VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
Constructores de la paz
La confianza no es pasividad
La Palabra: “Por qué os agobiáis por el vestido, pues si a la hierba que hoy está en
el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste, ¿no hará mucho más por
vosotros, hombres de poca fe? No andéis agobiados pensando en qué vais a comer
o beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Sobre
todo buscad el reino de Dios y su justicia, convencidos que no podéis servir a dos
amores: Dios y el dinero” (evangelio).
1. Jesús vive la intimidad con el Padre que continuamente nos ama y sostiene y en
quien siempre podemos confiar. Sale al paso de la tentación que todos llevamos
dentro: dar valor absoluto y poner nuestra confianza en dioses o falsos absolutos
que no tienen consistencia, como riquezas, poder, apariencias sociales. Quiere
destacar la certeza de que no estamos solos y que, ocurra lo que ocurra, caeremos
siempre en los brazos del “Abba”. Así lo experimentaron los grandes místicos
cristianos como Teresa de Ávila: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa,
Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: solo
Dios basta”.
2. Pero esta confianza no significa echarse a dormir y dejar que, por un milagro,
nos caiga el alimento del cielo. Todos tenemos que trabajar para que la creación
puesta en nuestras manos, proporcione los recursos necesarios para que podamos
vivir y desarrollarnos con dignidad todos los seres humanos. Ese objetivo no solo
exige que trabajemos, sino que ese trabajo dé como fruto los recursos necesarios
para el desarrollo nuestro y de todos los seres humanos, tanto en su dimensión
económica como en su relación solidaria con los demás, pero realizar tal propósito
será imposible, mientras unos acaparen y endiosen al dinero pues generan así la
pobreza inhumana en los más débiles.
3. Como alternativa se propone el reino de Dios y su justicia. El reino de Dios es lo
que sucede cuando nos dejamos alcanzar y transformar por el amor, que nos lleva
espontáneamente a pensar en los otros, compadecernos de los pobres y compartir
con ellos cuanto somos y tenemos. Cuando se vive la intimidad con el “Dios del
reino”, es ineludible el compromiso con la justicia que, según la revelación bíblica,
es rectificar lo torcido. La codicia, cuyo fruto amargo es la inequidad y escandalosa
pobreza, tuerce y desfigura nuestra sociedad humana, porque hace imposible la
fraternidad de todos los que nos sentamos a participar como amigos en la mesa
común de la creación.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net