Solo, muy solo
Domingo de Ramos. Multitudes, gritos, antagonismos cruzados, triunfos y derrotas en la
misma bandeja. Los Apóstoles entran en acción. Los niños vitorean. Hasta las piedras
claman al unísono. Los fiscales de la religión censuran. El pueblo toma la palabra. Y un
borrico, en contraste singular, sirve en la entronización improvisada. Quienes hoy
celebran, mañana condenarán. Y en el centro el protagonista absolutamente solo: Jesús.
La soledad nos sobrecoge como un propio, un toquecito que le da matiz de humanidad
a nuestras vidas. Profundamente solos en medio de una algarabía que te estremece, te
estruja, te cuece el alma. Nuestro interior no está hecho para el ruido. Es santuario del
silencio. Y sólo en el silencio escuchamos la voz de Dios y la voz de la conciencia.
Jesús en medio del ritual de Domingo de Ramos está solo.
Su soledad es un misterio. “Sabiendo” lo que sabía no podía menos de sentir la catarata
precipitada de todos los acontecimientos que se sucederían en la semana. Quería
amenizar un poco con la música de los niños, la fragancia de los prados y, en cierta
manera, la contradicción candente de sus adversarios. Y deja hacer… deja que se den
los hechos aunque más tarde entre en la hondura de su silencio.
Las lecturas nos van hablando de un Dios humanado que comparte nuestra existencia y
soledad, que asume nuestras cruces, que sabe de silencios y miradas hondas, de
fidelidades y traiciones, de encuentros y des-amores, de la amistad hasta dar la vida. En
el fondo último de este Domingo de Ramos está la Cruz. Y camino de la Cruz, la vida
toda, la Resurrección como camino de novedad, de re/encuentro, de salvación.
Cochabamba 13.04.14
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com