CICLO B
SOLEMNIDAD DEL
SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
El Jueves Santo celebrábamos que Cristo instituyó la Eucaristía. Nos lo recuerda el
Evangelio de hoy. Anticipaba así sacramentalmente su muerte y resurrección. Estos
acontecimientos de nuestra salvación quedaron contenidos en la Eucaristía para
siempre, actualizándose perpetuamente en ella.
La fiesta del Corpus nos recuerda que Jesús resucitado, ascendido a la gloria del
cielo, en la eterna comunión de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, no nos abandona.
La eucaristía es memorial que actualiza realmente a Cristo, el Crucificado-
Resucitado (oración colecta). Es sacramento eficaz de su presencia viva y operante,
que tiende a la comunión. Presencia real, verdadera y sustancial de Cristo
resucitado, bajo las especies de pan y de vino, que ya son el cuerpo y la sangre del
Señor. La eucaristía es comida de comunión con Cristo, pan de vida eterna, que ya
en nuestra vida mortal, nos asimila y nos encamina hacia el gozo eterno de su
divinidad.
Cristo es el mediador de una alianza nueva en su propia sangre (segunda lectura).
La Eucaristía es memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo, que no es
simple recuerdo de algo que sucedió en el pasado, sino celebración que actualiza
ese mismo acontecimiento, reproduciendo su eficacia salvadora. “La
contemporaneidad de Jesús se revela de forma especial en la Eucaristía, en la cual
está presente con su pasión, muerte y resurrección” (Benedicto XVI).
La muerte de Jesús, en la plenitud de su significado, permanece eternamente en la
gloria de la resurrección: su amor hasta el extremo, la entrega de su propia vida, la
aceptación de su condición mortal, puesto en las manos del Padre, tienen una
actualidad eterna. Su muerte no es sólo un acto del pasado, pues en ella Cristo fue
glorificado para siempre. Su muerte y su glorificación constituyen un único
misterio. Dando a entender la muerte de que iba a morir, decía Jesús: “ha llegado
la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre” (Jn 12,20-23). Ahora Cristo
resucitado mantiene vivas las heridas de su pasión.
La eucaristía, sacramento pascual, “es misterio de muerte y de gloria como la cruz,
que no es un accidente, sino el paso a través del cual Cristo entró en su gloria y
reconcilió a la humanidad entera, derrotando toda enemistad” (Benedicto XVI). Nos
hace experimentar el fruto de la redención y nos llena del gozo eterno de la
divinidad, (oración después de la comunión). En este sacramento admirable
recibimos la abundancia de gracia y de vida celestial del Crucificado-Resucitado
(Prefacio II). La eucaristía es pan de resurrección, pan de vida nueva y eterna. El
Señor resucitado, verdadera, real y sustancialmente presente bajo las especies de
pan y de vino, se nos da como comida y como bebida, para que también nosotros,
ya ahora, seamos realmente transformados. Su amor pasa a nosotros y nos
capacita para dar también la vida por nuestros hermanos.
La fiesta del Corpus viene a recordarnos que el Crucificado-Resucitado está
presente verdadera, real y sustancialmente en la sagrada Hostia. No es un símbolo
ni un signo de Cristo. El Espíritu Santo, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo. El pan ya no es pan, el vino ya no es vino. La Eucaristía es el
sacramento de la presencia real y verdadera de Cristo Resucitado y glorioso.
El mismo Espíritu transforma también a cuantos reciben con fe a Cristo, Pan de
Vida, que nos asimila a Él. El amor de Dios penetra en lo íntimo de nuestro ser y
modifica radicalmente nuestro corazón. “En la santa Comunión recibimos el Cuerpo
del Señor resucitado y nosotros mismos somos incorporados a este Cuerpo, de
manera que estamos ya resguardados en Aquel que ha vencido a la muerte y nos
conduce a través de la muerte” (Benedicto XVI). En la comunión nuestra vida es
asimilada a la de Cristo, que nos transforma y nos configura con él. Entramos en
comunión existencial con él, para vivir con él y como él; y a través de él, con la
santa Trinidad. Cristo nos une a su cuerpo resucitado y glorioso, para ser una sola
cosa con él. Nos inserta en su Persona, que a su vez está inmersa en la comunión
trinitaria. Nos comunica su energía divina.
Por otra parte, la Eucaristía hace a la Iglesia, porque la comunión con Cristo es
siempre comunión con los hermanos. “La eucaristía es el encuentro personalísimo
con el Señor y, sin embargo, nunca es un mero acto de devoción individual”, nos
recuerda Benedicto XVI. La palabra «comunión», que usamos para designar a la
Eucaristía, resume la dimensión vertical y la dimensión horizontal de este don del
Señor. No podemos comulgar con Cristo, si no comulgamos entre nosotros.
Formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan. “El pan es uno, y
así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos
todos del mismo pan” (I Cor 10, 17).
La eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo, que nos acompaña y nos
indica la dirección. Es alimento y fuerza del peregrino cansado y desorientado.
Caminamos con el Señor. Es el significado profundo de la procesión, que arranca y
se pone en marcha inmediatamente después de la misa. Es como su prolongación.
Avanzamos tras de aquel que es camino, verdad y vida.
La Eucaristía celebrada, pero también la Eucaristía adorada. Después de la misa
Cristo sigue presente bajo las especies de pan y de vino. En el sagrario hemos de
adorar al Señor en actitud de amor y agradecimiento, teniendo presente la
referencia esencial al sacrificio actualizado en la santa misa.
MARIANO ESTEBAN CARO