VI Semana de Pascua
Viernes
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 18, 9-18: Pablo ante el tribunal de Galión.
La primera lectura nos entrega datos históricos que hay que tener en cuenta: la
expulsión de los judíos de Roma por un decreto del emperador Claudio (41-54),
provocada por la actuación de los judíos frente a la secta de los cristianos. Motivo
por el cual Aquila y Priscila, llegan a Corinto. Por otra parte lado, tenemos la figura
de Galión, hermano de Séneca, que los judíos quieren defienda la ortodoxia de su
fe, frente a la herejía del cristianismo. Galión juzgará a Pablo si ha cometido una
falta contra la ley romana, pero como los judíos hablan de su Ley, no se quiere
inmiscuir en un juicio sobre temas de religión, y los despacha a todos del tribunal
(v. 13). La reacción de Galión nos habla a las claras que la conducta de los
cristianos no viola las leyes romanas; las acusaciones contra Pablo de parte de los
judíos son de tipo teológico: el mesianismo de Jesús y la Ley (v.15). Los cristianos
políticamente son inocentes, no han creado problemas a Roma. Todos estos
acontecimientos van distanciando cada vez más la comunidad cristiana de la
sinagoga, Pablo se va convirtiendo en el apóstol de los gentiles, dejando bien en
claro que no fueron los cristianos la causa que los judíos no aceptaran en evangelio.
La actitud de Galión de despacharles del tribunal, es reconocer que no tenían razón,
por lo mismo reconoce la inocencia de unos hombres y mujeres que no ofendían en
lo estrictamente jurídico a Roma y sus leyes. Así y todo Pablo se queda año y medio
trabajando por el Evangelio, las dificultades, dejan ver la luz de la palabra de Dios,
que ilumina la vida de sus testigos y los cuida con una amor especial.
b.- Jn. 16, 20-23: Vuestra tristeza se convertirá en gozo.
El evangelio nos habla de la alegría, que nace del dolor de la separación, provocada
por la marcha de Jesús, no verle ya sobre todo, por su muerte y resurrección. Pone
el ejemplo de la mujer que da a luz, se olvida del dolor, una vez que ha nacido un
varón para el mundo (v. 21). Imagen común o recurrente en la literatura del AT y
de los profetas, donde también en los evangelios queda de manifiesto que al día del
Señor, le precederá una gran tribulación para los elegidos, preludio del gozo y
alegría que vivirán al final, lo mismo que la mujer dolorida por el parte, da a luz
una vida nueva, se llena de alegría. La causa de nuestra tristeza y luego de nuestra
alegría, es la muerte y resurrección de Jesucristo, sobre el pecado, la muerte y el
demonio. Su nuevo modo de estar presente entre sus discípulos por medio de la
acción del Espíritu Santo es también motivo de alegría para la comunidad eclesial.
Presencia que reconforta al creyente, en el dolor o persecución, que puede sufrir
por el odio del mundo contra Jesucristo, el Señor. Este binomio dolor y alegría
también están presente en la vida del cristiano que quiere imitar a Jesucristo desde
su propia condición de hijo de Dios, pero que se ve sujeto a sus propias
debilidades, de sus pasiones que le causan dolor, si las deja gobernar su vida. Si las
vence con la oración y negación del gusto y apetito en que se ceba la voluntad,
produce la alegría de verse libre para amar y vivir la unión con Dios. El misterio
pascual de Jesucristo supuso el parto de una nueva humanidad, nueva creación,
mediante la resurrección del que es el hombre nuevo. Adán nos trajo la muerte,
Jesucristo es el nuevo Adán, enseña Pablo a los romanos, nos trae la vida (cfr. Rm.
5). Es el Paráclito quien recrea la vida del resucitado en la vida de los fieles y donde
reside la alegría de éstos al saberse justificados por Cristo ante el Padre. Esa vida
nueva, ganada por su misterio pascual, ahora es de los que son de Cristo, y la
guardan del mal y la corrupción a la que se ve acechada por el pecado. La alegría y
el gozo de la fe, es el mejor antídoto contra el desánimo en las cosas de Dios y de
la vida cristiana. Si se trata de configurarnos a Cristo, que vivió bajo la guía del
Espíritu Santo toda su existencia, también nos debe guiar a nosotros a tomar
conciencia de nuestra condición de hijos de Dios. Así como el Espíritu movió a Jesús
a tomar conciencia de su condición de Mesías y Ungido para la redención del
mundo, así también, el Espíritu Santo hoy nos mueva a tomar conciencia de
nuestra condición de profetas, reyes y sacerdotes como bautizados que somos. El
Espíritu Santo, está más presente de lo que pensamos en la vida de la Iglesia, y de
quienes luchan por los valores del reino de Dios en este mundo. Seremos mejores
cristianos en la medida no sólo en que nos dejemos guiar por el Espíritu de Dios,
sino en que nos abramos a comprender que estos valores nos hacen más humanos
y a su acción santificante, donde nos encontramos y reconciliamos entre nosotros y
con nosotros mismos, nos abrimos al prójimo, fruto de la comunión con Dios,
alegría infinita. El cristiano consciente de su vocación trinitaria por la inhabitación
en la que vive, es un hombre siempre alegre, porque posee a Dios en su interior y
comparte su vida y su amor su felicidad, anticipo de vida de la gloria sempiterna.
Gloria que comienza en esta vida, como enseña el místico carmelita, con la alegría
del conocimiento que viene de la fe, y el amor que infunde la presencia del Espíritu
Santo en la vida del orante contemplativo.
Juan de la Cruz, nos enseña: “En este estado de vida tan perfecta siempre el alma
anda interior y exteriormente como de fiesta, y trae con gran frecuencia en el
paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre
nuevo, envuelto en alegría y amor en conocimiento de su feliz estado” (LB 2,36).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD