Ciclo A: V Domingo de Cuaresma
Sociedad de San Vicente de Paúl en España.
«Esta casa, hermanos míos, servía antes de refugio para los leprosos; se les recibía
aquí y ninguno se curaba; ahora sirve para recibir pecadores, que son enfermos
cubiertos de lepra espiritual, pero que se curan, por la gracia de Dios. Más aún, son
muertos que resucitan. ¡Qué dicha que la casa de San Lázaro sea un lugar de
resurrección! Este santo, después de haber permanecido durante tres días en el
sepulcro, salió lleno de vida… Pero ¡qué vergüenza si nos hacemos indignos de esta
gracia!… ; no serán más que cadáveres y no verdaderos misioneros; serán
esqueletos de San Lázaro y no Lázaros resucitados, y mucho menos hombres que
resucitan a los muertos» (SVdeP XI, 710-711)
Ezequiel escribe para el pueblo de Dios que está desterrado en Babilonia. Los
israelitas son como huesos resecos, amontonados y sin vida. Pero Dios está
velando por su pueblo y su palabra de esperanza les devuelve las fuerzas para
seguir luchando por la vida. Este texto es muy querido por muchos pobres de los
distintos continentes de la tierra; se sienten como esas osamentas tiradas en los
campos o a lo largo del camino. Y estas palabras del profeta les devuelven la fe,
confianza en sí mismos y en el Dios de la vida. Creen que el Espíritu de Dios puede
transformar su muerte en vida, su sufrimiento en alegría y dignidad. Si tomáramos
conciencia de que el Espíritu de Dios habita en nosotros, cuán distinta sería nuestra
vida. Es ese mismo Espíritu que resucitó a Jesús el que nos hace vivir como
resucitados ya desde ahora. La corrupción generalizada, la violencia que no cesa de
segar vidas inocentes, el culto al dios dinero, placer y poder, nos está dejando a
merced de un mundo entregado a los ídolos que matan lo mejor de nosotros
mismos. Sin embargo, creemos que el Espíritu habita en nosotros y en nuestro
mundo.
La comunidad de Jesús debe regirse por relaciones de afecto y congregarse por un
amor activo a favor del proyecto del mismo Jesús, a favor de los más necesitados,
de los que sufren, de los privados de la dignidad y vida, de los Lázaros de hoy y de
siempre. Jesús comunica un “plus” de calidad de vida. El miedo a la hostilidad del
mundo nace del temor a la muerte. Jesús no elimina la muerte física, sino que, para
quien ha recibido de Él la vida, la muerte es más que un sueño. El grupo de
discípulos de Jesús aún está vinculado a la institución y a la mentalidad, judías. De
ahí nacen las falsas concepciones sobre la muerte, la resurrección y la obra del
Mesías. En su diálogo con Marta, que personifica a la comunidad que espera al
Maestro, Jesús deshace esas creencias, y da a conocer el significado de su persona
y misión, llevando a Marta a la plenitud de la fe propia del discípulo; por eso el
diálogo entre ambos culmina en la profesión de fe. El proyecto creador de Dios, no
es hacer un ser humano destinado a la muerte, sino a la vida plena y definitiva,
comunicándole la suya propia. Para quien ha recibido el Espíritu de Dios no existe
interrupción de vida, la muerte es sólo una necesidad física y natural. Después
Jesús se encuentra con María. Ésta representa a la comunidad apenada por la
muerte. Hay una diferencia entre el dolor desesperado de María y el dolor sereno
de Jesús. También Jesús siente pena, pero no porque la muerte sea definitiva, sino
porque se siente solidario del ser humano sujeto a ella, y sufre por la ausencia del
amigo. La muerte sigue siendo un hecho biológico, pero no señalará el fin de la
persona humana.
Ezequiel, Pablo y Jesús, nos invitan hoy, como al pueblo en el destierro, como a
Lázaro y sus hermanas, a fiarnos de su Palabra, a quitar la losa que pesa sobre
nuestras esperanzas, soltar las ataduras que nos oprimen y creer en la vida para
siempre. Como huesos resecos, como Lázaros en el sepulcro, necesitamos volver a
percibir que el Espíritu nos está llamando a recrear nuestras vidas, nuestras
comunidades y nuestra agonizante creación. Ojalá escuchemos la voz de Dios y no
esperar como Lázaro el final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un
camino de vida y esperanza en el que el Espíritu Santo desde el bautismo, nos
identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos, ya
ahora, como resucitados.
«Seguir a Jesucristo: Primero como hombres racionales, tratando bien al prójimo y
siendo justos con él; segundo, como cristianos, practicando las virtudes de que nos
ha dado ejemplo Nuestro Señor; finalmente, como misioneros, realizando bien las
obras que Él hizo y con su mismo espíritu, en la medida que lo permita nuestra
debilidad, que tan bien conoce Dios» (SVdeP)
Con permiso de somos.vicencianos.org