IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A
EL CIEGO DE NACIMIENTO Y SILOÉ
Padre Pedrojosé Ynaraja
La narración incluida en el evangelio del presente domingo, os puede parecer larga,
sinceramente, lo comprendo, pero hay que entender el contexto, para sacarle todo
el jugo, que es muy útil. En primer lugar os advierto que el término piscina, no
significa, como actualmente entre nosotros, un lugar para ir a nadar. En este caso,
como en los demás que se utiliza la palabra, se trata de un enorme aljibe, un gran
depósito de agua, para menesteres de uso general. Esta de hoy para las labores de
limpieza de los lugares donde se efectuaban los ritos de sacrificio de corderos y
otras víctimas de los holocaustos. Imaginaos cuánta agua se necesitaba para dejar
limpio el ámbito donde, en los días de Pascua, se podían matar más de 10.000
corderos. Aquello parecería un gran matadero, lleno de moscas y malos olores.
Cercano, pues, se encontraba esta piscina, llamada de Siloé, el enviado. El agua
fluía del manantial de Guijón y atravesaba el túnel de Ezequías. Como la salida de
esta corriente ha sido siempre visible, y en sus proximidades había un depósito,
poco más que un gran charco, se lo visitaba hasta hace poco tiempo con devoción,
pese a las dudas que los arqueólogos tenían de si correspondía a la de los textos.
Sé de personas que, aparentemente, mejoraron su visión al mojarse los ojos en
estas aguas y he observado el fervor que ponían otras que me acompañaban,
pidiendo a Dios que les conservase la vista. No estaba exactamente allí, pero
tampoco lejos, ni independiente de la bíblica.
Finalmente se han encontrado los restos auténticos de la piscina de Siloé. Según
leo, está muy próxima a la que os he explicado, mis queridos jóvenes lectores.
Situada aguas abajo, se llenaba del mismo caudal del que os he hablado. Me parece
que la distancia que hay entre ellas no supera mucho los 200m. Espero poder ver lo
que se ha descubierto, la próxima vez que vaya a Tierra Santa, si Dios quiere.
Hasta aquí noticias de realidades históricas o arqueológicas, como me gusta hacerlo
siempre que puedo.
Continúo comentándoos ahora algo del mensaje de salvación que incluye el relato.
Se plantean diversas cuestiones, alguna de ellas a nosotros ya no nos importan. La
fundamental es ¿por qué este hombre ciego sufre esta desgracia? Seguramente, en
alguna ocasión os habréis hecho también vosotros una pregunta semejante ¿por
qué a mí? ¿Qué culpa tengo yo? ¿Por qué en este momento? Pensamientos de estos
nos oprimen cuando a alguien, o a nosotros mismos, se les diagnostica una grave
enfermedad o un percance imprevisto. Nosotros pensamos en herencia genética, en
aquel tiempo se pensaba que un mal podía ser consecuencia o castigo por un
pecado, del sujeto o, como le plantean al Maestro esta vez, a lo mejor o a lo peor,
la ofensa a Dios la había cometido su padre.
Ni es suya, ni de su padre, dice el Señor. El mal que sufre se tornará en bien y el
hecho este en enseñanza para muchos otros. Así que su desgracia será un motivo
de dar gloria a Dios. El buen hombre ha confiado en el Maestro y acepta sus
deseos. Le ha puesto barro en los ojos y ahora le dice que se los lave en cierto
sitio, pues, allá se dirige, el buen hombre sin rechistar. Asombra lo ocurrido y se
busca explicación. Los que detentan el mando, como tantas veces pasa, se enojan
porque alguien tiene poder y lo ejerce sin consultarles. La queja debe tener algún
fundamento exhibible, pues bien, dirán ha ejecutado una maniobra en día de fiesta.
No importa la calidad. O sí. Tal vez sea mejor comprobarlo. ¿No desconfiamos
nosotros a veces del obrar de Dios y queremos darle lecciones? Venga, que a
nosotros también nos enoja si se hace algo, lo hace alguien que consideramos
inferior, sin habernos consultado o pedido permiso.
Los padres que lo engendraron… Contentos sí, pero con precauciones. Que aunque
sea hijo nuestro, ya es mayorcito. Interrogadle a él y dejadnos en paz. Como aquel
que dijo: ser bueno sí, pero pretender ser santo, no, que es demasiado. El buen
hombre que fue desgraciado ciego y, según parece, lo llevaba sin rebelarse, este sí
que es valiente y, pese a que su declaración se volverá en contra suya, reconoce y
hasta interpela a los que mandan, con cierta ironía. Los que mandan, se
aprovechan para acobardarle, pero él ha sido beneficiado por Dios y no les teme.
Mis queridos jóvenes lectores, paraos un momento y preguntaos: ¿me interesa
obrar como Dios quiere, y pretendo siempre descubrirlo, o me atengo a lo que sé y
a las potestades que imagino tengo, desinteresándome de la voluntad y orientación
que me ofrece el Señor? ¿Me dan miedo los que tienen el mando, pese a que sus
órdenes o prohibiciones no correspondan a los deseos del Señor?