CICLO B
TIEMPO PASCUAL
SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
“Ser invisible no significa estar ausente” (San Agustín). Cristo Jesús –proclamamos
en el Credo- “subió a al cielo y está sentado a la derecha del Padre”. Dice san Juan
Damasceno: “Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la
divinidad”. No es la Ascensión el punto final de la misión de Cristo, que por nuestra
salvación bajó del cielo. Abajarse, estar con nosotros, sigue siendo también ahora,
por fidelidad a su alianza, la forma que tiene de amarnos el Dios-Emmanuel. “La
Ascensión del Señor significa que Cristo no se ha alejado de nosotros, sino que
ahora, gracias a su estar con el Padre, está cerca de cada uno de nosotros, para
siempre” (Benedicto XVI).
El cielo no es un lugar, sino la plenitud de la gloria y del poder de Dios. Cristo ya no
está sujeto a las leyes del tiempo y del espacio, ni pertenece al mundo de la
corrupción y de la muerte. La Ascensión es el desarrollo en la humanidad de Cristo
de la energía de vida y de gloria de su resurrección. Significa que el hombre Cristo
Jesús participa plenamente del poder de Dios en el cielo y en la tierra, pues Dios
desplegó en Cristo su fuerza poderosa, resucitándolo de entre los muertos y
sentándolo a su derecha en el cielo (segunda lectura).
Cristo sigue siendo autor y guía de nuestra salvación. Ascendió al cielo para
hacernos compartir su divinidad (prefacio II de la Ascensión). Nos da parte ya en
los bienes del cielo, pues nuestra naturaleza humana participa de su misma gloria
(oración después de la comunión). La Ascensión de Cristo es ya nuestra victoria; Él
es la cabeza, que atrae a su Cuerpo hacia el Padre (oración colecta), intercediendo
permanentemente por nosotros.
Cristo Jesús, a la derecha del Padre en el santuario del cielo, hace que llegue hasta
nosotros todo su poder salvador. Cristo no se ha ido para desentenderse del
mundo, sino para estar presente y cercano a nosotros de una forma nueva y más
eficaz. “Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimismo nosotros,
estando aquí, estamos también con él. Él está con nosotros por su divinidad, por su
poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto como él, por la
divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia él” (San Agustín).
Creemos que Cristo “Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre”. A los
cuarenta días de su resurrección, Jesús ascendió al cielo. Los apóstoles se quedan
mirándolo hasta que una nube se lo quitó de la vista. La ascensión es un momento
del único misterio pascual.
¿Qué significa este acontecimiento para Cristo? ¿Cuáles son las consecuencias para
nosotros? No es la Ascensión el punto final de la misión de Cristo, que por nuestra
salvación bajó del cielo. Además de un hecho histórico, la ascensión es un misterio
de salvación y, por tanto, objeto de fe.
Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, continuamente intercediendo por nosotros. Hace
presente ante Dios su humanidad con sus heridas por amor a nosotros. “Él ha sido
elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra
a través de las fatigas que experimentan sus miembros” (San Agustín). Y como
efecto de su ascensión, Cristo nos asegura la perenne efusión de su Espíritu. Él es
nuestra cabeza, nos ha precedido en la gloria infinita del cielo. Tenemos la
esperanza de llegar hasta donde Él ha llegado, porque somos miembros de su
cuerpo (oración colecta). Cristo, nuestra cabeza, es con la fuerza poderosa de Dios,
causa y guía de nuestra salvación.
En Cristo, Dios y hombre verdadero, nuestra humanidad ha sido llevada junto a
Dios. Él quiere atraer a todos hacia sí. Nos abre el camino. Es como un jefe de
cordada cuando se escala una montaña. Él ya ha llegado a la cima: nos atrae y nos
conduce a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él,
estamos seguros de hallarnos en manos de nuestro Salvador.
MARIANO ESTEBAN CARO