Tercera semana de Cuaresma
MARTES
Nuestra conversión: Perdonar de corazón
Mateo 18,21-35
“¿No debías tu también Compadecerte de tu compañero, como yo me compadecí de
ti?”
En nuestro itinerario Cuaresmal, la Palabra de Dios nos invitó a verificar nuestro
proceso de conversión. Continuamos en la escucha del Maestro y en la docilidad a
su Espíritu, permitiendo que Él pueda infundirnos ese espíritu nuevo que nos hace
personas renovadas, verdaderos discípulos.
El Evangelio de este día ubicado en el discurso de Jesús sobre las relaciones
fraternas propias de la comunidad de los discípulos (ver Mateo 18), nos coloca ante
una enseñanza de Jesús sobre la necesidad de perdón.
Nuestro texto tiene dos partes.
(1) El diálogo de Pedro con Jesús (18,21-22)
(2) La parábola del siervo sin entrañas (18,23-34)
1. El Diálogo de Pedro con Jesús: el “perdón” le da identidad a la
comunidad
Pedro toma la iniciativa y se acerca a Jesús para preguntarle: Señor, ¿cuántas
veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta
siete veces? (18,21).
La pregunta de Pedro nos deja entender que él había comprendido ya muy bien que
la comunidad de Jesús se construye en el perdón recíproco. Es de esta manera
como somos identificados como hijos del Padre celestial (ver 5,43-45 y 6,14-15).
En la pregunta, Pedro puso un límite: “¿ Hasta siete veces? ”. La respuesta de
Jesús, por su parte, abre el perdón del discípulo hacia un horizonte ilimitado: No
te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (18,22). Por lo
tanto, el perdón del discípulo no tiene límites, así como tampoco tiene límites el
perdón y la misericordia del Padre hacia nosotros.
Para profundizar esta ense￱anza, Jesús introduce enseguida la parábola del “Siervo
sin entra￱as”.
2. La Parábola del siervo sin entrañas
La parábola está construida a partir del contraste entre la misericordia de un rey
que le perdona a un siervo suyo una deuda incalculable (18,23-27) y la crueldad y
dureza de ese mismo siervo que no perdona a su compañero que le debe una
pequeña suma de dinero (18,28-30).
(1) La magnanimidad del corazón del Padre
Al rey, que llama a sus siervos a ajustar las cuentas, le es presentado uno que le
debía diez mil talentos (18,24). Diez mil talentos son una suma tan
desproporcionada, que quizás solamente el rey podría poseerla y que talvez el
siervo no habría alcanzado a pagar durante toda su vida.
Ante el siervo que le suplica diciendo ten paciencia conmigo que te lo pagaré
todo , el rey “movido a compasi￳n, lo dej￳ marchar y le perdon￳ la deuda
(18,27).
El rey se deja tocar el corazón por la angustia y la necesidad del pobre que suplica.
No piensa en la gran suma de dinero que tiene el peligro de perder, no persiste en
hacerle cumplir con la justicia, sino que, lleno de compasión y de misericordia, le
perdona todo y lo deja marcharse en libertad . La magnanimidad de su corazón ha
superado inmensamente aquella deuda que sobrepasaba ya toda medida.
Con estos trazos desproporcionados, Jesús señala cómo es el corazón del Padre y
su infinita ternura y compasión hacia nosotros. Los “diez mil talentos”, suma
incalculable, aluden a la grandeza de lo que Dios ha hecho y sigue haciendo por
nosotros.
(2) La dureza de nuestro corazón
A la salida “aquel siervo encontr￳ a uno de sus compa￱eros que le debía
cien denarios” (18,28a). Cien denarios representan una suma mínima en
comparación con la deuda que le había sido perdonada.
Viene entonces el momento cruel, el siervo maltrata física y moralmente a su
compañero: “lo agarr￳ y ahogándolo le decía paga lo que debes” (18,28b).
Ante la súplica de su compañero, que usó exactamente las mismas palabras que él
poco antes le había expresado a su señor (18,29; ver el 26), “no quiso
perdonarlo sino que se fue y le echó a la cárcel, hasta que pagase lo que
debía” (18,30). En fin, no le tuvo “paciencia”. Notamos una desproporci￳n inmensa
entre la misericordia que había recibido y la dureza de su corazón que mostró ante
los demás.
La historia coloca en la balanza el derroche de perdón recibido (del Padre, de los
otros) y la estrechez y dureza de nuestro corazón de quien es incapaz de perdonar.
Pero las cosas no se quedan así. Cuando el rey se entera del comportamiento de
aquel siervo, lo llama y le encara su maldad: “ Siervo malvado, yo te perdoné a
ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste . ¿No debías tú también
compadecerte de tu compañero como también yo me compadecía de ti?
(18,32b-33).
(3) El corazón del Padre, medida de nuestro perdón
El perdón que recibimos de Dios, nos da la medida del perdón que debemos dar a
los hermanos. Este es el sentido de la respuesta de Jesús a Pedro: “ Hasta setenta
veces siete (18,22) . En otras palabras: lo que Dios hace con conmigo es el
principio de cuanto debo hacer por el hermano; la misericordia que el Padre
derrama sobre nosotros sin medida, acogida en nuestro corazón, debe desbordarse
gratuitamente hacia los otros, como gratuitamente nos ha sido dada.
3. El perdón una necesidad vital y recíproca
Retomando el contexto amplio en el que se encuentra esta parábola,
comprendemos ahora que el perdón es lo que hace posible la vida comunitaria.
Estamos juntos, no porque no nos equivocamos y no nos ofendamos, sino porque
perdonamos y somos perdonados. Nuestras limitaciones y defectos en lugar de
aislarnos y dividirnos pueden fortalecer la comunión y la unidad cuando el perdón
se convierte en una actitud permanente de nuestra vida. Por eso el perdón es una
necesidad vital de nuestra convivencia diaria.
Pero hay que observar la última frase de este pasaje: el perdón que Jesús pide es
un perd￳n que viene desde el “ corazón ” (18,35). En este “coraz￳n”, es decir, en
lo más profundo de mí mismo, debe permanecer, no el rencor por la pequeña
ofensa que recibo del hermano, sino el amor infinito e incondicional que el Padre .
Se podría decir que no perdonar es matar en mi hermano el amor del Padre.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué diferencia encuentro entre la actitud del amo y la del siervo según nos la
presenta el texto?
2. ¿Mi actitud de perdón hacia los demás es siempre abierta y generosa? ¿Qué
puedo mejorar al respecto?
3. ¿Cómo he agradecido el perdón que alguna vez he recibido de alguien?
Padre Fidel Oñoro CJM