V Semana de Cuaresma
Introducción a la semana
Seguimos encontrando esta semana referencias a varios aspectos característicos
de la Cuaresma, y advertimos algún otro menos frecuente, aunque no menos
central. Hay una presentación muy elocuente de la intervención de Dios en favor
de los que son injustamente tratados y que sólo pueden esperar de él su defensa
(es el caso de Susana, en el libro de Daniel, o de la adúltera, en el evangelio de
Juan). El Señor desenmascara la hipocresía de los que acusan a otros, sin ver
ellos sus propias miserias necesitadas de curación y sin hacer caso de la palabra
que les llama a la conversión.
Nuevamente aparece también en lontananza el destino trágico de Jesús. “Mis
amigos acechan mi traspiés”; “os conviene que uno muera por el pueblo”; sólo
“cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que yo soy”. La identidad de Jesús
sólo será reconocida cuando haya muerto (y resucitado, naturalmente), lo
mismo que su entrega en beneficio del pueblo. Y lo reconocerán sólo los que
tengan fe. Esta ha sido siempre y sigue siendo la clave para descubrir y aceptar
la personalidad de Jesucristo y su misión en la historia del mundo.
Sólo en esa actitud de fe se puede descifrar también otra realidad muy profunda,
que atraviesa todo el evangelio de Juan, el único que leemos esta semana. Se
trata de la intimidad misteriosa que manifiesta Jesús con el Padre. Él vive en la
órbita de Dios, sólo él conoce a Dios, lo ha aprendido todo de Dios, no habla sino
de lo que ha visto junto a Dios, su obrar es el obrar mismo de Dios; él es, en
una palabra, el Hijo único de Dios. Pero eso, ¿quién lo puede saber? Solamente
aquellos que han heredado –y cultivado después- la fe de Abrahán. Éste es,
como insinúa Jesús, nuestro verdadero padre en la fe, y sólo pueden llamarse
hijos suyos aquellos que viven de fe. Por eso él censuró a los judíos incrédulos
que se proclamaran hijos de Abrahán. No es la pertenencia a una estirpe de
creyentes la que nos permite entrar en el misterio de Dios, sino la confesión y la
vivencia personal de esa fe, en respuesta a la revelación de Jesús.
Con permiso de dominicos.org