IV Semana de Cuaresma
Martes
Lecturas bíblicas:
a.- Ez. 47.1.9-12: La fuente del templo.
La primera lectura, nos habla del río de agua que brotaba de las entrañas del
templo (cfr. Ez. 43,1ss). Se trata de la manifestación de la gloria de Yahvé, que se
manifiesta en la naturaleza, en el templo, en su pueblo, que el torrente alcanza su
cima. Es una mirada a una nueva era, pero mirando al comienzo de la Creación: la
gloria de Yahvé, transformará la naturaleza en medio de Israel. Si antes el profeta
habló del espíritu, ahora usa la imagen del río caudaloso de aguas vivificantes, que
nacen del templo, centro político y religioso de Israel. Ahora ya no son cuatro ríos,
como en el paraíso (cfr. Gn.2,10-14; Is. 51,3; Ez.28,13; 31,9), sino un sólo
riachuelo que baja por el torrente Cedrón, llevando aguas que fecundan las tierras
hasta el Mar muerto, cuyas aguas se hacen dulce haciendo posible la vida en ellas.
Es el contraste entre vida y muerte, estepa y fertilidad, mar muerto y mar lleno de
vida: recoger peces de ese mar ahora con vida, frutos, cosechas y vegetación,
todos comestibles; hierbas medicinales, todo regado con aguas que brotan del
santuario. El sentido es claro: la vida de la nueva Jerusalén, en los tiempos
escatológicos, la presencia de Yahvé se manifestará vivificante y creadora. Esta
imagen la aplicará Jesucristo, fuente de aguas vivas que saltan hasta la vida
eterna, a su doctrina, sus palabras llenas de sabiduría divina (cfr. Jn. 4.13-14; Is.
55,1-3; 58,11;Si.15,3; 24,21). Quien guarda esta palabra no conocerá la muerte,
vivirá para siempre; símbolo de la vida vivificante que se encuentra en la fuente y
bautismal, vida eterna (cfr.J.8,51; 12,50;Dt.30,15-20; Pr.13,14; Jn.7,37-39). Agua
que simboliza al Espíritu Santo en la vida del cristiano.
b.- Jn. 5,1-3.5-18: Has recobrado la salud; no peques más.
En el evangelio, tenemos el tercer signo que realiza Jesús en Jerusalén. Jesús sube
nuevamente a Jerusalén, a celebrar una fiesta, la Pascua o la fiesta de los
Tabernáculos. La piscina de Siloé, creía la gente, que poseía poderes curativos, y
allí a había un hombre que esperaba un milagro desde hacía treinta y ocho años.
Este hombre representaría al Israel peregrino por el desierto, treinta y ocho años y
dos más, que caminaron como castigo (cfr. Dt. 2, 14); este hombre, Israel,
encuentra a Jesús que lo introduce en la tierra prometida. Pero a pesar de que la
iniciativa es de Jesús, sana al enfermo, el pueblo no llega a la fe, ya que los
fariseos se vuelven contra ÉL, porque sanó en sábado (v.9). El relato de Juan, tiene
sus características propias: la iniciativa es de Jesús, y provoca el deseo de la salud
en el enfermo; el encuentro en el templo es significativo, porque habiendo
recobrado la salud, le previene que no vuelva a pecar, no sea que le suceda algo
peor (v. 14). Estas palabras se pueden referir al Juicio de Dios, que más allá de las
miserias humanas, por el pecado puede conducir a la condenación y sería la mayar
de sus desgracias. Pero hay otro dato interesante, todo este portento sucedió en
sábado, donde estaba prohibido cargar peso ese día. Los judíos fariseos atacan a
Jesús por haber faltado al descanso sabático, no les importa tanto, lo hubiera hecho
el paralítico, sino Jesús, el Maestro y su actuar. Qué mejor que haber sanado en
sábado, día del Señor, como una más de las manifestaciones de su infinita
misericordia. Siempre se puede hacer el bien, en todo tiempo y lugar, más todavía
en la casa del Señor, en su día. Que esta Cuaresma sirva para una oración de
mayor calidad, ayuno de todos nuestros vicios y limosna con quien la necesita.
San Juan de la Cruz, el místico, nos exhorta a busca a Dios por el camino de la fe
oscura y desnuda, dejar que Dios se manifieste en la vida cotidiana pero agudizar
la mirada de amor para descubrir su presencia en todo su proceso de conversión
para evitar que todo quede en ilusión o buenas intenciones. “Porque cuanto Dios es
más creído y servido sin testimonios y señales, tanto más es del alma ensalzado,
pues cree de Dios más que las señales y milagros le pueden dar a entender” (3 S
32,3).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD