¡Un valiente ciego que fue capaz de soportar tremendo bulling por Cristo
Jesús!
Domingo 4º. de cuaresma 2014, 30 de marzo A
Desde que Caín y Abel existieron sobre la tierra, unos hombres se friegan a los
otros, en todas las épocas de la vida, desde la casa, en la primaria y cuando los
hombres ya son viejos, basta un defecto, la ceguera o la más ligera sordera ya son
motivo para atormentarte o burlarse de ti, incluso un color distinto en la piel, es
motivo para encontrar un bueno motivo para que se rían de ti o te atormenten.
Esto tiene ahora un término muy elegante que se ha impuesto en todo mundo: el
bulling. Y el Evangelio de este domingo, nos presenta la figura de un hombre
especialísimo que no dudaría yo en proponerlo como el patrón de todos los que
intentan sobreponerse en cualquier lugar del mundo a la burla, el tormento o
incluso los golpes físicos o la muerte misma. Se trata de un ciego de nacimiento, ya
en las inmediaciones de la muerte misma, la muerte redentora de Cristo Jesús. Fue
en Jerusalén, y con ocasión de la pregunta de algunos de sus discípulos sobre su
condición de pecado por su ceguera, Cristo va a iluminar a todos con su muerte y a
encender una luz que nadie sea capaz de aplacar. Por eso, como en los inicios de
la humanidad, Cristo toma un poco de tierra del suelo, la mezcla con su saliva y le
pide al ciego que vaya a una piscina cercana para que recobrara la vista. Ahí
comienza el luminoso camino del ciego, que la verdad no conocía a Cristo pero al
que poco a poco pero con una profunda valentía fue descubriéndole, primero
simplemente como un hombre que le había dado la luz para sus ojos, después,
interrogado por los fariseos que veían con muy malos ojos que Cristo le hubiera
curado precisamente en sábado, va reconociendo que es un profeta, hasta que
finalmente, en otro encuentro que Cristo quiso tener con él, se le da a conocer
como el Hijo de Dios y le da la oportunidad de reconocerlo como tal, delante de
todos los que de una manera tremenda, querían a todas luces hacer callar un hecho
tan sorprendente como el que aquél día contemplaron todos: la luz para un ciego y
la luz para la humanidad. Cuando Jesús se le da o conocer, como si fuera la cosa
más natural del mundo, con gran alegría se postra ante y lo adora: “Creo, Señor”.
Y vaya el tremendo contraste entre nuestro hombre que ya no fue ciego y sus
padres, que cuando vieron el problema en que su hijo se había metido dejándose
curar por Jesús, ellos cobardes, no dieron la cara por él, afirmaron ciertamente que
era su hijo, que había nacido ciego, pero que no les interrogaran por el que lo había
curado ni sobre el método que había empleado para curarlo, lo dejaron solo:
“pregúntenle a él, edad tiene para responder”.
El mensaje para nosotros no puede ser menos claro que para aquél hombre, ya nos
ha iluminado Cristo con la luz de la gracia en el día de nuestro propio bautismo,
pero a nosotros nos corresponde ir iluminados no por tantas luces de nuestro
mundo que parecen verdaderas luminarias, pero que a la hora de la verdad, no son
sino estrellas fugaces que ni iluminan el camino, ni marcan ninguna ruta y sí
distraen el camino de paz, de vida y de salvación. Y no sólo eso, no sólo tendremos
que caminar como hijos de luz, sino ayudar a Cristo Jesús a iluminar el sendero de
tantas gentes que vagan sin sentido, sin orientación y sin ayuda. Los cristianos no
podemos renuncia a iluminar a los que viven en tinieblas, y pienso en concreto en
las familias donde a veces los padres renuncian a iluminar a las nuevas
generaciones, porque las ocupaciones las distracciones y los compromisos impiden
que los padres den el tiempo, el cariño, la cercanía y la fe que dimanan de Cristo
Jesús para que ellos, los niños, los jóvenes no carezcan de la luz para iluminar sus
pasos y darnos la existencia de un mundo nuevo donde desaparezca esta mancha
de maldad, de miseria, de violencia, de sangre, para dar lugar a un mundo de
verdad, de vida, de luz y de auténtica salvación.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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