CICLO B
TIEMPO ORDINARIO
XXI DOMINGO
Jesús concluye el largo discurso del Pan de Vida diciendo: “El que come mi carne y
bebe mi sangre…”. No habla en sentido figurado. El Evangelio del domingo pasado
nos presenta la reacci￳n de los judíos: “¿C￳mo puede éste darnos a comer su
carne?”. El Evangelio de hoy nos dice c￳mo reaccionaron algunos discípulos: “este
modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”.
Son dos reacciones ante el realismo de las palabras del Señor: bajo las especies de
pan y de vino están el cuerpo y la sangre de Cristo verdadera, real y
sustancialmente. No son una señal de la presencia del Señor. En la eucaristía
Cristo nos ofrece su cuerpo y su sangre. El mismo Jesús provocó conscientemente
la reacción de los discípulos. San Juan, que estaba presente, refiere que “desde
entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él”. No
creyeron en las palabras de Jesús.
Al ver que muchos discípulos le abandonaban, Jesús dijo a sus apóstoles:
“¿También vosotros queréis marcharos?”. Y es Pedro, como en otras ocasiones, el
que responde en nombre de los Doce: “Se￱or, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de vida eterna; nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
San Agustín comenta estas palabras de Pedro: “¿Veis c￳mo Pedro, por gracia de
Dios, por inspiración del Espíritu Santo, entendió? ¿Por qué entendió? Porque creyó.
Y nosotros hemos creído y conocido. No dice: hemos conocido y después creído,
sino: hemos creído y después conocido. Hemos creído para poder conocer. En
efecto, si hubiéramos querido conocer antes de creer, no hubiéramos sido capaces
ni de conocer ni de creer. ¿Qué hemos creído y qué hemos conocido? Que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que tú eres la vida eterna misma, y en la carne y
en la sangre nos das lo que tú mismo eres”.
Ante estas reacciones Jesús apela a la fe. Los que lo rechazan no creen en Él. Ellos
no tuvieron la suficiente fe en Jesús para aceptar sus palabras. Y esto vale para
aquellos que le escuchaban en la sinagoga de Cafarnaúm y para nosotros también.
La fe es la única forma de acercarnos y comprender el misterio de la Eucaristía. La
única forma de aceptar a Cristo como Pan de Vida eterna.
"¿También vosotros queréis marcharos?". Estas palabras de Cristo así resuenan en
nuestro coraz￳n y hemos de dar una respuesta personal. “Jesús no se conforma con
una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión
entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida en su pensar
y en su querer" (Benedicto XVI)
El Evangelio nos lleva también a nosotros a replantearnos la decisión de seguir a
Jesús. Quizás vivimos nuestra fe como una costumbre que se repite, como una
tradición. Y no como una decisión personal y viva, que renovamos cada día. Ni
como un compromiso con Cristo: de persona a persona, de corazón a corazón. La fe
es optar y aceptar totalmente a Jesucristo y su mensaje. Quien cree en Cristo,
confía en Él y se conduce en la vida guiado por sus palabras, que son palabras de
vida eterna.
La base de nuestra decisión debe ser sólida. Ni los sentimientos, ni en los gustos,
ni las conveniencias personales. Hay que decidir desde la fe: desde la confianza
total en el amor fiel de Dios. Y desde nuestra libertad: Dios nunca fuerza al hombre
contra su voluntad. Nos impulsa, nos da la gracia, pero no se impone al hombre. Nos
ofrece su amistad, su amor: su vida misma, que es la vida de Dios. Si abrimos
totalmente a Cristo nuestro corazón, experimentaremos que "nuestra única felicidad
en esta tierra es amar a Dios y saber que él nos ama" (Santo Cura de Ars).
Debe ser una decisión consecuente. Lo difícil es permanecer fieles a Cristo cada día
y en cualquier situación. Amando a Dios con todo el corazón y al hermano como a
nosotros mismos. Apartándonos siempre del mal y pasar por la vida haciendo el
bien.
Para seguirle fielmente Jesús nos pide una fe viva, una confianza total en Él, una
adhesión incondicional a su persona. Todos los días hemos de renovar nuestra libre
decisión de seguir a Cristo. Y decirle: creemos en ti. Tú tienes palabras de Vida
eterna. Eres el Pan de Vida.
MARIANO ESTEBAN CARO