CICLO B
TIEMPO DE CUARESMA
IV DOMINGO
Llegamos hoy al IV domingo en el camino hacia la Pascua a través del desierto de
la Cuaresma. Como Jesús (Mt 4, 1-2). En el horizonte de este desierto cuaresmal
se entreve ya la cruz, como culmen de la misión de Cristo. Es la cumbre de su amor
para la salvación del hombre: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en
él tenga vida eterna” (Evangelio).
Dios infinitamente bueno (el único bueno), infinitamente misericordioso, “por el
gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados nos ha
hecho vivir con Cristo…nos ha resucitado con Cristo Jesús” (segunda lectura). Dios
mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él: murió por nuestros
pecados y resucitó para nuestra justificación.
La cuaresma, camino hacia la pascua litúrgica, pone ante nosotros en este
domingo las realidades fundamentales de la Pascua eterna, la que no acaba y que
fue iniciada en Cristo y por Cristo, de una vez para siempre, hasta que Dios nos
haya “sentado en el cielo” con Jesús, en la plenitud de su gloria (segunda lectura).
“La bondad de Dios para con nosotros en Cristo Jesús” (segunda lectura) está en el
origen de esta historia hacia la salvación de la Pascua eterna. El amor de Dios, que
entregó a su Hijo único, para que, desde el madero de la cruz, hiciera llegar a todos
los hombres el amor infinito del Dios crucificado, que es el que nos salva. Esta es la
causa de nuestra alegría: “Alégrate, Jerusalén” (antífona de entrada); es la
“cumbre de mis alegrías” (salmo responsorial). El motivo de esta alegría es el gran
amor que Dios nos tiene: “Dios nos ama de un modo que podríamos llamar
"obstinado", y nos envuelve con su inagotable ternura” (Benedicto XVI).
Toda la misión de Jesús fue manifestación del amor y de la misericordia de Dios.
Pero de modo muy especial lo fue su muerte en cruz, que nos revela la grandeza de
Dios que es amor. En la cruz la revelación del amor misericordioso de Dios
“alcanza su punto culminante” (Juan Pablo II).
La salvación es la vida eterna de Dios, de la que nos hace partícipes ya ahora: “por
pura gracia estáis salvados”, nos ha hecho vivir con Cristo, nos ha resucitado con
Él. “Estáis salvados por su gracia y mediante la fe” (segunda lectura). La gracia es
ya la gloria en camino y la gloria es la gracia en la plenitud definitiva.
La fe no es una ideología, sino encuentro con Cristo: El que cree en Él, en su
nombre, no será condenado, no perecerá. Hemos sido salvados en la fe. Y esto
ahora, pues por la fe de manera incipiente (en germen) “ya están presentes en
nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera. Se nos da ya
ahora algo de la realidad esperada” (Benedicto XVI).
Somos obra de Dios, que “nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos
a las buenas obras” (segunda lectura). Por la fe y el bautismo hemos sido hechos
hijos de Dios por la participación en la filiación divina de Jesús. Fe viva y entrega
generosa le pedimos a Dios en las oraciones de la misa de hoy. Una fe con obras,
que realice la verdad. Así, a lo largo de la cuaresma de nuestra vida, nos iremos
encaminando hacia la Pascua eterna de luz y de gloria, si nuestras “obras están
hechas según Dios”, que nos ha creado para vivir como hijos de la luz y para ser luz
del mundo: “El que realiza la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus
obras están hechas según Dios” (Evangelio).
MARIANO ESTEBAN CARO