Ciclo A: IV Domingo de Cuaresma
Rosalino Dizon Reyes.
Toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz (Efes 5, 9)
Jesús abre los ojos a los ciegos. No somos ciegos si creemos en Jesús y pasamos
haciendo el bien, sin miedo a los oponentes poderosos y virulentos de la verdad.
Nos corrige la vista Jesús a los discípulos que, aferrándonos a una generalización
común, pensamos como los amigos de Job. Se les culpa a los desvalidos por su
propias miserias. Se anota aun: «Hemos tenido esta caída en picado de la
cultura, particularmente en los centros deteriorados de nuestras ciudades, de
hombres que no trabajan y generaciones, nada más, de hombres que ni siquiera
piensan en trabajar ni en aprender el valor ni la cultura del trabajo, de modo que
existe aquí realmente un problema de cultura que hay que resolver» (Congresista
estadounidense Paul Ryan). Tal creencia irreflexiva nos roba la oportunidad de
alumbrar nuestra luz a los hombres, para que vean nuestras buenas obras y den
gloria a Dios.
Una visión más clara nos da Jesús a los vecinos de muchos necesitados. La falta de
conformidad entre la imagen de Jesús glorificado que tenemos grabada en la mente
y la apariencia repulsiva de un sin hogar nos hace racionalizar estremecidos: «Éste
no es aquél», aunque hemos leído muchas veces en el Evangelio de Mateo, y en las
conferencias de san Vicente de Paúl, que los pobres representan al Hijo del
Hombre, y que, según el evangelista Juan, la crucifixión es la glorificación. No del
todo vemos con los ojos de la fe.
Nos abre los ojos Jesús a los peores ciegos por rehusar ver. Imitamos a los
fariseos.
Ellos dicen que sí ven, pero solo las cosas que les interesan: las apariencias
impresionantes, el poder, el control. Les importa más que sus doctrinas certísimas
se conserven que un ciego consiga ver. Así descartan la salvación de las almas
como la ley suprema y descuidan la justicia, la misericordia, la fidelidad.
Para promover su agenda y avanzar en sus carerras, los fariseos sirven a la vez de
fiscales, jueces y jurados. Intimidan a los indefensos para extraer confesiones,
improperan y excomulgan. Muy poco se distinguen de aquellos a quienes se refiere
Papa Francisco: «Por ello me duele tanto comprobar cómo en algunas
comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas
formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de
imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que
parecen una implacable caza de brujas» (EG 100). ¿Son estas personas quienes se
resisten a Francisco?
Todos estos que juzgan a base de la apariencia no valen para señalar el camino de
la fe a otros. Serán guías ciegos. Solo pueden guiar cuantos acogen incluso a un
desconocido y comparten su pan: a ellos se les abren los ojos en la fracción del
pan; su luz despunta como la aurora.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)