CICLO B
SOLEMNIDAD
DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Celebramos hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad. El prefacio de la misa
proclama el misterio de nuestro Dios: “Se￱or, Padre santo, Dios todopoderoso y
eterno, que con tu único Hijo y el Espíritu santo eres un solo Dios, un solo Señor;
no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza”.
Creemos en un solo Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo: tres Personas
distintas y un solo Dios verdadero. Nuestro Dios no es una soledad. Es un misterio
de comunión interpersonal, un misterio de amor eterno. Dios es amor (I Jn 4, 8),
sólo amor y no puede sino amar. El ser de Dios es amor y su obrar es amor. Dios
es amor en el tiempo y en la eternidad. “Ves la Trinidad si ves el amor”, dice san
Agustín. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de nuestra fe y
de nuestra vida cristiana.
Nuestro Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo- , quiere que el hombre entre en este
misterio de amor infinito y eterno, en esta comunión divina, haciéndonos hijos
suyos. Nosotros hemos sido introducidos por Cristo en la vida misma de Dios, pues
por el bautismo llegamos a ser hijos de Dios en Cristo, el Hijo eterno de Dios. “En el
bautismo somos adoptados e incorporados a la familia de Dios, en la comunión con
la santísima Trinidad, en la comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu
Santo (Benedicto XVI).
Consagrados en lo más profundo de nuestro ser al Padre, al Hijo y al Espíritu santo
por medio del bautismo, estamos destinados, ya desde ahora, a gozar eternamente
de su eterna comunión, caminando hacia el Padre, por medio de Cristo, guiados e
impulsados por el Espíritu santo. Cada vez que nos santiguamos debemos hacer un
acto de fe en nuestro Dios uno y trino, recordando nuestra consagración bautismal
y sus compromisos.
Con alegría y agradecimiento celebramos que nuestro Dios -tres personas
distintas y un solo Dios verdadero- es amor esencial, común a las tres personas
divinas. Asimismo celebramos que toda la historia de nuestra salvación es fruto del
amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. “Es la l￳gica divina que del misterio
de la Trinidad lleva al misterio de la redenci￳n del mundo” (Juan Pablo II).
Dios PADRE todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, tanto amó al mundo que
envió a su HIJO, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del
cielo. Se hizo hombre para que el hombre compartiera su divinidad. Pasó haciendo
el bien. Y, habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo. Por eso, Dios lo
resucitó. Y, elevado al cielo, participa de la gloria y del poder de Dios. Desde el
Padre envía su ESPÍRITU SANTO a la Iglesia y al corazón de los fieles. Es persona-
amor, Señor y dador de vida. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Celebramos que Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo- no nos abandona. Habita en
nosotros como en un templo. También nuestro cuerpo. Dios está “más dentro de mi
que lo más íntimo de mi” (San Agustín). Se trata de una presencia real, personal,
que consagra todo nuestro ser. Leemos en el Evangelio de hoy: “Si nos amamos
unos a otros Dios permanece en nosotros…En esto conocemos que permanecemos
en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu…quien confiese que Jesús
es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”
Somos introducidos en la misma vida de Dios, que penetra y transforma la vida
humana. Recibimos una dimensión divina, que nos introduce en la eterna comunión
interpersonal de la santa Trinidad. Leemos en el Catecismo (260): “El fin último de
toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la
Bienaventurada Trinidad. Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la
Santísima Trinidad: "Si alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi
Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él".
MARIANO ESTEBAN CARO