II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, Ciclo A.
Constructores de la paz
La Palabra: “Los discípulos estaban reunidos en una casa con las puertas cerradas
por miedo a los judíos. En esto entró el Resucitado, se puso en medio y les dijo:
‘¡paz a vosotros!’” (Jn 20, 19-31).
1. Son muchas las catástrofes que suceden y las desgracias que nos acosan. Si
encima nos amenaza una divinidad vigilante como superpolicía y que al final nos
dará con una estaca, es preferible no creer ni en dioses ni en religiones. Sin
embargo, Jesús de Nazaret con su forma de vivir y con su victoria sobre la muerte
nos trae la buena nueva: Dios es amor, no sabe más que amar, nos ama no porque
nosotros seamos buenos sino porque él es bueno. Tenemos razones para confiar
incondicionalmente.
2. Uno de sus discípulos traicionó a Jesús, Pedro lo negó y los otros, al ver que lo
crucificaban, lo abandonaron por miedo a que les echasen mano también a ellos. Lo
menos que podían esperar era una reprimenda del Resucitado. Pero no fue así. El
Resucitado irrumpió en la vida de los primeros creyentes como perdón, paz, opción
y compromiso de anunciar al mundo entero su evangelio. El encuentro personal y
comunitario con Cristo vivo es la fe o experiencia cristiana de la resurrección.
3. La única forma de proclamar la resurrección es vivir con la sensación de ser
amados, y dar testimonio creíble del amor que vence a la muerte. En una de sus
homilías que hoy leemos, san Pedro da gracias a Dios que, “en su gran
misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho
nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura,
imperecedera”.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net