Me admira mucho, mujer, que siendo liebre, no sepas correr en llano.
Domingo 3º de cuaresma 2014, 23 de marzo. A
Nunca me ha gustado el Cristo supermán ni el súper héroe, tal como lo quería el
demonio en las tentaciones, sino el Cristo sencillo, cercano a nosotros que convive
con nuestros problemas y con nuestras tribulaciones, para sentarse y ayudarnos a
buscar la solución. Por eso me gusta el Cristo que cuando se embarca con sus
apóstoles después de un fatigoso día de atención a las gentes, se queda
profundamente dormido en medio del lago y en medio de la tormenta. Y por eso me
gusta también el Cristo que nos describe hoy San Juan, un Cristo cansado también,
pero además sediento, y en medio de un pueblo enemigo, que se sienta a ver quién
le da un poco de agua para saciar su sed, pues era el medio día, el momento de
más calor. Pero ocurrió que la que acudió con su cántaro y también con sus
corderos para sacar agua del pozo del lugar, un pozo excavado por Jacob, era
precisamente una mujer, lo que daba dos problemas, primer lugar, que era
samaritana, enemiga por tanto de los judíos, y era mujer lo que complicaba las
cosas, pues en público nunca era bien visto que una mujer conversara a solas con
un hombre. Menudo problema. Pero Cristo abre el fuego cuando le pide agua para
beber y ella lanza el grito, haciéndole ver que eran enemigos, pero Cristo ya ha
emprendido el camino de encuentro con ella, y le hace notar desde un principio que
esa agua que ella pretendía, nunca saciaría del todo su sed, además de estar
contaminada pues de ella tomaban también sus animales. Y al instante le anuncia
otra agua que dentro de ella se convertiría en un agua que le duraría hasta la vida
eterna: “¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le
pedirías a él y él te daría agua viva!”. Ya Jesús estaría pensando en el agua y en la
sangre que brotarían de su costado herido, en lo alto de la cruz, después de su
muerte redentora para todos los que el Padre le había encomendado. Es el agua del
Bautismo que Cristo nos ofrece y del que tenemos que saciarnos cada día, además
de la Sangre de la Bendita Eucaristía que Cristo formó para fortaleza de todos los
que peregrinamos sedientos de fe, de amor y de compañía.
Cuando a Cristo se le ocurrió que había necesidad de dar un paso más, le pidió que
llamara a su marido, y que volviera con él a lo que ella replicó que no tenía
marido, Pero cómo no, si cinco has tenido y el que tienes tampoco es tu marido, le
dijo Cristo quien le hablaba ya de esos cinco dioses de los samaritanos y de esos
cinco libros del Pentateuco que ellos habían tergiversar para hacerlos según su fe,
sus ritos y su religión. Cristo le anuncia por fin que ni en ese pozo ni en ningún otro
lugar se adoraría desde entonces tan bien como en su propia persona. Esto hizo
que aquella mujer comprendiera que estaba ante alguien grande, el profeta, el
mesías, y dejando su cántaro que ya no tenía sentido, acudió a su pueblo,
haciéndoles ver que el que permanecía en el pozo era un gran hombre pues no le
había pedido lo que cualquiera le hubiera pedido, sino sólo agua. Convencida de la
veracidad, de la simpatía y de lo grande que le ofrecía, supo moverse tan bien que
el pueblo en masa acudió a escuchar a Cristo y cuando lo vieron y lo escucharon
tuvieron que declarar que ya no era sólo el testimonio de la mujer lo que los había
convencido sino escuchar y ver lo que él les proponía e invitado por ellos se quedó
dos días más para acabar de instruirlos. La actitud de la mujer tiene que ser para
nosotros un fuerte incentivo para hacer lo mismo, llamar, llamar, porque en los
pueblos y en las naciones e incluso en nuestro mismo pueblo, hay muchos
hombres, mujeres y niños que o no conocer o han abandonado al único que puede
quitar la soledad y la incomunicación en que nos hemos metido y el único que
puede saciar los deseos de paz, de felicidad y de amor entre todos los hombres.
Sólo de paso, y para terminar, diré que cuando los apóstoles llegaron de comprar
seguramente los comestibles para ese día, se mostraron tremendamente
sorprendidos de ver a su Maestro conversando con una mujer, y quizá para
distraerlo, le propusieron que comiera, ya que lo del agua había quedado
superado. Él les propuso entonces lo mismo, que se conviertan en quienes
cosecharan por el mundo lo que él sembraría en la cruz, dejando la semilla de su
propio cuerpo en tierra.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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