Quinta semana de Cuaresma
JUEVES
Llamados a la Vida en abundancia
Juan 8,51-59
“Si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás”
En el Evangelio de ayer fuimos invitados a “ser discípulos” y a “ser libres” mediante
la permanencia en la Palabra del Hijo. Este Hijo, la verdad misma, nos libera de la
esclavitud del pecado y nos hace hijos del Padre.
En este clima de filiación y de discipulado nos vamos acercando a la Pascua, con la
viva conciencia de que en la medida en que acogemos el misterio de Jesús, su
muerte y su resurrección, somos conducidos hacia la plena libertad.
Sigamos leyendo la última parte del capítulo 8 del evangelio de Juan, en el cual nos
encontramos nuevas revelaciones de Jesús, revelaciones que –como lo vemos en la
anotación final del evangelista- provocan un fuerte rechazo por parte del auditorio:
Entonces tomaron piedras para tirárselas ” (8,59).
1. Quien cree en Jesús tiene la Vida
La primera afirmación es contundente: “ Les aseguro: si alguno guarda mi
Palabra, no verá la muerte jamás ” (8,51).
Anteriormente Jesús había afirmado que quien se mantiene en su Palabra se
convierte en discípulo, ahora va mucho más allá: el que permanece en su Palabra
no verá la muerte jamás. Y esta promesa está respaldada por su comportamiento:
Jesús mismo “ guarda la Palabra ” del Padre (8,55).
Jesús les dice a sus discípulos que no verán la muerte, o dicho de otra manera, que
quien crea en él tendrá la vida. Así lo prometió a la Samaritana (4,14), a los judíos
de Jerusalén (5,24), a todo el que crea en él (6,40). En este pasaje la promesa de
la vida implica que “ no verá la muerte ”.
Ante semejante afirmación aparece nuevamente la incomprensión de sus oyentes,
que por ser de “abajo”, interpretan sus palabras en sentido literal y no en el sentido
pleno que Jesús le da (ver 11,25). Por eso lo acusan de estar endemoniado (8,52).
Su anuncio de un sometimiento de la muerte es tan grande, que lo coloca por
encima de Abraham y los profetas. Así nos lo hacen ver claramente las objeciones
de sus oyentes (8,52-53).
2. El Padre glorifica a Jesús haciéndole realizar sus mismas obras
Jesús, como acostumbraba hacer casi siempre, no responde a las objeciones de sus
adversarios explicando el significado de sus palabras, sino apelando a su relación
única con el Padre, donde está el verdadero fundamento de sus afirmaciones. Jesús
los invita a avanzar en la reflexión: “Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria
no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica...” (8,54).
En otra ocasión Jesús había afirmado que Él no buscaba su gloria, si bien hay quien
la busca (8,50). Es el Padre quien lo glorifica en las obras que realiza, y lo
glorificará plenamente cuando sea levantado en alto (ver 13,31; 12,28).
La relación que Jesús sostiene con el Padre está dinamizada por la obediencia:
Pero yo le conozco y guardo su Palabra (8,55). El cumplimiento de la Palabra
tiene como punto de partida el conocimiento: Jesús conoce al Padre, tiene
experiencia directa de Él, está en el Padre y el Padre está en El.
En los discursos de revelación que hemos estado leyendo en estos días, Jesús lo ha
expresado de varias maneras: lo que veo hacer al Padre ”, “ lo que el Padre
me muestra (5,19-20). Este conocimiento que Jesús tiene del Padre es pleno y es
el Padre quien lo hace hablar y actuar:
Lo que Jesús busca con todo esto es precisamente que el Padre sea reconocido en
sus obras.
3. Quien conoce a Jesús, conoce a Dios
Para concluir, Jesús pronuncia la palabra más fuerte y decisiva sobre si mismo: “En
verdad, en verdad les digo antes que naciera Abraham, Yo soy” (8,58).
Esta expresión es una clara afirmación de la preexistencia de Jesús explicitada por
Juan en el prólogo (1,15). Antes había dicho que no era de este mundo (8,23), que
todas las escritura hablaban de Él (5,39), pero aquí se coloca por encima del
tiempo y fuera de él: “antes que naciera Abraham, Yo soy” (8,58).
Con todo lo que Jesús nos ha revelado hasta ahora, podemos comprender la
expresión de Jesús como una afirmación de su divinidad, basada en la comunión
absoluta que vive con Dios Padre.
La Persona de Jesús es un misterio de comunión con el Padre, esta comunión es tan
radical, tan íntima, tan absoluta que podemos concluir afirmando que Jesús es Dios.
Su transparencia es tan grande que quien conoce a Jesús, conoce al Padre.
Podemos creer en Él porque transmite únicamente lo que ha oído y visto en el
Padre.
El “ Yo soy ”, proclama fuertemente su relación de Hijo con Dios . La experiencia de
Jesús es la de una relación perfecta y absoluta con el Padre, una mutua
inmanencia. Jesús es plenamente consciente de su condición de Hijo.
En la medida en que nosotros sus discípulos, estando en Jesús, vivamos una
relación filial con el Padre, participamos de su mismo misterio.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Por qué podemos afirmar que quien cree en Jesús no muere jamás?
2. ¿En esta cuaresma que está terminando qué momento he dedicado para
confrontar mi vida con la Palabra de Dios? ¿Qué provecho he sacado de ella?
3. Podemos ir formulando como familia un compromiso concreto respecto a la
lectura y profundización, si es posible diaria o al menos semanal, de la Palabra de
Dios.
Oremos en comunidad
“Lector: Ahora es el juicio de este mundo;
Ahora el Príncipe de este mundo será echado abajo
Todos:
Cristo, levantado en la Cruz, atraerá a todos hacia Él (Juan
12,31-32)
Lector:
El Hijo de Dios se manifestó
para deshacer las obras del Diablo (1 Juan 3,8)
Todos:
Cristo, levantado en la Cruz, atraerá a todos hacia Él
Lector:
Anuló el acta escrita contra nosotros, clavándola en la Cruz.
Despojó a los Principados y las Potestades,
los expuso a la pública irrisión,
triunfando sobre ellos en la Cruz
Todos:
Cristo, levantado en la Cruz, atraerá a todos hacia Él”
(Del Monasterio Apostólico “Piedra Blanca”, Francia-Chile).
Padre Fidel Oñoro CJM