Ciclo A: V Domingo de Cuaresma
Mario Yépez, C.M.
Un sueño para gloria de Dios
El profeta Ezequiel se caracteriza por estas visiones muy llamativas y que busca
ante todo infundir esperanza en el contexto del exilio que vivió el pueblo de Israel,
lejos de su tierra y desarraigados del lugar santo, del Templo, que había sido
destruido. La visión de los huesos secos que reviven manifiesta con clara expresión
la suerte que le espera a Israel, puesto que a pesar de su terrible situación vendrá
un tiempo de salvación y de total revivificación para Israel. Es la Palabra del Señor
la que está en juego y es el “Yo” personal de Dios que se hace presente y ejecuta
tales acciones ante los huesos secos regados en tierra. Dios promete el regreso,
pero el pueblo que tiene que volver debe ser un pueblo renovado, sobre quien
recaerá el Espíritu del Señor, otorgándole así una nueva vida. Un nuevo comienzo
exige una nueva forma de ver la vida. Dios ofrece a Israel una nueva regeneración
pero esta solo podrá lograrse cuando Israel reconozca que sin Dios no es nada, solo
huesos secos. La esperanza se afianza ante tales promesas, Israel se inclina a
pensar mejor las cosas y Dios se hace presente apelando a su promesa, a su sola
palabra, a una vida plena.
Para Pablo, el cristiano vive según el Espíritu y por tanto la “carne” pasa a ser su
manera de comprender la resistencia propia del hombre a aferrarse a las cosas de
este mundo rechazando así a Dios. Pablo reconoce la acción eficaz de la conversión
y del bautismo cristiano y cree que esta iniciativa divina inspira una conducta
acorde a los criterios del Espíritu. Por tanto, el mérito viene como “momento
segundo”, es decir, los actos buenos son aceptaci￳n plena de la salvaci￳n ofrecida
por Cristo y que es asumida en el bautismo. Así, por más realidad de pecado que
pueda haber en el hombre, si estamos abiertos al Espíritu, podemos ser redimidos.
De allí que Pablo, esté convencido que Dios en su infinito plan de salvación resucitó
a Jesús y a partir de él se abre una esperanza de vida eterna para el cristiano a
pesar de su adherencia a la realidad pecadora de su naturaleza.
Una de las grandes complicaciones de este texto del evangelio de Juan es que
muchas traducciones la han titulado “la resurrecci￳n de Lázaro”, cuando en realidad
el centro de este pasaje no está propiamente en la persona de Lázaro sino en Jesús
que es la Resurrección y la Vida. Y además, el verbo que más se utiliza en este
pasaje es “creer”, lo que nos da la clave para entender este relato en su
intencionalidad. Una vez más Juan recogiendo la tradición acerca de tales milagros
acerca de resurrecciones para la vida natural (la hija de Jairo, el único hijo de la
viuda de Naín), traza una nueva personificación como las anteriores. El último de
los signos (el Libro de los signos, primera parte de este evangelio) tenía que estar
referido a la realidad de la muerte, la más terrible situación que tiene que enfrentar
el ser humano. El autor presenta un contexto peculiar: una familia de hermanos
que son amigos de Jesús. Esto da un toque distinto a la narración puesto que
habría suficiente motivación para que Jesús acuda a su encuentro ante la noticia de
la enfermedad de Lázaro, pero una vez más, se introduce la reflexión acerca de que
estas terribles realidades que atañen al hombre pueden ser signos de la
manifestación de la gloria de Dios y con ello la fe que puede suscitar en sus
seguidores. Esta vez, no será solo ante una enfermedad, sino ante la propia muerte
y la de un amigo entrañable.
La segunda parte de la narración hace un giro radical y se deja de contemplar al
muerto para admirar al que vive y por el que viven todos. La tristeza de Marta y de
María se da a conocer ante Jesús pero esperan alguna manifestación por su parte.
Quieren confiar en Jesús, pero su dolor es muy grande y aunque creen que Jesús
todo lo puede, es imposible pensar que la muerte puede ser rebatida así sin más.
Jesús se convierte en el protagonista y se presenta como la Resurrección y la Vida.
Jesús les exige que crean en esta gran verdad, pero reconoce el dolor y el
sufrimiento humano ante la terrible realidad de muerte que están experimentando.
Jesús llora al lado de sus amigas, sabe que es una confrontación real y que implica
dejar el último aliento de esperanza en sus manos y quiere que así lo crean. La
pate final del relato une a ambos personajes, pero uno queda supeditado al otro:
Lázaro revive por el poder y la autoridad de Jesús, que manifiesta públicamente el
deseo del Padre: la vida. La muerte no puede retener a nadie, pues Jesús es quien
tiene el dominio sobre esta realidad y en él todos tenemos vida. Pero la
preocupación es que, quienes contemplan este portento, crean en Jesús y no se
queden solo asombrados por lo visto. Sin duda, es toda una prefiguración de lo que
vendrá con el mismo Jesús. Porque él es el primer resucitado de la muerte y por
quien se nos abre una dimensión plena de vida.
La esperanza cristiana nos invita a reflexionar profundamente lo que confesamos
como vida eterna. La muerte es un paso obligado, pero esta realidad no puede
destruir el plan de Dios para el hombre. Quizá el gran problema actualmente no sea
el temor a la muerte, sino más bien el miedo a una vida sin vida. Aún hay huesos
secos que necesitan infusión del Espíritu del Señor. Todavía no hemos comprendido
que somos llamados a una vida en el Espíritu. Nos cuesta aceptar que Dios nos
tiene preparado una sorpresa que no se puede explicar con simples palabras o
apoyados en un lenguaje simbólico. Dios nos invita a confiar en él y en quien nos
abre la puerta de la esperanza, Cristo, su enviado. Aférrate a la fe de quien vive y
da sentido a tu vida. Llora con el que sufre, aviva su esperanza con el consuelo de
los que saben reconocer que la muerte no tendrá la última palabra. Por eso me uno
al salmista: “Mi alma aguarda al Se￱or más que el centinela a la aurora…porque del
Se￱or viene la misericordia y la redenci￳n copiosa…”
Con permiso de somos.vicencianos.org