba: el que se pensaba que era feliz en
este mundo, lo sería también en la eternidad, y el que era pobre y desgraciado no
conocería jamás la felicidad; sin embargo, lo común para ambos es la muerte, y el
juicio divino, lo cambia todo. El rico Epulón pasa a la condenación eterna y el pobre
e infeliz Lázaro, a la gloria del seno de Abraham (cfr.Gn.15,15; 49,33). El primero
se condenó por no compartir sus bienes con el hambriento, el segundo se salvó, no
porque era pobre, sino porque padeció los males con fe y confiado en el Señor.
Lázaro es un pobre, abierto a la grandeza de Dios, que se preocupa de los enfermos
y pobres de la tierra; su muerte revela el verdadero tesoro que posee en el seno de
Abraham, que es el cumplimiento de todas las promesas. El rico en realidad es
pobre, porque si se gloría ante Dios con su riqueza material, esto es más que nada
y miseria a los ojos de Dios. El mensaje no para aquí, sino que en el diálogo con
Abraham en el cielo, el rico Epulón reconoce que las riquezas que tuvo él y sus
parientes, no son nada para la vida eterna. El rico consciente de su suerte acude a
Abraham a quien reconoce como padre, porque se considera heredero de la
promesa, aunque a él le faltaban las buenas obras (cfr. Lc.3,8). Pide mejorar su
situación, que sea Lázaro, a quien sigue viendo como un servidor, que le moje la
lengua con agua y alivie del fuego que lo atormenta, todo lo cual agrava su culpa,
porque conocía a Lázaro y su sufrir a su puerta (cfr. Is.65,13; 66,24; Mc.9,48).
Abraham responde con firmeza, así y todo, lo llama hijo (v.25), y la razón para no
acceder a su petición es que ya gozó en la tierra de sus bienes, lo que no tuvo el
pobre Lázaro (cfr. Lc.16,9; 14, 12-13; 12,33-34; 18,22). Hay un abismo que los
separa por lo tanto Lázaro no puede ayudarlo. El rico ruega por su familia, se
acuerda de su deber instruir a sus hermanos en la Torá y pide que el pobre visite a
sus hermanos y les recuerde que deben ser generosos con los pobres
(cfr.1Sam.28,7-20). Abraham le responde que les basta: la Ley de Moisés y su
palabra, ahora si no obedecen a ésta, aunque resucite un muerto no creerán (v.
31). Ningún mensaje es más explícito que la palabra de Dios que hace al hombre
bienaventurado y que puede cumplir (cfr. Lc.11,28; Dt.30,11). Son los corazones
endurecidos y cerrados a las realidades celestiales, las que impiden la escucha de la
Ley de Moisés. El patriarca deja en claro que la increencia seguirá, aunque resucite
un muerto, lo que alude a Jesucristo, porque una aparición de Lázaro, no es una
auténtica resurrección. Lucas apunta a la continuidad con el AT, así como se vivió la
antigua revelación, será la acogida que tenga el mensaje de Jesús. La parábola no
exalta ni la riqueza ni la pobreza, lo que quiere enseñar es cómo el rico podría
haber considerado la vida, como un don de Dios y compartir sus bienes con el
hambriento y enfermo que estaba a su puerta. El rico terminó en el infierno, se
cerró en sus propios intereses y en su riqueza, de modo tal, que cuando le
corresponde presentarse ante Dios, cara a cara, a su luz, se encontró vacío de
obras. La condena es fruto de haber elegido una existencia contraria, a la voluntad
de Dios, a su misterio de vida y salvación para el hombre; permanecer privado de
la gracia de Dios, de su amor que salva, sin el encuentro con un prójimo
necesitado; es la no existencia, ya en esta vida. En cambio, Lázaro, se abandonó a
las manos de Dios, de los ángeles, precisa el texto, signo de su amor. Se presenta
en el reino de Dios, en el seno de Abraham, donde se cumplen las promesas.
Lázaro abierto a la gracia y al amor de Dios se deja guiar por ellas hasta conseguir
la salvación divina. En todo el pasaje está de trasfondo el tema del juicio particular,
donde la muerte revela lo profundo del hombre y que lo lleva al seno de la vida
verdadera o al abismo de la condena (cfr. Lc. 23, 43; Hch. 7, 54-60), si en su vida
no compartió sus bienes con el prójimo necesitado con amor.
San Juan de la Cruz, nos advierte que debemos cultivar la moderación en todo:
“Del gozo en el sabor de los manjares, derechamente nace gula y embriaguez, ira,
discordia y falta de caridad con los prójimos y pobres, como tuvo con Lázaro aquel
epulón que comía cada día espléndidamente (Lc. 16, 19)” (3S 25,5).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD