CICLO B
TIEMPO ORDINARIO
XXIII DOMINGO
En el Evangelio de hoy hay una palabra aramea original: “effetá”, que significa
“ábrete”. Palabra que muy bien puede resumir el mensaje y la obra de Cristo. Jesús
estaba atravesando una región no judía llamada Decápolis. Le llevan a un
sordomudo para que lo cure. Le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con
la saliva. “Y al momento se le abrieron los oídos, se le solt￳ la traba de la lengua y
hablaba sin dificultad” (Evangelio).
Este hecho tiene también un significado más profundo: existe una cerrazón del
corazón, una cerrazón de la persona. Dios se hizo hombre para hacernos capaces
de vivir una profunda relación con Dios (somos sus hijos) y transformar nuestra
relación con los demás (somos hermanos). Es la misión de Cristo. “Él se hizo
hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente sordo y
mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su
corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a
comunicar con Dios y con los demás” (Benedicto XVI). El cristiano es partícipe del
ser filial de Cristo, pero también de su ser fraterno.
La palabra “effetá” y el gesto de Jesús están también presentes en el rito del
Bautismo: el sacerdote, toca la boca y los oídos del recién bautizado, mientras dice:
“El Se￱or Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos te conceda, a su
tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios
Padre. Amén”. La gracia del bautismo nos hace capaces de escuchar y de hablar.
Existe una sordera con relación a Dios: son muchos los que o no le escuchan o, en
una apostasía silenciosa, viven como si Dios no existiera; o piensan, en una actitud
de ateísmo práctico, que Dios y la fe en Él son irrelevantes e inútiles para la vida.
Y sin embargo necesitamos a Dios. “Si Dios no existe todo está permitido”
(Dostoyevski). Sería la ley del más fuerte, imperaría el amor propio. La ausencia de
Dios conduce inexorablemente a la anulación del hombre. Pero si Dios existe, el
hombre es inviolable, porque Dios mismo “reclamará su sangre” (Gn 9, 5-6). Y
entonces el hombre merece el mismo respeto sagrado que merece Dios.
Las lecturas y las oraciones de hoy nos hablan de cómo es el Dios, al que
necesitamos oír y hablar. Dios nos mira siempre con amor de Padre (oración
colecta), porque “Dios s￳lo sabe ser amor y s￳lo sabe ser Padre” (San Hilario). La
primera lectura nos dice: “Sed fuertes, no temáis”, porque este Dios, que tanto nos
ama, está siempre dispuesto a salvarnos él mismo, en persona. Porque
perpetuamente mantiene su fidelidad hacia nosotros (salmo responsorial). Un Dios
que se compadece de los que sufren, que ama a los que, como Cristo, pasan por el
mundo haciendo el bien (Evangelio).
Creer en el amor de Dios es la opción fundamental de la vida y de la existencia del
cristiano (Benedicto XVI). Hemos conocido el amor y creemos en él (1 Jn 4,16).
Nuestra fe en Cristo, que en sí mismo es la prueba total y definitiva del amor
infinito de Dios al mundo, nos hace hijos de Dios, dándonos la libertad de sus hijos
(oración colecta). Y haciendo que participemos de su vida divina, de su naturaleza
divina, mediante la fe y los sacramentos, especialmente con el pan del cielo
(oraci￳n después de la comuni￳n). “Ese pan que veis en el altar es el cuerpo de
Cristo; ese cáliz es la sangre de Cristo. Si lo recibís bien, seréis vosotros lo mismo
que recibís” (San Agustín).
Un Dios que es la fuente del amor (oración sobre las ofrendas). Por ser Dios quien
nos ama primero, nuestro amor a Él y a los hermanos es una respuesta al don del
amor y no sólo un mandamiento. Colmándonos de su amor infinito, nosotros
debemos comunicarlo a los demás. Es una consecuencia de nuestra fe, que obra
por el amor (Ga 5, 6).
Hasta tal punto, que la fe sin obras está muerta (St 2, 17). Por eso, no podemos
juntar “la fe en nuestro Se￱or Jesucristo glorioso con la acepci￳n de personas”
(segunda lectura). “Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la
justicia, sea de la naci￳n que sea” (Hch 10, 34). El Papa Pablo VI se refería al
“dogma basilar de la fraternidad humana”: es decir, el respeto y el “amor debido a
todo hombre, por el solo hecho de ser hombre. Irrumpe aquí la palabra victoriosa:
por ser hermano”. Todo hombre es mi hermano, al que tengo que respetar, “de
forma que cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro
yo” (GS 27). El valor de la persona está en lo que es, no en lo que tiene o produce.
Hemos de reconocer la igualdad fundamental entre todos los hombres, que
redimidos por Cristo tienen la misma vocaci￳n y el mismo destino. “¿A caso no ha
elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del
reino, que prometi￳ a los que lo aman?” (segunda lectura). Y es que “el don de Dios
no se compra con dinero” (Hch 8, 20).
El Papa Francisco decía: “De hecho, la fraternidad es una dimensión esencial del
hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos
lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero
hermano”. El cristiano debe hacer un pr￳jimo del semejante, y del pr￳jimo ha de
hacer un hermano.
MARIANO ESTEBAN CARO