13 de abril del 2014
Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor
A corazón abierto
Hoy la Iglesia nos invita a contemplar la Pasión de Cristo, signo de su gran amor por
nosotros.
Sus palabras en el transcurso de sus últimos momentos nos hacen penetrar en el corazón
del drama y nos revelan lo que Él ha vivido en su sufrimiento y en su muerte.
A guisa de introducción:
Con el Domingo de Ramos y de la Pasión, entramos en la Semana Santa que nos
conducirá a la Pascua. La liturgia nos ofrece mismo hoy algo así como un resumen a la
inversa de esta Semana Santa: en efecto, nosotros comenzaremos portando nuestros
ramos en procesión, llevándolos hacia el altar, que nos hacen recordar la acogida
triunfal de Jesús en Jerusalén. …esto será como anticipación de la fiesta por excelencia
que es Pascua, el triunfo del Resucitado sobre la muerte y el pecado.
Y después, nosotros leeremos, cerca de la cruz, el largo relato de la Pasión según San
Mateo que corresponde a este año…
Agitar los ramos sin pensar o hacer referencia a la pasión, seria correr el riesgo de caer
en la superstición, atribuyéndoles poderes casi mágicos a unas simples ramas o
fragmentos de follaje…Eso seria sobre todo desconocer e ignorar la verdadera realeza
de Jesús: Jesús solo es verdaderamente rey sobre la cruz…c uando es despojado de todo
y , por amor, hace el don supremo de su vida. Entre nosotros habrán muchos hoy que le
seguirán para festejar, y eso está bien. Pero cuantos seremos mañana para seguirle en
el camino del servicio, cuando se trate de probar, por nuestra manera de vivir la vida
profesional o familiar, que nosotros somos discípulos de aquel que se ha hecho
servidor? Nosotros somos como esa multitud de Jerusalén, también inconstantes…a
veces felices de acoger a Jesús en nuestras vidas… pero también con capacidad de
negarnos a verle e igualmente capaces de eliminarle cuando el encuentro con Él
arriesgue con “jodernos la vida”…
Celebrar ramos sin la pasión seria equivocar nuestra búsqueda de felicidad: Jesús no
promete una realización (felicidad, perfección, santidad) fácil. Si se toma el mismo
camino que Jesús, tarde o temprano nos será necesario encontrarnos con la cruz. Los
ramos, sin la pasión y sin Pascua, es pasar dejando de lado lo esencial.
Pero la pasión sin los ramos, tampoco estaría bien! Esto sería en efecto complacerse
de manera malsana en el dolor. No son los sufrimientos de Cristo que nos protegen,
sino el amor que ellos reflejan, lo que nos salva!
La Cruz de Cristo es nuestro orgullo porque al observarla nos conduce a la certeza que
el Señor ha resucitado…Su camino, igualmente difícil, es Buena Noticia ya que Él no se
ha detenido en el Gólgota! Todo no ha terminado allí…
No separemos en nuestras vidas lo que unimos en la Liturgia: estos ramos serán en
nuestras casas el recuerdo o la evocación que nosotros queremos ser los discípulos del
Resucitado; y la cruz de Jesús nos impedirá soñar con otro camino distinto al que Él
nos ha mostrado!
Una aproximación psicológica al texto del evangelio
El testimonio de Dios
El relato de la pasión siempre sacude, pues nos sumerge en el centro de una dimensión
sombría de la aventura humana, aquella de la violencia, del odio, de la tortura. No
solamente se ejecuta un criminal, se percibe además, el odio, la burla, una voluntad de
humillar. Hay aquí algo más simple que un proceso sádico animado por los soldados y
los verdugos. Hay un odio, un resentimiento religioso que es probablemente la peor
cosa que puede generar el corazón humano, puesto que éste desvía de su curso, el más
bello sentimiento humano (el amor a Dios) para posibilitar o materializar un trampolín
hacia la violencia y la muerte.
Después de casi 50 años, por ejemplo, conocemos en Colombia, el terrorismo más
atroz, pues el terrorismo es un odio ciego que golpea indistintamente al otro, sea
culpable o no.
Mas la respuesta de ciertos dirigentes políticos nos hace caer en los hornos del odio
religioso, en la dialéctica del eje del bien y del mal. Y todo llega a ser posible y banal: la
tortura, la profanación, la negación de los derechos humanos y la dignidad fundamental
de toda persona.
El relato de la pasión es afortunadamente sobrio y no se detiene en la descripción de la
violencia. Es más, Jesús no se derrumba nunca. Él es bien ese siervo sufriente que no se
amilana y que logra superar el sufrimiento: “Yo he puesto mi cara dura como piedra”
(Isaías 50,7). Es necesario preguntarse: por qué Jesús asumió esto? Por qué era
necesario que Jesús muera y muera de esta manera?
La respuesta de Jesús es doble. Cuando el grupo de soldados viene para detenerle, uno
de los suyos saca una espada y desea iniciar un combate. Es la opción de la fuerza, de la
violencia, de la guerra social, de la venida de un Mesías victorioso como lo quería la
tradición. Jesús rechaza explícitamente eso.
«Vuelve la espada a su sitio, pues quien usa la espada, perecerá por la espada.
¿No sabes que podría invocar a mi Padre y él, al momento, me mandaría más de doce
ejércitos de ángeles?
Pero así había de suceder, y tienen que cumplirse las Escrituras.»
(Mateo 26,52-54)
Estamos acá ante una fatalidad? Yo no lo creo. La manera de escribir de los antiguos es
un poco desconcertante. Mas, es cierto, habían dos maneras de comprender la
intervención de Dios para salvar a su pueblo: la manera fuerte y la manera débil. La
manera fuerte, es el camino de la potencia (prepotencia) y el poder político, económico
y militar.
La manera débil, es aquella del siervo (servidor) sufriente, el poder del amor, del
servicio, de la ternura o dulzura, de los medios o recursos pobres.
En Getsemaní, Jesús vive la angustia y tiene miedo.
«Padre,
si es posible, que esta copa se aleje de mí.
Pero no se haga lo que yo quiero,
sino lo que quieres tú.»
(Mateo 26,39)
Que no se habrá dicho o escrito sobre esta violencia del Padre que inmola su Hijo,
basado en una voluntad sádica de dios encarnizada con Jesús!
En efecto, la Voluntad del Padre busca simplemente revelar todo su amor. Entonces,
henos aquí ante el misterio: es en la debilidad que el amor se revela.
En Jesús, Dios nos da testimonio, Dios nos revela su rostro. Si Él dijera (expresara) su
amor a través la fuerza y el poder, posiblemente que no podríamos comprender.
Finalmente, esto legitimaria y socializaría hasta el infinito la prioridad de la fuerza y de
la violencia. Y es bien así como procede el integrismo religioso que utiliza
voluntariamente la fuerza y la violencia para afirmarse e imponer su verdad. No hay
amor sino en la renuncia a sí mismo, y es renunciado a su propia fuerza que Dios puede
en fin decir su amor. Para retomar un bello titulo de Christian Bobin: Dios es el bajísimo
(no Altísimo), Él lo testimonia renunciando a su fuerza. Él es bastante fuerte para ello.
Hay más fuerza en el perdón que en la venganza.
Yo no hablo acá sobre un plano psicológico. En el plano sicológico, uno solo puede
perdonar cuando el otro ha reconocido su error (su ofensa)o por el contrario, uno se
encierra en el estatuto de víctima.
Dios no es nuestra víctima. Él es nuestro amo. Pero en el estado actual de las cosas, Él
solo puede develarnos todo su amor renunciando a su fuerza . Es eso lo que nos sugiere
este bello himno de la Carta de Pablo a los Filipenses:
Cristo Jesús:
El, siendo de condición divina,
no se apegó a su igualdad con Dios,
sino que se redujo a nada,
tomando la condición de servidor (…)
Y encontrándose en la condición humana,
se rebajó a sí mismo
haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte en una cruz.
(Filipenses 2,6-8)
La pasión de Jesús no es un relato de tortura. Es un canto de amor y de libertad, el
canto de lo absoluto del amor. Mas, es por la fe en el Crucificado que este canto se nos
hace tolerable y se revela como la sola manera de pasar de la violencia al amor.
P. GUSTAVO QUICENO J. mxy
Diócesis de Valleyfield (Canadá)