Ciclo A: III Domingo de Cuaresma
Mario Yépez, C.M.
De agua, pozo, cántaro y demás necesidades
El presente relato del libro del Éxodo forma parte del segundo bloque de este
escrito y narra el peregrinaje del pueblo de Israel por el desierto. La salida
portentosa de Egipto ha pasado, la derrota del faraón y sus dioses ha sido
contemplada por aquella generación pero ahora se enfrentan a un desafío mayor:
aferrarse a una promesa ante el inhóspito desierto. Israel necesita confiar en Dios y
en su siervo Moisés, pero el desierto tiene aliados que hacen mucho daño al
optimismo israelita. Para nosotros se nos hace fácil cuestionar las actitudes de este
pueblo sentados leyendo este texto, pero es la reacción que muchas veces tenemos
ante los acontecimientos complicados que vivimos. Deseamos que Dios siempre nos
acompañe e incluso exigimos determinadas intervenciones de su parte y esto
porque necesitamos confiar. El problema surge cuando esta desconfianza se
traduce en rebeldía como si de verdad nunca hubiésemos sentido la presencia
liberadora de Dios. El desierto se convierte así en el lugar del conflicto pero a la vez
en el lugar del replanteamiento y la renovación de la confianza en las promesas de
Dios. La falta de agua para saciar una necesaria sed, suscita las murmuraciones
contra Moisés quien se siente vulnerable ante las quejas de la comunidad y es que
todo se dirige a él como si fuera el responsable directo del caminar por aquella
tenebrosa ruta. Moisés eleva este pedido al Señor pues no sabe cómo proceder. Un
nuevo “paso” está por suceder, y en efecto, Moisés tiene que “pasar” para ser visto,
llevando el cayado portentoso, y pone testigos fehacientes, los ancianos de Israel,
de que Dios no sólo ha liberado a Israel sino que también les acompaña en su
peregrinar por el desierto. Así, Dios favorece a Moisés y al pueblo haciendo brotar
de la roca agua para calmar la sed. Aquel lugar quedó grabado como el lugar de la
“disputa” contra Moisés y en definitiva contra Dios, pues lo pusieron a prueba a ver
si seguía caminando con ellos expresado claramente en el interrogante final: “¿Está
el Señor en medio de nosotros o no?” Dios no puede desentenderse ante su
proyecto salvador, Dios está presente, actuante y cumple sus promesas a pesar del
peor cuadro que se presente.
Pablo desarrolla su tesis de la justificación basado en la fe en Cristo quien nos abre
el acceso a la gracia, con lo cual es preciso que el cristianismo se aferre a la
esperanza de la gloria de Dios. Hablar de esperanza para Pablo es hablar del
reconocimiento del amor de Dios derramado por el Espíritu Santo en los creyentes y
esto le invita a confiar en el cumplimiento de su voluntad salvífica. Y es un amor
que cuestiona toda lógica humana. Pudiera existir alguien que diera su vida en
lugar de algún justo, pero ¿por un pecador? No tiene sentido. Generalmente,
reaccionaríamos diciendo: “Es que no vale la pena”. Dios no pensó así. Y Cristo se
ofreció por nosotros siendo pecadores. Para Dios siempre hay una oportunidad,
confía mucho más en nosotros que nosotros mismos y esto es una exigencia de su
Gracia. Pablo comprende que no puede sentir vergüenza de la esperanza que le
invita a buscar la paz verdadera que ofrece el estar con Dios para siempre. Con
todo, siempre la iniciativa de Dios rompe esquemas y su muerte adquiere un
sentido de entrega y de amor por “nosotros”.
Uno de los pasajes más largos y bien desarrollados del evangelio de Juan, es sin
lugar a dudas el encuentro de Jesús con una mujer samaritana en el pozo de Jacob.
El evangelista Juan establece el prototipo del pueblo samaritano en la mujer que
busca agua en el pozo de Sicar y a quien se le anuncia el evangelio. Según los
testimonios de Hechos de los apóstoles (y por lo que vemos en la comunidad
joánica) el pueblo samaritano acogió la Buena Noticia y probablemente fue una
comunidad floreciente al comienzo de la era cristiana. La primera parte de este
pasaje se circunscribe al diálogo entre Jesús y esta mujer acerca del agua.
Mediante una especie de contradicción se va tejiendo la trama (estilo joánico):
Jesús pide de beber pero luego resulta ofreciendo él agua viva; Jesús no tiene
cántaro alguno, por el contrario la mujer si lleva uno que al final resulta
abandonándolo; la mujer necesita el agua para su uso diario pero anhela agua
permanente. Lo cierto es, que la mujer aunque pueda estar entendiendo de manera
diferente lo que Jesús quiere comunicar, el oyente/lector discierne bien que es la
“salvación” lo que está siendo ofrecido por Jesús también para el pueblo
samaritano. Las promesas de los patriarcas se cumplen en Jesús y la evocación del
pasado es la relectura obligada para entender que la salvación ya ha llegado y se
ofrece gratuitamente. Esto implica un cambio de perspectiva en la dimensión de
adoración. Samaria había resurgido de las cenizas de lo que quedó del Reino del
norte destruido por los asirios, pero ya no era un pueblo vinculado a Israel puesto
que los cinco pueblos paganos (cinco maridos) que llegaron a poblar aquella región
con los pobres y campesinos que se encontraban terminaron por confeccionar una
religión (marido actual) en competencia con el judaísmo del segundo Templo. Así,
la Ley era aceptada junto con la tradición de los Patriarcas, especialmente la de
Jacob, pero tenían distinto culto (samaritanos en el monte Garizim) y fueron mal
vistos por los judíos por lo que en tiempos del judaísmo del segundo templo y,
posteriormente también, las relaciones fueron mucho más tensas llegando incluso a
maldecirse unos a otros. Aquí en el evangelio, si bien es cierto se especifica que el
tronco central es Israel, no se niega la vinculación de Samaria a la promesa y a la
alianza. Pero desde Jesús, también hay una renovación cultual que no se basa en
los “lugares”, que distinguen y marginan, sino en la perspectiva salvífica de la
apertura para todos quienes anhelen la Verdad sobre todo y se dejen invadir por el
Espíritu. De esta forma, la revelación del Cristo y de su misión se hace patente, con
lo cual aquella mujer se lanza a la búsqueda de sus paisanos. Otro momento de
este pasaje es el diálogo con sus discípulos extrañados por este encuentro de Jesús
con aquella samaritana. Se introduce el tema del “alimento” que no es sino la
aceptación de la misión de anunciar la salvación usando la metáfora de la “alegría”
de quien anuncia (el que siembra) como el que va acompañando las comunidades
evangelizadas (el que cosecha). La obra de la evangelización tiene sus momentos y
en todos ellos es Dios quien suscita el fruto anhelado, y en esto consiste
justamente la confianza en las promesas de Dios. Algunos no lo veremos en su
esplendor, pero hemos aportado la semilla o el riego, y esto nos debe alegrar
también. Finalmente, la experiencia que ha sido comunicada despierta el aprecio de
los samaritanos con lo que se constata la aceptación de esta Buena Noticia por este
pueblo que ya no sólo conocen a Cristo por oídas sino por su propia experiencia.
La experiencia de la necesidad es vital en el ser humano. Cuando uno carece de
algo importante busca con ansias cubrir esa necesidad. El ser humano anhela su
salvación, desea realizarse como persona auténtica, quiere ser feliz, quiere ver sus
sueños cumplidos. Pero no se puede lograr esto cruzados de brazos, esperando que
llegue sin el mayor esfuerzo. La Gracia de Dios se derrama pero necesitamos
cántaros nuevos donde poder recogerla, porque los nuestros albergan muy poco
para saciar tan grande necesidad. Podremos murmurar, cuestionar, pero no
dejemos de buscar, no cesemos en alcanzar esa agua que salta hasta la vida
eterna. Por eso, de parte de Dios, que confía en nosotros, que fue capaz de ofrecer
su vida por pecadores, siempre saldrá a nuestro encuentro de nuestra necesidad
como la sed que tenemos cuando nos falta el agua. Y esto implica de seguro
repensar nuestra perspectiva de adoración. No formamos parte de una “religión” o
de una “confesión” que separa y margina sino todo lo contrario, que abre sus
puertas a los buscadores de Dios y que quizá puedan haber entendido mejor que
nosotros lo dicho por Jesús: “los adoradores en espíritu y en verdad”. La Buena
Noticia es un testimonio más que una declaración de lo que tenemos que creer, eso
viene después. La dinámica del encuentro vuelve a abrirse para nuestra reflexión y
mejor aún en este tercer domingo de cuaresma. Los que ejercemos la misión y la
evangelización reconocemos que somos colaboradores, transmisores de una
experiencia de saciedad, pero luego debemos dejar que cada cual tenga su propia
experiencia de encuentro. De esta forma se hace realidad lo dicho en este hermoso
relato, pues nos alegramos en todo momento, como sembradores del evangelio o
como recolectores de los frutos; como quienes dejamos todo para proclamar lo
experimentado con Jesús como los que dejamos paso a ese encuentro personal y
directo que propicia el que se exclame: “ahora creemos ya no por lo que tú nos has
dicho sino porque lo hemos visto y lo hemos escuchado por nosotros mismos”.
Concluyo haciendo eco del salmo: Jesús, sé Tú nuestra roca que nos salva, y
aunque tengamos un corazón duro caminando en el desierto de nuestra vida,
síguenos ofreciendo manantial de vida, pues somos un rebaño sediento sólo de ti, y
de esta forma propiciar que todo ser humano te confiese como el “Salvador del
mundo”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)