Ciclo A: III Domingo de Cuaresma
Julio César Villalobos, C.M.
Beber del amor de Dios
¿Alguna vez te has quejado de Dios o te has peleado con Él?, ¿cuándo ha sido ese
momento y en qué circunstancias?, ¿cómo te has sentido?, ¿te sentiste
“defraudado” por Dios porque no te concedi￳ lo que le pediste o no te escuch￳?
Te cuento que eso fue lo que le pas￳ al pueblo de Israel: “Nos has hecho salir de
Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros
ganados?” (Ex.17,3-7). Esa queja se la hicieron a Moisés y él se la trasmitió a Dios.
A veces pasa en nuestra vida que cuando nos cerramos al amor de Dios o cuando
no aceptamos sus exigencias viene las angustias, la desolación, la queja, el
cuestionamiento al mismo Dios. Cuaresma es un tiempo para arrepentirse de
verdad y acercarse a Dios.
Él nunca desatiende nuestros ruegos (cf.Jn.14,12-14), es más nos da la
oportunidad para invocarle pero con fe. El pueblo de Israel pudo comprobar una vez
más que Dios siempre estuvo con él. Moisés obedeció a Dios y pudo hacer que su
pueblo se acerque a él. Dios pidi￳ a Moisés: “…golpearás la roca y saldrá de ella
agua para que beba el pueblo”.
Por medio de Jesús tenemos el acceso a la gracia, a la bendición que necesita
nuestra vida: “Por él hemos obtenido con la fe, el acceso a esta gracia…” (Rom.5,1-
2.5-8). Y es que al acercarnos a Jesús podemos experimentar el gozo de su amor
para que nuestra cobre siempre un sentido nuevo y renovado. Hay una motivación,
que el mismo ap￳stol Pablo lo dice en la 2da lectura de hoy: “Y esta esperanza no
nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones…”
Cuánto necesitamos todos de Dios (Cf.Sal.63), cuánto necesitamos que él nos
bendiga. Pero una vez más se hace necesario y urgente que le creamos a Él, que
realmente él puede bendecirnos. Cuaresma es un tiempo para tener sed de Dios, ya
que Él tiene sed de amor por nosotros.
Llegamos al pasaje que ya todos conocemos o por lo menos lo hemos escuchado
alguna vez, es el pasaje de Jesús con la Samaritana como nos lo muestra hoy Juan
en su evangelio (Jn.4,5-42). Es bueno recordar aquello que les compartía: todo
encuentro con Jesús provoca conversión, sanación, liberación, ganas de anunciar su
amor a otros, etc. Hace falta ver los evangelios para darse cuenta de ello. Jesús se
encontró con la Samaritana.
Les compartía también en algún momento que muchas veces no le creemos a Dios,
quizás no hayamos experimentado su amor y su gracia. Jesús quiso entrar en el
coraz￳n de la samaritana: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide
de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. Y es que con Jesús no podemos
perder nada, es más ganamos mucho. Jesús quiere venir a mi vida, a tu vida, a la
vida de todos, pero no huyamos de él nunca.
Cuaresma es un tiempo para desear vivamente estar con el Señor, para decirle
como la Samaritana del evangelio: “Se￱or, dame de esa agua”. Jesús miró con ojos
de padre y madre a la samaritana, entró en su corazón y lo transformó. Se dejó
tocar por su Señor.
Repite conmigo: quiero más de ti, Señor; quiero más de tu amor; quiero más de tu
gracia; toca mi vida, Señor. Amén.
Al acercarnos a Jesús podemos y debemos adorarle “en espíritu y en verdad”. No
dudemos de acercarnos siempre a él. Llamados estamos todos a beber del amor de
Dios, para adorarle, para darlo a conocer; actitudes que asumió la samaritana luego
de encontrarse con Jesús.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)