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Día litúrgico: Domingo III (A) de Cuaresma
Texto del Evangelio ( Jn 4,5-42): En aquel tiempo, Jesús llega, pues, a una
ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José.
Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba
sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaría
a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber». Pues sus discípulos se habían ido a
la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo
judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos
no se tratan con los samaritanos). Jesús le respondió: «Si conocieras el don de
Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él, y él te
habría dado agua vivaᄏ (…).
Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer
que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Cuando llegaron donde Él los
samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron
muchos más los que creyeron por sus palabras (…).
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto
XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
La mujer samaritana. La fatiga de Jesús
Hoy consideramos el diálogo de Jesús con la mujer samaritana. La mujer iba todos
los días a sacar agua de un antiguo pozo, y ese día se encontró con Jesús, sentado,
“cansado del camino”.
San Agustín comenta: “Hay un motivo en el cansancio de Jesús. La fuerza de Cristo
te ha creado, la debilidad de Cristo te ha regenerado. Con la fuerza nos ha creado,
con su debilidad vino a buscarnos”. En el cansancio de Jesús, signo de su verdadera
humanidad, se puede ver como un preludio de su pasión. En particular, en el
encuentro con la Samaritana, en el pozo, sale el tema de la “sed” de Cristo, que
culmina en el grito en la cruz: “Tengo sed”. Ciertamente esta sed, como el
cansancio, tiene una base física. Pero Jesús tenía sed de la fe de esa mujer, al igual
que de la fe de todos nosotros.
—Dios Padre lo envió para saciar nuestra sed de vida eterna, dándonos su amor,
pero para hacernos este don Jesús pide nuestra fe. La omnipotencia del Amor
respeta siempre la libertad del hombre.
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