Domingo de Resurrección.
EN LA SALA DONDE CELEBRÓ LA ÚLTIMA PASCUA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Habla San Juan: La segunda noche era distinta. Claro que todo tiempo es diferente,
sí, pero en ciertas ocasiones, en cada instante varía el estado de ánimo, nacen o se
malogran esperanzas, irrumpe la noticia que cambia la vida. Algo así bullía en
nuestro interior.
Estaban ellas más inquietas que nosotros. Muy sensibles a lo que habían empezado,
el largo periodo de Pesaj, que impedía cualquier trabajo, ya estaba a punto de
acabar. No querían dormir, deseaban estar atentas a la llegada del primer rayo de
sol, para salir corriendo a embalsamar su cuerpo. Era su responsabilidad femenina
y no la rehusaban. Su triste ilusión y no querían sentirse frustradas, pese al dolor
que causaba cumplir con tal deber.
Las historias y tradiciones que se refieren a aquel amanecer, se entremezclan,
haciéndose eco de una común raíz, y no seré yo ahora quien las ponga en orden.
Te lo cuento como me salga. Sin duda alguna, el protagonismo lo tuvieron las
mujeres. La primear emoción también. El objeto que las obsesionaba era un rico
envase con perfume de la mejor calidad. Era preciso para acabar de perfumar su
Cuerpo. Se lo merecía y mucho más, estaban convencidas y querían cumplir con su
deber.
Su Madre también rehusaba dormir. Algo imaginaba, algo intuía. No se había
borrado su convicción de que aquel que ella engendró en Nazaret y dio a luz en
Belén, hubiera cumplido y acabado la misión que había recibido del Padre y de la
que tanto le había hablado. Cuando era pequeño, Ella le explicaba muchas cosas y
le enseñaba a vivir. Detalles de la comida, de la higiene, de las costumbres
heredadas. De mayor, Él le confiaba sus ensueños, sus éxitos y sus fracasos. Nunca
faltó comunicación entre los dos, pero siempre su Hijo era un misterio y Ella lo
aceptaba humildemente, guardando todo en su corazón, más que en su memoria.
De aquí brotaban sus intuiciones, que era mucho más que el sexto sentido que se
dice tiene toda mujer.
A los discípulos, más que a Ella, les había hablado de su pasión, final y
resurrección. Para un judío de aquel tiempo, lo único seguro es que la muerte no
significaba dejar de existir. A donde iría a parar, cómo y cuál sería su destino, eran
ideas borrosas, que los sabios llamaban sheol, pero que nadie estaba seguro de lo
que en realidad era.
No pensaba en el sheol. Por más que recapacitaba, no podía aceptar que su Hijo
estuviera en un lugar gris, tibio, indeterminado, como de otros tantos se decía.
Ahora bien, nada concreto le había anunciado y ella nunca se atrevió a averiguarlo.
Confiaba, eso era todo. Esta noche, dormir y soñar no era la solución a su
inquietud. Amar y compartir su amor, era lo único que calmaba sus pesares y, sin
lugar a dudas, conmigo y con las otras dos, podía confiar.
Partió con la de Mágdala, según unos, y por el camino se encontró al Señor, su Hijo
amado y añorado. El frasco de perfume se le escurrió a la otra y roto y en el suelo
les perfumo suavemente. Ya no era bálsamo de sepultura, era aroma ofrecido al
Resucitado. No sabían qué decir. Llorar es lo único que hacían. Llorar emocionadas
de felicidad…
Otra historia dice que la de Mágdala no pudo esperar al alba. Corrió a oscuras,
pensando únicamente en la piedra que alguien debía rodar y que ella sola no podría
hacerlo. Llegó enseguida y el sepulcro estaba abierto, la guardia molesta
refunfuñaba y el interior hueco, totalmente vacío. Tuvo miedo y se fue corriendo a
comunicar lo visto. Pedro y yo, como habíamos quedado, fuimos de inmediato a
comprobarlo. La tumba efectivamente, y tal como había explicado la mujer, estaba
totalmente desocupada. Ahora bien, observamos algo que nos sorprendió. Allí no
habían intervenido ladrones, era evidente. Todo estaba en orden, descansaban los
lienzos como si se hubieran desocupado desde dentro mismo. El fino tejido que
delicadamente habían puesto sobre su rostro, estaba ahora doblado en un rincón,
como si Él mismo se lo hubiera quitado, plegado y depositado cuidadosamente.
Todo en orden, ni mal olor, ni señales de que alguien hubiera penetrado. El
sepulcro estaba vacío del cuerpo, pero inundado de su espíritu, se notaba sin saber
cómo. Sin duda vivía. Viviría tan vivo, como cuando se transfiguró en la montaña.
Volvieron a casa y poco después de llegar, vino a su encuentro.
La más sonada y detallada coincidencia, nos la vino a explicar la de Mágdala. No
había amanecido todavía cuando salió y en llegando al sepulcro, vio que algo se
movía cerca del lugar, pensó que sería un hortelano, sospecho luego y se le ocurrió
que tal vez podía pretender, o ya había conseguido, llevarse el cuerpo, ¡tantas
cosas pasaron por su cabeza entonces! Se dirigió temerosa pero decidida, se
atrevió a preguntarle que había hecho con el cuerpo. No sabía a quién se dirigía,
pero cuando escuchó que la llamaba por su nombre el desconocido, que resultó no
serlo, la cadencia de su hablar le descubrió que era a quien más había amado, a
quien buscaba entre los muertos. Su hablar era inconfundible. Rompió a llorar y se
postró a sus pies. Él la tranquilizó cariñosamente y le dio el encargo de que viniera
a comunicárnoslo. Excuso decir cómo llegó y cómo la recibimos. Pensamos primero
en que se trataba de una de sus locuras, sentimos, no hay que negarlo, ya que
entonces éramos así, que si era verdad lo que contaba, había preferido a una mujer
que no gozaba de crédito, por ser mujer y carecer de categoría y no nos gustó
demasiado. Nos convenció al fin y el Señor certificó lo que contaba viniendo muy
pronto a vernos.
Escuchar que estaba vivo, nos hizo recordar lo que tantas veces nos había
anunciado en secreto. Así que nos costó poco creerlo. A decir verdad, algunos se
avergonzaron de su cobardía en Getsemaní, de su desidia abandonándolo.
Comprendieron que se lo merecían ellas que no le dejaron. Fueron las primeras en
saberlo y recibirlo con gozo, no había duda.
Todo era una cascada de buenas noticias. El Señor nos visitó como te he dicho,
primero al “jefe” Pedro, también a los demás. Nos trasmitió su paz y entonces toda
duda, toda inquietud desapareció…Al atardecer llegaron otros nerviosos
entusiasmados, hablando atolondradamente. Era un discípulo y otro que, además
de serlo, era sobrino suyo. Ellos no estaban en la Pascua, cuando nos partió y
repartió aquel Pan, que ahora ya no nos costaba creer que fuera su cuerpo. Iban,
nos contaban, desolados de vuelta a casa. Se puso al lado y les habló largamente.
Algo especial sentían, no sabían qué. En llegando a su pueblo le invitaron a
quedarse. Fue entonces cuando a ellos, aquel maravilloso día, les dio también su
Pan. Asombrados descubrieron que era Él. No podían quedarse la buena noticia
para su exclusivo gozo. Pensaron en nosotros y vinieron. Agitados, contaba cada
uno lo que pensaba sin dejar hablar al otro. Encerrados como estábamos, podíamos
sin miedo hablar, llorar, reír, cantar, abrazarnos felices.
Mamá María en un rincón, saboreaba su gozo. Silenciosa, ni estorbaba nunca ni nos
percatábamos de que allí estaba haciéndonos compañía. Recordó, nos dijo, cuando
aceptó la propuesta que Gabriel traía de parte del Padre. Ahora su felicidad era
inmensa. Aquel sí de Ella se había hecho hombre. Cumplió después sus deberes
familiares con esmero. Había anunciado un nuevo modo de vivir y morir. Sí, había
sido injuriado, maltratado, ajusticiado. Pero ahora todo se había cumplido. Todo lo
que le había dicho coincidía, como las piezas de un mosaico. Lo sentía embargada
de nuevo por el Espíritu que la había cubierto con su sombra. Como durante nueve
meses lo había notado en su seno…
Yo Juan, acabo el relato que me solicitaste. Espero que haya servido para que, a
partir de ahora, tu vida cambie. Espero que los demás se den cuenta de que eres
íntimo amigo del Resucitado y de que tú también eres uno de sus escogidos. No te
encierres en ti mismo. Obra como nosotros, comunicándolo, enriqueciendo a los
demás. La generosidad a nadie ofende, la esplendidez transforma el mundo, no lo
dudes. Nunca, por falso respeto a la libertad de los demás, te reserves tu fortuna
interior. Hablar del Señor y de la felicidad que comporta la Fe en Él nunca es baldío,
pese a que no siempre puedas comprobar los resultados. La Paz del Señor
resucitado esté siempre contigo y los demás.