V Semana de Cuaresma
Sábado
Lecturas bíblicas:
a.- Ez. 37,21-28: Serán mi pueblo y yo seré su Dios.
El profeta usa el simbolismo de los dos leños con lo que quiere significar la unidad
que Dios busca establecer para su pueblo; en un leño lleva escrito el nombre de
Judá y en el otro, el de José e Israel, luego los une y camina por la ciudad con ellos
en las manos. ¿Qué significa esto? Volviendo la mirada a los comienzos del reinado
de David, él promete en nombre de Dios, el regreso a la tierra prometida bajo la
guía de un nuevo David. Es verdad, que David reunió bajo su cayado a todas las
tribus, artífice de unidad para Israel. Su tiempo corresponde, como elegido por el
Señor, al tiempo ideal de la teocracia de Israel. La división que se provocó a la
muerte de Salomón, dos reinos, Judá e Israel, no sólo quitó la unidad, sino también
que Dios ya no fuera el centro de todo, es más, conocieron incluso el destierro de la
tierra prometida. Ezequiel, anuncia la reunificación en la tierra prometida, es decir,
el regreso a la patria, donde reinará un nuevo David, bajo una sola nación. En el
futuro no habrá divisiones, fruto del pecado, la idolatría, por citar un desorden en
que cayó Israel. Elemento fundamental de la reunificación será purificar al país y
los corazones de la idolatría para la realización de una nueva alianza, que Cristo
Jesús sellará con su sangre, en los tiempos mesiánicos. Este nuevo David es el
único pastor de su pueblo, reinará sobre ellos, obedecerán la voluntad de Dios,
observarán sus preceptos. La insistencia del “para siempre” es de resaltar porque
en el fondo Dios se está comprometiendo con una alianza que garantiza
perpetuidad, eternidad con valores como la paz, vivir en la tierra prometida, los
multiplicará y su santuario estará en medio de ellos (vv. 25-28). Este nuevo David
es príncipe perpetuo de su pueblo (v. 25), lo vemos realizado sólo en Cristo Jesús,,
en la plenitud de los tiempos mesiánicos. Finalmente “sabrán las naciones” (v. 28),
Israel se convierte en profeta, anuncio e intermediario entre todos los pueblos,
instrumento de la revelación de Dios, testimonio de la presencia divina, vocación
que el Concilio Vaticano II, atribuye a la Iglesia, convertida en sacramento de
salvación universal (cfr. LG 48), el nuevo Israel, querido y revelado por Dios Padre.
b.- Jn. 11, 45-57: Jesús morirá para reunir a los hijos de Dios.
El evangelio habla de la unidad que quiere Dios Padre por sus insondables caminos
cuando quiere que se cumpla su economía de salvación. Un hombre debe morir por
el pueblo. Este es el argumento de los judíos, luego de la resurrección de Lázaro.
Su temor, la reacción romana en contra de la nación, porque Jesús realiza muchos
signos y muchos que hará que el pueblo crea en ÉL. La “solución” viene de Caifás,
Sumo Sacerdote aquel año: es mejor que muera un solo hombre y no toda la
nación (v. 50). Esos signos producían reacciones a favor, los que creían en Jesús,
otros de rechazo y hostilidad. Los judíos, temen que con tantos signos, la gente
admita que es el Mesías político y religioso y, el gobernador romano reaccionará
afectando el culto en el templo y la existencia del pueblo. Las palabras del Sumo
Sacerdote son una profecía: Jesús morirá por “la nación y no sólo por la nación sino
para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (vv. 51-52). De la
muerte de Cristo, de su costado, nace la Iglesia como verdadero pueblo elegido de
Dios, en la que ingresan no sólo judíos, sino todos los pueblos de la tierra, por los
cuales, Jesucristo muere y resucita, para darles vida nueva de hijos de Dios. Ahora
es Jesús, nuevo Sumo Sacerdote, quien ofrece el sacrificio, no por sí mismo como
hasta ahora hacía Caifás, una vez al año, sino por todos los hombres, para obtener
la unidad de todos los hijos de Dios dispersos. La actitud oportunista de Caifás es
una continua tentación de querer manipular a Dios y la religión, actitud que el
sanedrín aceptó, habla a las claras de cómo cuando la Iglesia, a través de su
historia, confunde y mezcla el ámbito religioso y político, es cuando se aleja del
evangelio de Jesús y su misión evangelizadora. La palabra del Jesús no se casa ni
con el triunfalismo ni con la acomodación a los tiempos de crisis. Continuamente
hay que revisar la imagen que estamos dando como Iglesia, a nivel comunitario y
personal y proponer un camino humilde, alegre y servicial, con no poca capacidad
de sacrificio y valentía para proponer esta línea de evangelización. Apoderarse de
Dios y de lo sagrado, es propio de la religión natural, lo cristiano es el servicio a
Dios y al prójimo porque así lo enseñó Jesucristo. Nunca servirse de la religión para
intereses personales. La religión cristiana no busca apoderarse de Dios, sino que
como es revelada, Dios toma la iniciativa, se abaja hasta el hombre para iniciar un
diálogo de amor con su gracia y lo llama. La respuesta del hombre se verifica en la
obediencia a la fe recibida envuelta de amor. Cuidemos con una vida santa, la
unidad de la Iglesia, trabajando la propia unidad entre la vida y la fe que nos une a
Jesucristo y a los hermanos en el mismo camino. Hoy muchos cristianos viven como
hijos de Dios dispersos, lejos de la vida eclesial, a estos hay que traerlos al rebaño,
para que bajo el cayado del único Pastor de nuestras almas, caminemos hacia la
vida eterna, habiendo luchado por evitar toda disensión en la propia sociedad y en
su Iglesia. Llegados al final de la cuaresma, ¿estamos preparados para celebrar
dignamente la Pascua del Señor? ¿Hemos renovado nuestra condición bautismal?
¿Hemos trabajado nuestra conversión? ¿Hemos hecho vida aquello de: Convertíos y
creer en el evangelio? Creo que si hemos orado la Palabra de Dios y puesto en
práctica su voluntad, estamos en camino de la Pascua del Señor.
San Juan de la Cruz, nos indica la forma de llegar a la transformación de amor:
“Dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció
este subido puesto de poder ser hijos de Dios; y así lo pidió al Padre él mismo por
San Juan, diciendo: “Padre, quiero que los que me has dado, de donde yo estoy,
ellos también estén conmigo para que vean la claridad que me diste; es a saber,
que hagan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que
es aspirar el Espíritu Santo….Que es comunicándoles el mismo amor que al
Hijo…por unidad y transformación de amor” (CB 39, 5).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD