Ciclo A: III Domingo de Cuaresma
Javier Balda, C.M.
Jesús, fuente de agua viva
Toda una historia de salvación, todo un misterio de amor de Dios al hombre, se
actualiza y se realiza por este signo del agua que es purificación y muerte,
resurrección y vida, principio y meta de la vida cristiana.
En el evangelio vemos como Dios se acerca al hombre como un mendigo
necesitado, como el hambriento que necesita nuestro pan, como el sediento que
necesita nuestra agua, para que más tarde, descubramos y sintamos la necesidad
de su pan y de su agua para saciar nuestra hambre y sed de eternidad.
No es el hombre el que se acerca a Dios, es Dios el que se acerca, el que se hace
presente, el que sale al encuentro del hombre y lo espera. Es Dios el primero que
habla, el primero que suplica, aunque su intención va más allá. Busca entrar en un
diálogo abierto y sincero con la persona desde su propia realidad. Busca que la
persona se abra y confíe en él. Busca que lo descubra y lo acepte y sienta la
necesidad de él.
Cristo está cansado y pide un poco de agua, de esa agua que brota del pozo. No
tiene con qué sacarla y quiere calmar su sed.
La samaritana, más tarde, pedirá el agua que brota del corazón de Cristo. Ella ha
descubierto que también tiene sed.
El evangelio no nos dice si la samaritana, tirando sus recelos, sus prejuicios
religiosos y hasta sus odios, sacó agua del pozo y le dio a beber a Jesús. Lo que si
nos dice es que ella sintió sed de esa Agua Viva, que la pidió y la recibió de manos
de Jesús.
Lo que sí nos dice el Evangelio es que esa Agua la purificó, le hizo descubrir su
vida, le limpió el corazón y descubrió en Cristo el Agua verdadera para su sed de
mujer. Al final se dejó ganar por Cristo.
Y, una vez más, esta mujer, como más tarde lo hará María Magdalena después de
su encuentro con Cristo resucitado, correrá veloz a su comunidad para
comunicarles todo lo que ha dicho el Señor, todo lo que ha sentido en su corazón, y
animarles a que se pongan en camino, vayan a su encuentro, lo escuchen y se
dejen transformar por Él.
Todo encuentro con Jesús, si es verdadero no sólo nos llevará a aceptarlo como a
nuestro Salvador sino, también, a ser sus testigos.
El buen olor de Cristo
Cristo es el gran perfume de Dios. Cuando vino a nuestra humanidad, toda la tierra
se llenó de su fragancia. Mientras recorría los caminos de Palestina, todo Él
transpiraba fragancia de vida y no de muerte, fragancia de amor y no de odio,
fragancia de paz y no de violencia. Todo él exhalaba la fragancia del perfume del
Padre que lo había inundado hasta lo más profundo de su ser. Cuando su cuerpo
fue roto en la cruz, como un frasco del mejor perfume, la fragancia de su espíritu
perfumó el mundo entero.
No eran perfumes comprados en la mejor perfumería, sino perfumes que emanaban
de la profundidad de su corazón: el perfume constante de la mansedumbre, el
perfume seductor de la verdad, el perfume embriagador de su amor, el perfume
transformador de la justicia, el perfume entrañable de la misericordia, el perfume
amigable de la paz. Eran sus palabras, sus gestos, sus obras, todo su ser, los que
ofrecían la fragancia del perfume de Dios.
Hoy quiero que reflexionemos en uno de los perfumes de Cristo que derrama una
fragancia esencial y que huele “a pan” recién sacado del horno de su coraz￳n.
Olor a pan entregado
Es el pan que lleva consigo y ofrece la fragancia del sacrificio, la fragancia del pan
que no comes y se lo ofreces a otro para que sacie su hambre. El pan de un amor
entregado y regalado gratuitamente.
Olor a pan compartido
Es el pan de la solidaridad. Es el pan que besamos y ofrecemos. Es el pan de la
justicia y de la caridad. Es el pan del que reza con un corazón limpio y
misericordioso: “danos, Se￱or, tu pan”. Es el pan que se ofrece desde el fuego de
nuestro corazón. Es el pan que ofrece vida.
Olor a pan de amistad
Es el pan para los que se sientan alrededor de una misma mesa. Es el pan: cariño y
amor compartidos. Es el pan del corazón que fortalece los lazos fraternales. Es el
pan que alimenta los verdaderos sentimientos de amor familiar.
Olor a pan personalizado
Es el de la persona que se convierte en pan, que se deja partir y comer, como lo
hizo y lo sigue haciendo Jesucristo, para que nosotros tengamos vida y una vida
digna como hijos de Dios. El pan convertido en nueva eucaristía o en una verdadera
prolongación de la Eucaristía de Cristo, donde Él se nos ofrece y se nos entrega
como el verdadero pan del cielo.
Cristo: perfume y olor a pan
Pan que huele a amor de Dios. Pan que tiene todos los olores para perfumarnos.
Pan que nunca se termina, como nunca se termina el amor de Dios. Pan que nunca
se termina, como nunca se termina el amor de Dios. Pan que sacia todas nuestras
hambres. Pan, medicina contra la muerte y que ofrece vida eterna a los que
alimentan de él. Pan que se ofrece y se deja comer todos los días. Pan de amor y
vida para que todos nos amemos y nadie padezca y muera de hambre.
Sí, Cristo huele a pan entregado, a pan compartido, a pan de amistad, a pan
personalizado, a pan de Dios.
Conclusión
¿A qué olemos nosotros? ¿Qué fragancia reciben los que se acercan a nosotros?
¿Podemos asegurar que somos fragancia de Dios para nuestros hermanos?
Cristo-Pan nos invita a ser y compartir nuestro pan, pan humano y divino,
calentado en nuestro corazón, transmisor de la fragancia de Dios. Cristo nos dice
que, el que se alimenta del Pan Eucarístico y se deja perfumar por Dios no puede
vivir indiferente ante
el hambre de muchos hermanos nuestros que sufren por nuestra falta de
solidaridad cristiana.
¿Aceptamos con sinceridad el perfume que Dios nos ofrece? ¿Aceptamos ser
perfume de Dios? ¿Aceptamos ser el buen olor, la mejor fragancia de Dios para
nuestros hermanos? Si hemos recibido el perfume de Dios es para que nosotros
entreguemos su fragancia, s￳lo así llegaremos a ser “buen olor de Dios”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)