Ciclo A: III Domingo de Cuaresma
Rosalino Dizon Reyes.
Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros (Rom 5, 8)
Jesús vive la verdadera religión. Quienes siguen su ejemplo adoran al Padre en
espíritu y verdad.
El culto que el Padre desea, según Jesús, cruza las líneas geográficas. No tiene que
estar vinculado al templo hierosolimitano ni al templo samaritano.
Trasciende también barreras de género y de etnicidad. Es para hembras y varones.
No es exclusivamente de un grupo racial; de lo contrario, se demostraría falso por
negar al verdadero Dios que no hace distinciones, sino que acepta al que lo teme y
practica la justicia, de cualquier nación que sea.
Pero el Dios imparcial expresa una clara opción preferencial por los en las
«periferias». Él defiende al débil del poderoso y al humilde del explotador. Exige
que no se les oprima a los huérfanos, viudas y forasteros, y que sean respetados
sus derechos a las cosas que necesitan para vivir. Y jura, por su vida, que no se
complace en la muerte del malvado, sino en que cambie de conducta y viva.
Claro, a este Dios lo da a conocer Jesús que está en el seno del Padre. Lo revela a
través de palabras y obras: enseña en las sinagogas y proclama el Evangelio, cura
enfermedades y dolencias; come con publicanos y pecadores, aclarando que no ha
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, y a entregarse para el perdón de
los pecados.
Efectivamente, enseña Jesús que donde hay necesidad, allí hay oportunidad para
rendir culto a Dios. Si conocemos, por el don de Dios, quién es el que nos pide de
beber en el pleno calor del día, acabaremos pidiéndole nosotros y él nos dará agua
viva: él nos llevará al verdadero culto, nos lo dirá todo, lo que atañe tanto a la paz
y la justicia como a la moralidad sexual (a la que nos inclinamos a reducir,
desafortunadamente, la Buena Noticia); él nos concientizará, se nos revelará el Hijo
del Hombre a quien le bastará con tener como base de juicio final lo de si
hubiéremos ministrado o no a sus humildes hermanos.
Está cerca de nosotros la religión pura, consistiendio en «visitar huérfanos y viudas
en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo» que solo
promueve la codicia que provoca divisiones, guerras, miserias e injusticias. La
practican los pobres, quienes, a diferencia de aquellos murmuradores en el
desierto, no se quejan en medio de sus aflicciones y necesidades, como lo sabía san
Vicente de Paúl por experiencia (XI, 120, 462). Ni se desesperan aunque queden
sin atender, por ejemplo, en la Oficina de Transporte Terrestre de Filipinas, por
tener solo los 584 pesos filipinos suficientes para obtener la licencia de conducir
motocicleta y faltarles los 1.416 exigidos como soborno.
Difícilmente podemos huir de los marginados. Si nos reconciliamos con ellos para
formar un solo cuerpo mediante la cruz, será intachable ante Dios nuestra ofrenda,
nuestro culto.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)