II Domingo de Cuaresma, Ciclo A.
El amor conlleva sufrimiento
La Palabra: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadle” (evangelio).
1. En aquel tiempo se celebraba en Jerusalén la fiesta de las Tiendas, cuando el
pueblo recordaba y daba gracias por la liberación de la esclavitud que antiguamente
sufrió en Egipto. Los judíos esperaban que tal vez en esa fiesta llegara el Mesías
esperado. Jesús asistió a esa celebración y sus mismos discípulos, respirando esa
esperanza, pensaban que había llegado el momento de que Jesús se manifestara
claramente proclamándose Mesías, el esperado libertador político del pueblo. Pero
una vez más, Jesús renuncia a ese mesianismo triunfalista, y con tres de ellos muy
significativos, se retira al monte para orar y discernir el camino que ha de seguir.
2. Cuando se escribe este evangelio, ya la primera comunidad cristiana está
sufriendo la incomprensión y la persecución. Los primeros discípulos –Pedro,
Santiago y Juan– representan a toda la comunidad y se ven tentados a buscar
refugios seguros al margen de este mundo conflictivo: “hagamos tres tiendas” para
vivir cómodamente sin exponernos a que nos crucifiquen. Confiesan que Jesús es el
Hijo, el Enviado, pero no entienden ni aceptan un Mesías que se manifieste y libere
como amor dándose a los demás gratuitamente y con sufrimiento. Aquellos tres
discípulos “están dormidos”, como estaban dormidos en Getsemaní cuando Jesús,
sufriendo la terrible y dura crisis, decidió seguir amando hasta el extremo de sufrir
una muerte cruel e injusta.
3. Cuaresma es el tiempo de reavivar nuestra vocación bautismal como
seguimiento de Jesucristo. No vale un amor abstracto que no entra en nuestro
quehacer de cada día, en nuestras relaciones con los demás y en el compromiso por
construir una sociedad más humana y más justa. Cuando llevamos a cabo esa
concreción, el conflicto es inevitable en nuestra misma interioridad, donde bullen
juntos el instinto de ternura y el instinto egoísta de muerte, en la sociedad humana
e incluso dentro de la comunidad cristiana. Si por el bautismo nos configuramos a
Jesucristo, cuyo mesianismo se manifiesta en un amor incondicional hacia los
demás soportando incluso la propia muerte, no es posible una existencia bautismal
construida en el amor sin el sufrimiento. En otras palabras, no podemos ser hijos
en el Hijo sin cruz.
Fray Jesús Espeja, OP
Con permiso de Palabranueva.net