Encuentros con la Palabra
Domingo III de Cuaresma – Ciclo A (Juan 4, 5-42)
“¿Cómo es que tú me pides agua a mí, que soy samaritana?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
En medio de una noche oscura como la boca de un lobo, el Capitán del barco reconoció a
lo lejos la luz de otra embarcación que venía directamente hacia ellos. En seguida dio una
orden al telegrafista. Ordénele a esa embarcación que cambie su rumbo diez grados a
estribor. Un momento después llega un mensaje a la cabina del Capitán: “Ustedes deben
cambiar su rumbo diez grados a babor”. El Capitán pide que el mensaje esta vez sea más
explícito: “Soy el Capitán Baquero, le ordeno que gire su rumbo diez grados a estribor”.
Mientras pasa todo esto, la luz se va acercando de manera rápida y peligrosa. Se recibe
un nuevo mensaje en la cabina: “Soy el marinero Barragán. Le sugiero que gire su rumbo
diez grados a babor”. El Capitán muy contrariado y viendo que la luz ya está demasiado
cerca envía una última advertencia: “Estoy al mando de un buque de guerra. Modifique su
rumbo diez grados a estribor o no respondo por lo que pueda pasar”. La respuesta que
llega los deja a todos estupefactos: “Modifique su rumbo diez grados a babor. Tampoco
respondo por lo que pueda pasar. Estoy al mando de un faro. Usted verá”.
La samaritana que llega a mediodía al pozo de Jacob, a las afueras de Sicar, en busca de
agua, se encuentra, sorpresivamente, con que un judío, con rostro cansado, le pide de
beber. “Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. Los
discípulos habían ido al pueblo a comprar algo de comer. En eso, una mujer de Samaria
llegó al pozo a sacar agua, y Jesús le dijo: – Dame un poco de agua”. La sorpresa
aumenta cuando este atrevido personaje le termina ofreciendo agua viva sin tener si
quiera un balde y una soga para sacar una gotas de agua del profundo pozo. “Jesús le
contestó: – Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le
pedirías a él, y él te daría agua viva”. Pero, sin duda, las sorpresas apenas comenzaban,
pues más tarde se sintió confrontada con la verdad de su vida. “Jesús le dijo: – Ve a
llamar a tu marido y vuelve acá. La mujer le contestó: – No tengo marido. Jesús le dijo: –
Bien dices que no tienes marido; porque has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes,
no es tu marido. Es cierto lo que has dicho”.
Muchas veces salimos al encuentro de los demás revestidos con nuestras armaduras
para defendernos y no dejar entrar a los otros en nuestra vida. Pero es frecuente que nos
tropecemos con la sorpresa de descubrirnos vulnerables y nos veamos obligados a
cambiar nuestro rumbo para abrirnos a nuestra propia verdad. Es lo que le pasó al capitán
del barco con el que comenzamos esta reflexión. Se sentía seguro y fuerte, pero tuvo que
dejar a un lado su propio camino, porque estaba navegando hacia su propia destrucción.
Algo parecido pasa cuando nos encontramos con la Palabra de Dios; ella nos confronta y
nos ayuda a descubrir nuestra propia verdad. “Porque la Palabra de Dios tiene vida y
poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos y penetra hasta lo más profundo
del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los
pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4,12).
Este tiempo de Cuaresma nos invita a revisar nuestros caminos y corregir nuestro rumbo.
Como la samaritana, El encuentro con Jesús pone en evidencia el camino equivocado
que estamos siguiendo, al dejarnos guiar solamente por nuestros criterios.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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