IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Ciegos y obcecados, ante la luz de Cristo
Estamos ya en el cuarto domingo del camino cuaresmal hacia la Pascua, en la cual
celebraremos la pasión, muerte y resurrección de Cristo, y la Iglesia nos va
ofreciendo cada domingo un motivo catequético de carácter bautismal que nos
ayude a renovar la fe en Jesucristo mediante la revisión de la vida a la luz de la fe e
iluminados por la palabra de Dios, de modo que toda nuestra personalidad quede
transformada para vivir en la bondad, en la justicia y en la verdad propia de los
hijos de Dios. En este domingo el signo pascual y bautismal es la luz. La luz del
mundo es Cristo y su victoria sobre la muerte proclama el triunfo definitivo
de la luz sobre la tiniebla, de la gracia sobre el pecado y del bien sobre el
mal. De esa luz, que es Cristo, todos nosotros podemos participar hasta
convertirnos también nosotros en luz, con él y por medio de él. Esto es lo que se
simboliza en el fuego de la vigilia pascual, del cual surge la luz del cirio, símbolo del
Resucitado, en el que todos los bautizados participamos con nuestra propia vela.
La palabra de Dios dominical desarrolla su particular catequesis acerca de la luz. La
elección y unción de David como rey por parte del profeta Samuel (1Sam 16, 1b.6-
7.10-13a) revela que Dios no se fija en las apariencias sino que mira el
corazón, e igual que elige a David, el ascendiente mesiánico, siendo el hermano
menor de los hijos de Jesé, nos escoge a cada uno de nosotros, fijándose en
nuestro corazón y suscitando la transformación interior que el Espíritu realiza en
cada uno de nosotros para formar parte de un pueblo mesiánico.
La carta a los Efesios (Ef 5,8-14) muestra a Cristo como luz, que desvela toda
sombra y oscuridad de la vida humana, dejándola al descubierto y así todo lo
descubierto se transforma en luz, hasta el punto de que cada persona llega a ser
también luz que destella con sus obras, bondad, justicia y verdad . En este
mundo de mentira y corrupción, de injusticia y de autojustificación, de malicia y de
egoísmo, necesitamos encontrarnos con la luz para tener una nueva visión del
hombre, de la vida, del mundo y de Dios. Necesitamos encontrarnos con Cristo, luz
que haga ver la luz.
La curación del ciego en el evangelio de Juan (Jn 9,1-41) escenifica en una
narración bellísima ese proceso iluminador del ser humano en el encuentro con
Jesús. Este amplio relato constituye el eje del mensaje dominical. La curación del
ciego de nacimiento es el penúltimo de los siete signos de este evangelio que
anuncian la hora de la gloria en la Pasión y glorificación de Jesús. El milagro es
mucho más que un hecho prodigioso, puesto que la curación inaudita del ciego de
nacimiento es la ocasión y el signo para encontrarse con Jesús y creer en él
como Mesías, Hijo del Hombre y Señor.
En este evangelio se perciben tres procesos a la vez. Primero, el proceso
progresivo de visión , desde la fe ciega del invidente hacia la fe
testimonial hasta culminar en la expulsión del mismo por ser tstigo de Jesús.
Segundo, el proceso revelador de la persona de Jesús como Profeta, Mesías,
Hijo del Hombre y Señor (Jn 9, 17.22.35.36.38). Finalmente el proceso de
obcecación de los dirigentes en su pecado de rechazo de Jesús y rechazo de
la luz. El juicio por medio de la luz se ha producido con Jesús.
En cuanto signo este milagro revela que Jesús es la luz del mundo que juzga al
mundo . El capítulo noveno de Juan continúa la controversia con los líderes
religiosos. Jesús es la luz del mundo que libera de las tinieblas. El ciego
representa al pueblo en su impotencia sometido a los dirigentes. La misión de Jesús
es "abrir los ojos" (expresión que aparece siete veces en el texto) al ciego y a los
que no ven para que vean (el verbo ver se repite nueve veces) y crean en Jesús
como Señor; es la misión liberadora del Siervo de Dios (Is 42,6; 35,1-10) que
aparece también en otros textos, como el de Is 29,18. El hombre es debilidad y
oscuridad pero Jesús amasa el barro con su saliva para que, como en la primera
creación, nazca un nuevo hombre, una nueva humanidad, el hombre del Espíritu
(Jn 3,6). Este Evangelio parte de un milagro para mostrarnos no sólo que Jesús
abre los ojos al ciego para que vea sino para que el hombre crea que Jesús es
la luz y el Hijo del Hombre y quien se encuentra con él y lo reconoce
experimenta un cambio rotundo en su vida hasta el punto de ser considerado como
hijo de la luz una nueva criatura. Eso es lo plenamente celebraremos en la Pascua y
lo que hoy anticipa la liturgia cuaresmal.
Sin embargo este proceso de clarificación e iluminación de la vida en los que
recuperan la vista y creen en Jesús se produce a la par que otro proceso de
obcecación progresiva en los dirigentes fariseos , los cuales, creyendo que
ven, no perciben ni siquiera las evidencias de la realidad. Los fariseos se niegan a
reconocer que el ciego lo era desde nacimiento, que lo haya curado uno que no
cumple la ley del sábado y por tanto no puede ser el Mesías, sino un pecador. Los
fariseos se oponen a Jesús porque, en su obstinación, consideran pecador a uno
que no respeta la ley y cura en sábado a un hombre necesitado y además parten de
la idea de que Dios no puede escuchar a los pecadores. Por eso Jesús es no sólo la
luz del mundo que ilumina a todo hombre sino la luz que desvela y juzga toda la
obcecación progresiva de los que no quieren ver, de los que se cierran a la
continua y sorprendente intervención liberadora de Dios en la historia humana. Y
por ello el pecado persiste en ellos.
Los ciegos son personas que no ven porque no han podido ver nunca o porque han
perdido la visión. Los obcecados son personas que no ven porque un objeto o una
realidad se interpone ante sus ojos y les impide ver y, aunque creen ver, no ven ni
siquiera lo que tienen delante de sus ojos. Esto es lo que aparece hoy en el
evangelio de la curación del ciego de nacimiento y la narración de las controversias
que suscita dicho evento. La ceguera física es una anomalía que pertenece a la
naturaleza humana, pero la obcecación es un tipo de ceguera en el que la voluntad
humana impide ver toda la realidad y se ofusca tanto que no permite ver más que
lo previsto previamente por el sujeto. Dice el refrán que no hay pero ciego que el
que no quiere ver. Jesús, luz del mundo, hace ver a los ciegos, que son los pobres y
marginados y juzga a los obcecados, que son los fariseos y dirigentes judíos, cuyo
pecado, generalmente de soberbia y de autosuficiencia en la obcecación por el
poder, les impide incluso ver las realidades más evidentes. Y cada uno de
nosotros ¿Somos ciegos u obcecados?
En Bolivia nos hacemos eco de la intervención positiva de nuestros obispos durante
esta semana en la Conferencia Episcopal. La palabra de su presidente, Mons.
Oscar, como la del Cardenal Julio Terrazas hace una semana, es de nuevo profética,
en la búsqueda de la bondad, de la justicia y de la verdad, como hijos de la luz y
seguidores de Jesucristo,y no puede callar ante los casos de corrupción y extorsión
que hay en este país y que se van destapando de forma progresiva. Su palabra,
como la de Jesús, puede sacar de la ceguera a nuestra gente, contribuir a
esclarecer la verdad en los procesos de corrupción y de justicia, y poner de
manifiesto la obcecación de los que no ven más que lo que les interesa.
Agradecemos a los Obispos sus palabras y nos congratulamos con toda nuestra
Iglesia por el reciente nombramiento de los nuevos obispos auxiliares de La Paz,
Mons. Aurelio Pesoa y Mons. Jorge Ángel Saldías. A ellos los felicitamos y les
aseguramos nuestra oración para que sean testigos vivos del Evangelio de
Jesucristo.
Vayamos todos este domingo al encuentro de Jesús para que encontremos luz y
nuestra vida se abra a un proceso de revisión y clarificación desveladora de las
sombras que hay en los rincones del alma y podamos recibir de él una nueva visión
que nos permita caminar como hijos de la luz en comunión con el crucificado
y resucitado, la auténtica luz del mundo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura