Encuentros con la Palabra
Domingo IV de Cuaresma – Ciclo A (Juan 9, 1-41)
“Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
El diagnóstico que nos acaban de dar es fatal; la enfermedad apareció de repente y no
hubo tiempo de prevenirla. Fue un accidente horrible; nadie esperaba que muriera tan
joven. En el cruce de balas lo hirieron y quedó parapléjico; le espera una vida entera de
sufrimiento. La ecografía dice que el niño va a nacer con una deficiencia grave; será una
carga pesada de llevar para toda la familia. Noticias como estas no se las desea uno a
nadie. Pero llegan muchas veces. Y siempre, sin avisar. El dolor en este mundo es muy
grande y toca, más tarde o más temprano, a nuestra puerta, y entra sin pedir permiso.
Cuando le pasan cosas malas a la gente buena ” es el título de un libro escrito por un
rabino norteamericano que vio nacer a uno de sus hijos con una penosa enfermedad, que
lo acompañó hasta su muerte, a los catorce años; murió sin saber por qué él y sus
padres, habían tenido que sufrir tanto. Desde luego, este libro no logra explicar del todo el
origen del mal en el mundo, pero sí nos ayuda a entender algunas de las situaciones que
viven aquellas personas que han sufrido injustamente. Es un buen intento por darle un
sentido al dolor del inocente.
Los discípulos, viendo al ciego de nacimiento, le preguntan a Jesús: “¿Por qué nació
ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres, o por su propio pecado?”. Esta
pregunta aparece siempre ante el dolor y el sufrimiento del inocente. Buscamos la culpa
en alguien. Buscamos alguna explicación, algún sentido al dolor, porque no nos cabe en
la cabeza que no haya una causa que lo explique. Pero siempre, las explicaciones y los
razonamientos que hacemos se quedan cortos. El sufrimiento desborda nuestros intentos
por entenderlo y explicarlo. Eso ha pasado recientemente con la tragedia del sudeste
asiático y en muchos otros sucesos que dejan al descubierto nuestra propia contingencia.
La respuesta que da Jesús puede decirnos algo, aunque hay que reconocer que el
misterio sigue allí, sin aclararse plenamente: “Ni por su propio pecado ni por el de sus
padres; fue más bien para que en él se demuestre lo que Dios puede hacer. Mientras es
de día, tenemos que hacer el trabajo del que me envió; pues viene la noche, cuando
nadie puede trabajar. Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo”. ¿Qué culpa
puede tener el niño al nacer? ¿Por qué iba a cargar el niño con el pecado de sus padres?
Sin embargo, esta es la explicación que le damos muchas veces, al dolor. Necesitamos
un chivo expiatorio y lo buscamos en otros o en nosotros mismos. Tratamos de entender
el origen del mal en algún comportamiento nuestro.
El dolor y el sufrimiento no se pueden explicar. Tal vez lo peor que podemos hacer es
buscar culpables o culparnos a nosotros mismos. El dolor es una pregunta que nos lanza
la vida y que nos abre a lo que Dios puede hacer en nosotros y, a través nuestro, en los
demás. El Señor nos invita a ser una luz para aquellos que transitan por el camino del
dolor, como lo fue él para aquel ciego que recuperó la vista después de bañarse en el
estanque de Siloé. “Después de haber dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la
saliva un poco de lodo y se lo untó al ciego en los ojos. Luego le dijo: – Ve a lavarte al
estanque de Siloé (que significa ‘enviado’)”.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
Si quieres recibir semanalmente estos “Encuentros con la Palabra ”,
puedes escribir a herosj@hotmail.com pidiendo que te incluyan en este grupo.