V Semana de Cuaresma
Viernes
Lecturas bíblicas:
a.- Jer. 20, 10-13: Confesiones de Jeremías.
La primera lectura, nos hace confidentes de estas confesiones de Jeremías, donde
se unen sus crisis interiores, y las amenazas exteriores, la persecución y el odio de
sus más cercanos. A pesar de todo, se siente seguro en su interior, porque Yahvé
está a su lado como un fuerte campeón (v.11). El profeta se ve como objeto de un
nuevo complot para acabar con su vida; sólo esperan la ocasión propicia. Lo mismo
sucederá siglos más tarde, con Jesús de Nazaret, será vendido por uno de sus
amigos. Jeremías, no se queja con Yahvé, le recuerda la promesa del día en que lo
llamó a servirlo. Dios conoce su intimidad, por lo tanto espera con fe y seguridad la
derrota de todos los que atentan contra su vida (v.12). Detrás de esta esperanza,
está la idea de la retribución terrena, muy propia del AT; el profeta será salvado
una vez, más por la mano poderosa de Yahvé. Finaliza con toda una invitación a
que todos alaben a Dios, reconozcan su acción salvadora, que proféticamente ve
realizada en él ya que se convierte en testigo del dolor por la palabra de Dios, pero
también, de la salvación y glorificación que Yahvé va a otorgar en esta vida. Toda
su experiencia profética: su causa, defensa y justicia la pone en manos de Yahvé.
Hay como trasfondo una confianza total; Yahvé no abandona a quien le confía toda
su existencia.
b.- Jn. 10, 31-42: Jesús se declara Hijo de Dios.
El evangelio nos habla de la verdadera identidad de Jesús. ÉL y el Padre son una
sola realidad (v. 30). La pregunta de si es o no el Mesías, parece innecesaria. ÉL es
mucho más que el Mesías que esperaban los judíos, es el Hijo de Dios. La
declaración de Cristo, provoca las iras de los judíos, y traen piedras para matarlo,
el motivo es siempre haberse declarado “Hijo de Dios”, y de ser uno con el Padre.
Las obras hablan por ÉL y atestiguan su condición, tanto que uno de los propios
judíos habla en su favor: ¿acaso un endemoniado puede dar vista a un ciego? (Jn.
10,21). Para los judíos, el declararse igual a Dios, les parece blasfemia (v.34). La
réplica de Jesús se basa en las palabras del Salmo 82,6: “Yo he dicho: sois dioses,
sois todos hijos del altísimo”. Si a ellos les fue confiada la ley, la palabra de Dios y
el poder de interpretarla y aplicarla, los llama dioses, con cuanta mayor razón el
Hijo de Dios, el único enviado, aquel que es la Palabra de Dios. Insiste Jesús:
“Cómo le decís que blasfema por haber dicho: Yo soy Hijo de Dios?” (v. 36). Si la
misma palabra de Yahvé, otorga la divinidad a quien acoge la Palabra de Dios, con
cuanta mayor razón se la puede atribuir la propia Palabra de Dios a quien quién es
el Hijo de Dios. La historia de Israel y la conducta que mantuvieron respecto a
Yahvé los hacía indignos de tanto honor, en cambio, las obras de Jesús demuestran
que es el Hijo de Dios, el enviado del Padre, el camino y la puerta que conduce a
Dios. Los que conocen a Jesús, es decir, poseen una experiencia de Dios que va
calando la vida, la transforma, desde criterios y actitudes, hasta que la voluntad
comienza a asimilar el querer de Jesús, escuchar su evangelio, buena noticia que
deja huella profunda. La comunidad eclesial proclama su fe en la celebración
litúrgica, fe en el Hijo de Dios, Maestro y Salvador, lo que hace que se forme el
discípulo, el misionero, el testigo que conoce y ama lo que cree. Si muchos
cristianos no poseen una auténtica experiencia de Dios, es porque no han
profundizado en su fe, de ahí la tarea evangelizadora de la Iglesia, continua y
sembrada de esperanza cierta, ante el paganismo que reina en nuestra sociedad.
Este tiempo santo de cuaresma es tiempo propicio para iniciar este camino de
conocimiento de nuestra fe. Cada cristiano comprometido es luz y sal en medio de
la sociedad de hoy, de la buena noticia, el evangelio perenne de Jesucristo.
San Juan de la Cruz, místico carmelita, nos invita a dejarnos atravesar por esta
suave luz de amor que nace de la Sabiduría; el Verbo de Dios, hecho hombre por
nosotros, es la única Palabra del Padre, habla y dialoga, nos enseña que por el
camino de la fe llegamos a la unión con Dios, es decir, a la igualdad de voluntad y
amor, la misma que ÉL, posee con su Padre. Escribe el santo: “Porque en darnos,
como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo
habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (2S
22,3).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD