V Semana de Cuaresma
Martes
Lecturas bíblicas:
a.- Núm. 21, 4-9: La serpiente signo de salud y perdón.
En la primera lectura, el pueblo de Israel se queja, como muchas veces en su
travesía por el desierto, esta vez por la carencia de alimentos y agua (v.5). A las
penalidades del desierto, como el cansancio, el hambre y la sed, se agregan los
peligros de serpientes y escorpiones, animales venenosos (cfr. Dt. 8,5; Is.14,29;
30,6). Yahvé, educador en la fe de su pueblo, les envía precisamente serpientes
venenosas, para exhortarlos al arrepentimiento, por haber hablado contra ÉL, y su
enviado Moisés. El pueblo reconoce su pecado y Moisés intercede, la respuesta de
Dios es el perdón y la serpiente de bronce, un signo, con el cual sanaba sus
picaduras. Bastaba mirar la serpiente de bronce y recobrar la salud. Mirado desde
fuera y a la distancia de siglos nos parece un rito mágico, pero Dios se valió de ese
signo para encaminar al pueblo de Israel a la fe. En ello tenemos el dato de las
serpientes del desierto, la creencia de virtudes curativas de la serpiente, vestigios
del culto que la serpiente tenía en Oriente, como dios de la salud sobre todo en
Canaán (cfr. Sb. 16,6); será el rey Ezequías quien suprima el culto que todavía
daban los israelitas a la serpiente de bronce en el templo de Jerusalén (cfr. 2Re.
18,4); griegos y romanos, la veneraban como Esculapio o Asclepios y a su templo
en Epidauro, acudían enfermos de toda Grecia a escuchar su oráculo, buscando
salud. Aquí la serpiente, sin ese halo divino, simplemente remonta a Yahvé
providente con su pueblo, la mirada se dirige a Dios que sana con su poder, el que
supera al otro aspecto de Dios que castiga la falta cometida, por medio de la
mordedura de las serpientes. Ella aparece como principio de muerte, pero a su vez
de sanación y de vida, que se convierte en fe en el Dios que más allá del juicio
hacer resplandecer su gracia y misericordia. Moisés sube a Dios y ora por su
pueblo, para descender con el perdón y la vida. Juan en su evangelio, relacionará la
serpiente de bronce, con la Cruz de Cristo, para obtener, vida eterna (cfr. Jn. 3,
14).
b.- Jn. 8, 21-30: ¿Quién es Jesús? Yo soy.
El evangelio nos presenta, qué significa que Jesús sea luz del mundo. Cuando Jesús
se marche los judíos no lo podrán seguir, lo buscarán, pero no lo encontrarán,
porque ellos no lo podrán seguir. Se revela la necesidad de los judíos y de toda la
humanidad, de Jesús como luz del mundo y de la vida (v.12). El rechazo de esa luz,
les impide ir donde Jesús se dirige, a la muerte por amor a los hombres, no por
suicidio. Jesús sabe a dónde va, dar la vida, pero ellos no aceptaran un Mesías
crucificado, buscan su propia gloria, no estarían dispuestos a dar la vida por el
pueblo. Jesús inicia su éxodo, pero ellos no abandonarán su posición. Jesús revela
lo que le ha oído al Padre, hace lo que le agrada, lo que impide a los que lo
rechazan salir de su pecado, entendido como oposición al proyecto salvífica de Dios.
La lejanía de Dios, salir de ese pecado, se resuelve con creer el: “Yo soy” de
Jesucristo, que es la clave para comprender este evangelio. Yo soy que se refiere a
Yahvé (cfr. Ex. 3,14; Dt. 39,39; Is.43,10; 45,18; Jn.6,20). Afirmación muy fuerte
que viene a significar, que a quien denomina Padre se expresa en ÉL, se encuentra
en ÉL; Jesús sería, figura de Yahvé que los hombres pueden contemplar en ÉL. La
reacción de los judíos, es preguntarle por su identidad: ¿Quién eres tú? (v.25).
Jesús remite a su experiencia profunda del Padre, que se muestra veraz en ÉL, lo
que habla al mundo, es lo que ha oído al Padre (vv.25-26). Como percibe su
incredulidad les remite ahora a su exaltación, cuando el Hijo del Hombre sea
elevado, lo que implica la crucifixión y resurrección en la mentalidad del evangelista
Juan, entonces sabrán quien es “Yo soy” (v.28). En el fondo, les anuncia que los
acontecimientos salvíficos, de los que serán testigo, les hará reconocer como Hijo
de Dios, Hijo del Hombre, el Yo soy. En esa hora el Padre está con Jesús, no lo
abandona, (v.29), según Juan. El Padre resplandece en la vida de Jesús, que la
entrega en la cruz, para la salvación del mundo, momento en que la gloria de Dios,
alcanza su mayor manifestación. El Padre se hace presente para confirmar cuando
el Hijo es levantado quién es Yo soy (v.28). Si bien fueron muchos los que creyeron
en Jesús, la adhesión, era más bien intelectual, un consentimiento efímero, pero
Jesús no se fiaba de ellos (cfr. Jn. 2, 23-35). Se puede concluir, que mientras no se
viva el amor al prójimo, habiendo renunciado a la injusticia, no se es verdadero
discípulo de Jesús, no se ha comprendido su evangelio. Mirar a Jesucristo,
crucificado y resucitado, es para escucharle imitarle para obrar como ÉL, entrar en
su intimidad con el Padre, nuestro Padre desde ÉL, hacer lo que a ÉL le agrada. Dar
la vida como ÉL por el prójimo. Progreso, avance en la entrega mutua, entre Dios y
el hombre, signo de sana vida espiritual.
San Juan de la Cruz nos sitúa en dos planos: junto al árbol de la caída de nuestros
primeros padres, Adán y Eva, y junto al árbol de la Cruz, donde la vida empieza:
“Esto es, debajo del favor del árbol de la cruz, que aquí es entendido por el
manzano, donde el Hijo de Dios consiguió victoria, y por consiguiente desposó
consigo la naturaleza humana, y consiguientemente a cada alma, dándole él gracia
y prendas en la cruz; y así, dice: Allí conmigo fuiste desposado. Allí te di la mano”
(CB 23, 3).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD