CICLO B
TIEMPO PASCUAL
V DOMINGO
Cristo Jesús, el Crucificado-Resucitado nos ofrece participar, ya desde ahora, de su
vida gloriosa, de su inmortalidad, si vivimos unidos a Él, como la vid y los
sarmientos, permaneciendo en Él y Él en nosotros. Así será transformada –salvada-
nuestra pobre condición humana según la imagen de su condición gloriosa,
participando de la naturaleza divina. El cristiano recibe de Cristo la savia, la gracia,
la vida divina. Como el sarmiento de la vid.
No son éstas meras reflexiones piadosas, sino una realidad, que ya ahora podemos
vivir. Nosotros recibimos de Cristo la gracia divina, que es la misma gloria en
camino, siendo la gloria la misma gracia en su eterna plenitud. “La gracia no es otra
cosa que un anticipo o incoación de la gloria en nosotros” (santo Tomás de Aquino).
Por el bautismo y la fe, que obra por el amor, estamos injertados en Cristo. La
gracia, que de Él recibimos, es como el “cámbium” celular y vascular en el injerto
de las plantas: responsable del crecimiento de tallos y raíces, de tal modo que el
conjunto de ambos crezca como un solo organismo . "Vivo yo, pero no soy yo; es
Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20). Decía San Agustín: “viva será mi vida llena de
ti”. La savia que llega al sarmiento lo hace crecer y fructificar; la gracia que nos
viene por Cristo hace que demos frutos de buenas obras. Somos uno en Cristo.
Participamos de su ser filial: Hijos de Dios en el Hijo eterno de Dios. “Vivo, pero no
soy yo… ¿Qué es lo que ha sucedido en nosotros? Responde Pablo: que todos
habéis sido hechos uno en Cristo Jesús”, comentaba Benedicto XVI.
"El que permanece en mí y yo en él —dice el Señor—, ese da fruto abundante;
porque sin mí no podéis hacer nada" (Evangelio). Debemos permanecer unidos al
Resucitado, en comunión existencial con Él. Las lecturas de este domingo nos
señalan algunos de estos frutos de buenas obras.
En primer lugar, el amor a Dios y a los hermanos, como respuesta al amor que Dios
nos tiene, que nos transforma a su imagen (Dios es amor). “El amor es `divino’
porque proviene de Dios y a Dios nos une” (Benedicto XVI). En el mandamiento del
amor se resumen los demás mandamientos, que son expresión de la voluntad
amorosa de Dios, teniendo la seguridad de que lo que Dios quiere de nosotros es lo
mejor para nosotros. "No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la
verdad" (segunda lectura).
San Juan en la segunda lectura nos dice que el mandamiento de Dios tiene un
doble aspecto: creer en la persona de Cristo “y que nos amemos unos a otros tal
como nos lo mandó”. Decía San Juan Pablo II: “Este mandamiento es tan
fundamental para la vida del creyente que se convierte como en el presupuesto
necesario para que tenga lugar la inhabitación divina”.
Otro fruto es la verdad, que nos hace libres, que es el alma de la justicia y se
muestra en el amor. La verdad nunca se impone, pero hay que proponerla y vivirla
con valentía y sin complejos. Cristo es la verdad, también el camino y la vida. Sin
la verdad el hombre no podría distinguir entre el bien y el mal.
Y también, la conciencia, que es la voz de Dios en lo más íntimo de nosotros
mismos que nos manda hacer el bien y evitar el mal. Siempre obliga (“hay que
obedecer a Dios antes que a los hombres”). La fuerza de la conciencia está por
encima de cualquier otra ley Si somos de la verdad, “tranquilizaremos nuestra
conciencia” (segunda lectura).
MARIANO ESTEBAN CARO