Ciclo A: III Domingo de Cuaresma
Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
«Hay personas que siempre piensan bien del prójimo, en cuanto se lo puede
permitir la verdadera caridad, y que no pueden ver la virtud sin alabarla, ni a las
personas virtuosas sin amarlas.» (SVdeP)
El agua es fuente de vida. Mil doscientos millones de personas en el mundo no
tienen agua potable. Las empresas que venden agua envasada se están
enriqueciendo con la sed del pueblo y están comprando los lugares más ricos en
agua del planeta. Se vaticina que la próxima gran guerra será la del agua. Esa es la
situación actual de nuestro planeta. El pueblo de Dios recién liberado de Egipto
reclamaba agua en el desierto y murmuraba disconforme y rebelde. Es que el agua
es vida y la falta de agua es muerte. Moisés desesperado, se vuelve a Dios para
decirle: “¿Qué hago con este pueblo?” Este pueblo endurecido, que no asume su
propia responsabilidad en el proyecto de liberación; este pueblo sediento y cansado
ya del camino por el desierto. Y Dios, le responde ayudándole a encontrar el agua,
que es fuente de vida.
Pablo nos recuerda que, cuando aún estábamos en el pecado, Dios nos dio a beber
el agua del Espíritu que nos justifica y nos devuelve la amistad con Él. Si del pueblo
endurecido por tantos años de esclavitud y de camino en el desierto no podría
“brotar agua”, tampoco en nuestras vidas endurecidas por el pecado podría brotar
liberación. La gracia del perdón y reconciliación que el Padre Dios nos otorgó en
Cristo es tan gratuita como el agua para el pueblo en el desierto. Nos vio resecos y
sedientos y se apiadó de nosotros. Así es Dios, dice Pablo, pura iniciativa de amor.
Un amor que no mira nuestra condición de justicia, sino que se adelanta
bondadoso, precisamente porque somos pecadores.
Jesús estaba cansado seguramente de muchas cosas: no sólo del camino fatigoso,
sino también de los fariseos que querían enfrentarle con Juan; de la enemistad
entre judíos y samaritanos; de los condicionamientos sociales que no dejaban que
las personas se encontraran simplemente como seres humanos y dialogaran.
Tranquilamente, sin apuro ni a escondidas. Se sentó en el brocal del pozo y abrió el
diálogo con una buscadora de agua, que al final demostró estar tan sedienta
interiormente como el propio Jesús. la mujer también estaba cansada de muchas
cosas: de tener que buscar agua cada día; de defenderse de los judíos que la
menospreciaban; de buscar a Dios en seis santuarios, de haber tonteado con seis
maridos que la dejaron insatisfecha, sin poder saciar su sed. Creía que era ella
quien andaba buscando a Dios y Jesús le sorprende diciéndole: Dios te está
buscando” Dios ha salido por estos mundos llenos de templos y tan faltos de fe,
buscando adoradores que lo adoren en espíritu y en verdad. Dios necesita sedientos
que quieran dejarse saciar por Él. También Dios está cansado de ritos y necesita
corazones, gente capaz de abandonar sus cosas, su cántaro, y corra a despertar la
sed de otros. La gente que Dios busca es como la mujer samaritana.
El Dios que dio de beber al pueblo y que nos amó gratuitamente en Jesucristo, ha
salido por los caminos de nuestro mundo para hacer brotar fuentes de agua viva
dentro de nosotros mismos. Pero ¿acaso tenemos sed de Dios? O ¿acaso estamos
saciados de tanto consumismo? ¿Somos como Jesús, abiertos al diálogo y capaces
de mostrarnos sedientos y necesitados de los demás? O ¿llenos de prejuicios como
los apóstoles, que se atreven a sospechar de Jesús y no invitan a comer a la
samaritana? ¿Somos como la samaritana, que fue capaz de pasar por encima de
sus propios condicionamientos y abrirse al Dios que la buscaba? ¿Acaso somos
como los samaritanos, tan abiertos al anuncio de la mujer y tan dispuestos a la fe?
«Nada me agrada sino en Jesucristo» (SVdeP I,78)
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)